Andaba aquí trajinando con el texto
que os iba a mandar esta semana. Algo tranquilo para compensar las rajadas que
se me han colado en los últimos tiempos, pero ha sido imposible. He cogido el
teclado y casi lo reviento contra la mesa, leyendo las noticias de los últimos
días; y con el colmillo revirado que la prosa me ha otorgado, me he tirado a
morder con saña, en plan perro viejo y sarnoso. Con más calle de la debida.
En realidad, la gente que me
conocéis desde hace tiempo sabéis que soy un tipo tranquilo que a veces se
exalta con ciertos detalles que considera injustos. Normalmente se relacionan
con la insana costumbre que tienen ciertos vertederos existenciales con forma
humana de querer pisarle el cuello al vecino. Unas veces es para sacarles hasta
las muelas sin que rechisten demasiado, en plan monto una crisis económica,
reviento las condiciones laborales de los trabajadores y me quedo con todo tipo
de beneficios económicos que hayan acumulado con los años. Y les cobro por los
sociales. Otras veces, más complicadas de ver pero con iguales efectos para el
hígado de quien lo sufre, deriva de la simple necesidad enferma de sacudir
hostias para demostrar quién manda aquí, en este patio de vecinas que alguien
llamó España. En definitiva, por la mala costumbre que tienen ciertos cabrones
de querer demostrar su más absoluta ignorancia al respecto de lo que supone
pertenecer a la raza humana.
Así que me llegan por el aire, en
forma de impulsos electromagnéticos, un par de noticias. La primera de ellas,
el twitter de la Cospe congraciándose con los enfermos de cáncer en el día
Mundial de la enfermedad, y la sabia respuesta (y a lo mejor delictiva, por lo
de las nuevas leyes peperas) de cierto anónimo recordándola el cierre de la
planta de oncología infantil del hospital de Toledo. Medida que puede ser muy
eficiente desde un punto de vista económico, pero para los padres es todo un
rejonazo en la nuca. Y antes de que nadie me salte al cuello sobre si es cierto
o no lo del cierre, o incluso conveniente para la colectividad manchega, diré
que la reacción de estos últimos me ofrece más credibilidad que la ampulosa
prepotencia con que los responsables políticos pretendieron salir del paso. Y
hasta ahí puedo leer. Por aquello de las leyes.
Otra de las pomposas gracias con las
que han querido engalanarme la semana han sido las declaraciones de la lideresa
del PP madrileño. Sí, sí, otra de esas grandes señoras que no saben lo que
sucede en su propia casa, como la infanta. En este caso, hablamos de la casa
política, con toda la Comunidad Autónoma puesta de largo con la trama Gurtel y
ella escaqueándose justo antes de que saltara la liebre. Y dando lecciones a
los que se han quedado de cómo hay que hacer las cosas. No es que Mariano me
caiga mejor que ella, ojo. También hay que echarle huevos de que te pillen con
lo de “Luis, se fuerte”, y no se te tuerza el gesto cuando sales en una
pantalla de plasma sin derecho a preguntas para explicar el porqué se te fue el
dedo al mandar el mensaje.
La cuestión. Las declaraciones
echando un “poquito” la bronca, así como hace ella, con gracia y salero, a
empresas privadas de comunicación por dar cancha a los desarrapados
perroflautas de PODEMOS, partido al que acusan de todo lo que pueden en cuanto
se descuidan. Entre otras cosas, al margen de llevar el pelo largo, lo hacen
por prometer cosas que luego no van a poder cumplir. Yo, cada vez que les oigo con
esta carraca, es que me disloco la quinta lumbar a carcajadas. Deporte
nacional, lo de incumplir promesas…
No sé, con el panorama que me ponen
sobre el tapete se me quitan las ganas de explicaros historias económicas, como
aquella de los bancos que consiguieron que les pagáramos sus deudas a escote. O
la de aportar cifras y hechos medianamente objetivos con que respaldar mis
afirmaciones. También la de la demostración econométrica derivada de la teoría
de los ciclos presupuestarios de cómo unas elecciones a la vista afecta a la
planificación de los Presupuestos Generales del Estado. El espectáculo
bochornoso que nos ofrece la clase casposa y beligerante de nuestro país hace
que cualquier razonamiento sea baldío ante la demostración palmaria y flagrante
de que nos toman el pelo y se lo ríen en sus juntas generales. Esa clase
política adocenada en sus escaños y representada por ese partido conservador
para sus derechos y propiedades y esquilmador de los ajenos –hoy les ha tocado
a ellos–, y por una socialdemocracia desfigurada por sus escarceos
teoricoprácticos con los poderes fácticos –culo hacia la luna sobre marcha
militar–. No me venga nadie, cuando lleguen las elecciones, a contarme sobre el
tema del voto útil, los partidos responsables que no hacen aspavientos raros o
lo de que es una ínfima minoría los que se ven afectados por los casos de
corrupción. Si alguno se salvara de la necesaria quema –metafórica, putas
leyes–, no sería de las direcciones de tales familias que, como poco, miraban hacia el tendido cuando llegaban los
beneficios de negocios poco controlados y mantenían en el cargo a los matones. No
voy a olvidar que las promesas electorales son el aspaviento más usado, caricias
electorales que se vuelven tortazos administrativos cuando toca cumplirlos,
independientemente de la bocaza que las escupiese. Y ojito con tocarme el voto,
porque aunque hay quien me diga que esto no vale de nada, después de tanto
tocamiento innoble en las partes bajas, es la única herramienta efectiva y real
que me han dejado para decirles que se pueden ir a tomar por el culo.
Alberto Martínez Urueña 10-02-2015
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