jueves, 25 de agosto de 2016

Gracias, Albert


            Me descojono vivo. Literalmente. El panorama político, ya de por sí bien pertrechado de actuaciones gloriosas dignas del mejor programa de variedades, se va completando con la aparición de los nuevos grupos y sus ocurrencias. Ciudadanos está siendo todo un ejemplo de cómo poder hacer un nuevo tirabuzón dialéctico perfecto sin que el tupé del señor Rivera, y de sus adláteres, se vea alterado lo más mínimo.

            Todo el mundo recuerda perfectamente como su líder, el de la sonrisa profident, calmaba a sus potenciales votantes durante la campaña electoral al asegurarles que nunca apoyarían la investidura de un político como Mariano. Y lo hacía hinchando pecho, y con ese tonito prepotente de “¿cómo me haces una pregunta tan obvia, bobo?”. Ya después de las elecciones el comentario cambió, pero no el tono. Y se empeñaban en afirmar –aunque le ponían la hemeroteca ANTES de que respondiese– que ellos nunca habían vetado a Mariano. Para evitar su neurosis, convierte al público en esquizoide. Toda una jugada. Eso sí, para eludir suspicacias, presentaron un documento innegociable, de adhesión, de síes o noes, sobre el tema estrella de nuestra época: la corrupción política. Tenían que demostrar sus propiedades acuosas: la cristalina, la transparente, la renovadora. La dadora de vida. Y desde luego, con la jugada de Mariano de presentárselo a su comité ejecutivo, dándose toda una semana, su indignación ante tales dilaciones injustificadas.

            El problema es que esas propiedades acuosas encerraban nuevamente la maleabilidad. La capacidad de adaptarse al continente según éste pueda ir cambiando. Y después de unos días, nos hemos enterado de que las medidas propuestas se aplicarán sólo a diputados y senadores. Y además, tienen que ser cuestiones que impliquen enriquecimiento ilícito personal o a la financiación ilegal de los partidos. Y dicen que no es lo mismo meter la mano en la caja, que haberse equivocado en la gestión. Joder, y el tipo lo dice con una sonrisa. Como la del joker.

            Vamos a hacer un ejercicio de imaginación para ejemplificar de lo que estamos hablando: suponed un ayuntamiento de esos que hay por nuestras castizas Españas. El alcalde, movido por el interés de sus vecinos, adjudica la realización de un proyecto para levantar un polideportivo en donde los chavales del pueblo van a poder hacer deporte en condiciones, no en esos campos de dios, llenos de polvo y paja. Como el sujeto sabe que el albañil del pueblo trabaja bien, utiliza buenos materiales y además de vez en cuando tiene el detalle de pagarse unos vinos, le encarga el proyecto a pesar de que un constructor de la capital lo hacía por cincuenta mil menos. Luego, se marca un contrato menor adjudicado a dedo de los de destripar terrones por cada una de las paredes que tiene el edificio que curiosamente recaen todos ellos en el sujeto que ha realizado el proyecto, porque es el que sabe cómo va el tema, y además es del pueblo. Otro contrato, claro, para el firme de cemento deportivo, que no se le puede dejar a cualquiera. Y por último, le encarga las canastas y las porterías al cuñado del fontanero que le hizo la chapuza en casa, porque le pareció un tipo majete que contaba buenos chistes. Alguien que cuenta esos chistes no puede ser mala gente.

            Por supuesto, el pueblo tiene que dejar tierras para poder cultivarlas, y el edificio no se puede hacer en cualquier lado. Sin embargo, justo detrás de la plaza Mayor hay un cercado, terreno rustico dedicado a almacenar pacas de paja en invierno, y eso se puede llevar al extrarradio –doscientos metros más allá–, así que recalifica el terreno por el artículo primero a pesar de que había otro terreno al lado de la carretera principal que  los técnicos decían que habría sido más sensato por el tema de los accesos y lo compra con un sobrecoste por su indudable buena situación que favorecerá el turismo. Además, el propietario de las tierras le ha prometido que invertirá esos beneficios en una nueva casa de la cultura para el municipio. La casa de la cultura, luego la gestionará él porque es un tipo muy leído, y el ayuntamiento le pagará un canon para que lleve la limpieza del edificio en cuestión, y también la del ayuntamiento, ¿por qué no? Todo esto, por cierto, con el beneplácito del secretario del ayuntamiento que curiosamente era el propietario del terreno que había detrás de la Plaza Mayor.

            Bueno, pues con el acuerdo de estos señores, los de antes, los de Ciudadanos y los del PP, esta figura política que es el alcalde no tiene responsabilidad política alguna por corrupción. No es diputado ni senador, y él, que se sepa, no se ha llevado dinero con ninguna de estas argucias. Eso sí, los vecinos tienen que pagar el edificio con sobrecostes, ha cometido prevaricación y tráfico de influencias, como poco, amén de haber mirado para otro lado con lo del secretario. Todo un artista de la mejor tradición ibérica porcina. Y como los vecinos únicamente son capaces de ver lo bonito que ha quedado el pueblo, porque de estas cosas no entienden, le volverán a votar a ver si la próxima tierra que recalifican es la suya, para construir el palacio de la Opera que todo municipio de más de quinientos habitantes se merece.

            Gracias, Albert, por hacernos entender con tu sapiencia cuál es el verdadero problema de España y aclararnos de una vez por todas que, primero, estábamos equivocados en la forma de entender el tema de la corrupción –curiosamente, según esto, Mariano es un tipo honrado con mucha gente equivocada a su cargo – y, segundo, que con tu participación superlativa, este país ya está a salvo de mamandurrias de las de las toda la vida.

 

Alberto Martínez Urueña 24-08-2016

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