lunes, 9 de junio de 2014

Muchas gracias, "demócratas"


            Leía hace ya unos días –para que veáis que me esfuerzo en entenderles– unas declaraciones de Alfonso Alonso, portavoz del PP en el Congreso, sobre cuestiones relacionadas con las elecciones europeas, y en concreto con la irrupción del partido de Pablo Iglesias, Podemos. Al margen de las acusaciones referentes al mensaje que contiene su ideario, les reta a pasar de la tertulia al escaño –como si ellos no evangelizasen a su electorado desde sus controlados medios de comunicación– en un claro intento de banalizar un discurso que cala a la perfección en la mentalidad de la gente. Da que pensar que los dirigentes de los principales partidos políticos consideren que el mensaje que mejor se adapta a las necesidades y voluntades del pueblo es imposible y “populista”; sobre todo, teniendo en cuenta la ristra de promesas electorales incumplidas que llevan a sus espaldas, no sólo las flagrantes de esta última legislatura, sino desde el comienzo de la democracia. Por otro lado, insiste el dirigente popular que el verdadero interés de los ciudadanos son las cifras económicas que permitan salir de la crisis en la que estamos instalados desde hace más de un lustro, no esos discursos populistas de mensaje fácil y carentes de concreción, como si ese mismo mensaje ampuloso y grandilocuente no estuviera igualmente vacío de contenido concreto.
            Todavía no han entendido estos gansos de corbata planchada y cuello tieso que, más allá de la evidencia de sus palabras –todo el mundo quiere salir de la crisis–, todo lo sucedido estos últimos años nos ha vuelto a todos un tanto suspicaces con respecto a sus verdaderos intereses y al sentido de sus actuaciones. Estamos donde estamos, desde luego, y hay que intentar solventar la papeleta; sin embargo, no se nos olvida quiénes eran los gestores que nos han traído a nuestra actual situación y que organizaron la peor debacle económica y social desde hace un siglo, quiénes eran los encargados de controlar los desmanes de los insaciables mercados y quiénes miraban para otro lado – o incluso defendían a capa y espada, por su honor y esas zarandajas– mientras los corruptos se lo llevaban crudo. Ahora quieren hace un truco de magia en el que los responsables de todo esto sean los más válidos para sacarnos las castañas del fuego. Más allá de esto, la gente por fin ha visto que, al margen de la inevitable coyuntura del ciclo económico, en nuestro sistema social, político y económico subyacen auténticos problemas estructurales y saben que no basta con salir de crisis, sino que también es importante en qué condiciones quedamos.
            La crisis ha demostrado, en definitiva, que existe una cara oculta del político detrás de la sonrisa electoral y de los trucos de marketing que guían las campañas, los mítines y los baños de multitudes. Además, aquello de que “todos haríamos lo mismo” ya no convence a tantos: visto el precio facturado esto deja clara la importancia de la responsabilidad social, más allá de las modas pasajeras y de medios de comunicación interesados en adocenarnos. Ya no importa tanto el mantra de “para qué si no vas a cambiar nada”, y ha cobrado importancia el llamado “derecho a la pataleta” como instrumento que sirva para, al menos, no ser cómplice de la barbarie.
            Esta responsabilidad no alcanza a esos señores de traje oscuro que se relamen el pelo y dejan que se les pudra el alma. Suben hasta unas esferas en las que parece que les falte el oxígeno y abandonan cualquier empatía que les hubiera llevado al servicio público, permitiendo que los amos del mundo les necrosen el corazón con sus zalameras influencias. Eso, admitiendo que la mayoría sean honrados, y por lo tanto estúpidos e incompetentes, tal y como demuestran cada vez que abren la boca o gestionan lo público. La otra posibilidad, contrastada tras cientos de casos de corrupción –presuntos para un sistema judicial conformado a su medida–, es que actúan en contubernio con lo más bajo de nuestra sociedad, pudriendo desde las raíces el sistema en el que dicen creer, y sobre el se que cagan cada vez que tergiversan cualquier lógica para justificar la delincuencia que les rodea – y que a algunos les empapa–.
            Lo peor de todo es que, con su actitud servil y canallesca, han conseguido que el fascio europeo, que dejó el continente hecho un solar durante la primera mitad del siglo veinte, haya adquirido los votos de ciudadanos desengañados a los que no son capaces de ofrecer una solución a sus problemas gracias a un discurso que Hitler demostró que cala a la perfección en situaciones como la que vivimos. La extrema derecha de Le Pen, los xenófobos anglosajones, el Jobbick húngaro, el Ataka búlgaro, el Amanecer Dorado griego o ¡el partido nazi en Alemania –gracias, Merkel–! han entendido desde hace años que estamos en manos de los lobos y aprovechan cualquier coyuntura para verter su ponzoña en el alma de la gente. Gente que, hervida en sus propios jugos de odio y violencia soterrada, está dispuesta a cualquier cosa con tal de demostrar a esos títeres que antes de que sigan usándonos como moneda de cambio está dispuesta a vender su alma al diablo para echarles de sus escaños. Y cuando el odio encuentra sus justificaciones, ya no queda sitio para la humanidad. Muchas gracias, “demócratas”.
 

Alberto Martínez Urueña 9-06-2014

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