Cómo para
quedarme al margen del tema… Con el tema de la crisis, aquí todo el mundo larga
por la húmeda, incluso los que no han visto una gráfica en su vida, como si
esto fuera un partido de la roja, así que no voy yo a ser menos. Y es que el
tema de Grecia vuelve a merecerlo, como un buen miura en una tarde de Las
Ventas.
Me sé toda la
retahíla de excusas que enarbola la peña para condenar al ostracismo a todo el
pueblo griego. Que si elegir gobernantes serios, que si se creían que todo ese
desenfreno de gasto puede sostenerse, que si la abuela fuma… Ahora todo el mundo
ortodoxo ladra contra el Gobierno griego porque dicen que su heterodoxia de
izquierdas es un peligro mundial, pero se olvidan de que fueron sus amiguetes
liberales y socialdemócratas, unas veces unos, otras veces otros, los que gobernaron
el país y lo llevaron a la miseria. Eran ellos los que defendían las bondades
de la economía del país, y de cómo todo ese gasto se podía sostener sin problemas,
y también recuerdo a esas empresas de calificación crediticia diciendo que la
deuda griega merecía una triple A positiva como un solete de grande. Grecia era
un país simpático dentro de la vieja Europa en el que todo el mundo confiaba, y
sus dirigentes, personajes serios que sabían hacer una lectura correcta de la
realidad que manejaban. Ningún organismo internacional levantaba la voz, y sus
divisiones de control asentían convencidas del correcto funcionar del sistema.
Los bancos europeos –sus dirigentes, que son los que deciden estas cosas– les prestaban
los dineros con una magnífica sonrisa profident, orgullosos de su ojo
financiero para saber rentabilizar sus inversiones, y exigían un tipo de
interés de acuerdo a sus análisis de riesgo, como se ha hecho siempre, y todo
de acuerdo a las reglas de la Economía del capital.
Pero llegó la
crisis, y todo cambió de la noche a la mañana. Recuerdo como asistí, atónito
igual que otros muchos, aquel quince de septiembre de dos mil ocho, a la
quiebra de Lehman Brothers, y de como Luis de Guindos se quedó en el paro. Y el
mundo occidental entró en crisis. O más bien en una montaña rusa de crisis
sucesivas que todavía hoy persisten en sus efectos. Y Grecia dejó de ser
creíble. Resultó que su estructura económica no tenía suficiente capacidad de producción
para generar los beneficios requeridos para devolver el dinero prestado. Aquí
es donde estamos, y aquí es donde se ha liado parda. Tenemos a todos los
actores del guion, cada uno representando su papel y su función. La típica
jaula de grillos, pero con traje de Armani.
¿Recordáis
como se luchaban las guerras en la Edad Media? Había una serie de señores, a
cual más burro, que se reunían en fiestas de luces y colores, y que parecían
llevarse bien, sin grandes problemas, en lo que se gastaban el dinero que no
era suyo en banquetes y cogorzas. Iban a la guerra hombro con hombro y se
repartían los despojos, disfrazando las matanzas con soliloquios para
analfabetos. Hasta que sus intereses se entrecruzaban y entonces se partían la
cara entre ellos por tal o cual territorio sobre el que decían tener derecho,
ya fuera éste divino o prosaico. A veces ganaban, y se hacían construir
estatuas en bronce con pantalones ajustados de la época, de los de marcar
paquete; otras, hincaban rodilla en tierra y salían en cuadros como La rendición
de Breda, bien peinados. Al final, parece que la historia se va repitiendo, con
distintos campos de batalla, pero con los intereses de siempre: quedarme con lo
que considero que es mío, y que tiene el otro. Como sea.
Todo sigue
igual en el frente, de hecho. De los soldados no se acuerda ni la madre que les
parió. Aquí, y entonces, siempre la espichan los mismos, los soldados de a pie,
los que están difuminados al fondo del cuadro, sujetando su lanza y la del
compañero caído, con la suela del zapato llena de sangre anónima. Llena de
sangre como la suya, de peña a la que no conocía y con la que se ha partido el
alma porque el hijo de puta que sale en el centro del cuadro le dijo que tenía
que hacerlo. Por la gloria de las Españas, o de las Europas, o de las economías
de libre mercado que salvaguardan la libertad del ser humano para hacer negocio
y fortuna dejando su conciencia libre de pecado por los caídos al paso del filo
de su espada. Esos soldados somos nosotros, a los que nuestros dirigentes y sus
herramientas de poder fáctico envenenan para que nos cisquemos en los muertos
de los griegos que vivieron a nuestra costa y nuestro dinero. Para que les
demos el poder cada cuatro años, justificado en la protección que nos brindan
cual mafiosos, velando por el pueblo pero sin el pueblo, masa ignorante de
plebeyos sin cabeza.
Esa es mi
opinión, la que me ha pedido más de uno, y que tengo muy clara en mi cabeza. No
pienso levantar una espada en este frente contra gente igual de desprotegida
que yo mismo contra los desmanes de los poderosos que, como han hecho desde
hace siglos, se reparten el pastel utilizándonos dentro de un tablero de
ajedrez en el que no nos consideran más que sus peones.
Alberto Martínez Urueña
30-06-2015