Joder, macho, estaba el otro día escuchando la radio –una de esas emisoras en las que ya no respetan ni a la monarquía ni a la santa sede ni a la santa madre que les parió– y me enteré de que ya falta poco para que consigas proteger de una vez por todas a esta sociedad de los desmanes del libertinaje y la irresponsabilidad gracias a tu ley del aborto. O mejor dicho, contra el aborto. No sé si te lo habrán contado, pero allí se repartieron hostias como en una catedral del Medievo, y la mayor parte de ellas iban dirigidas de forma directa o indirecta contra ti. Y claro, me dije, “pobrecillo, si tampoco está tan mal eso que está haciendo como para que le lluevan tales bofetones dialécticos”. Y me entraron ganas de defenderte un poco.
Esa gente reaccionaria y pecadora no entiende tu postura. Creen que estás en contra de ellos, pero no es así; únicamente estás a favor de que determinadas cuestiones morales no queden al albur de la decisión de quienes han demostrado no ser dignas –y aquí uso el femenino adrede– de tal confianza. ¿Cómo vamos a tener en cuenta la opinión de “personas” que demuestran con sus actitudes y sus fornicaciones que no pueden regir su vida? Por supuesto que en otras facetas sí, pero cuando se trata de la salvación de su alma inmortal, la gente de bien no podemos quedarnos al margen y hemos de hacer todo lo posible por garantizar su salvación a pesar de ellos mismos. Perdón, mismas. No entienden tus desvelos, y te lo pagan como un mal hijo, criticando tu necesario celo en pro de la defensa de la moralidad ibérica. No en vano, España puede tener por orgullo ser uno de los países europeos en donde la Santa Sede no manda, pero sí aconseja a los diferentes ejecutivos sobre las posibles orientaciones que han de dar a los fondos públicos y las legislaciones emanadas del Parlamento.
Tampoco te entienden esos hipócritas europeos. De los socialdemócratas lo podías esperar, es cierto, con sus ideologías sobre la libertad de conciencia que no tienen ni pies ni cabeza: ¿desde cuando el pueblo llano ha tenido la capacidad para tomar por sí mismo decisiones relevantes sobre su propia esfera privada, sin el necesario tutelaje de las élites? En cuestiones económicas sí; y, de hecho, tú y tu partido defendéis la libertad de conciencia para hacer y deshacer lo que sea con el patrimonio privado, y también en los negocios que se emprendan con ellos. Pero en cuestiones como lo del aborto, es distinto. Hombre, habiendo dinero de por medio siempre existirá la posibilidad de cometer el pecado fuera de vuestro cortijo, en Londres, o en cualquier otra cuna del diablo; pero aquí dentro no puede ser, y si no hay pelas para irse, te quedas y cumples como buen ciudadano.
Pero, ¿qué pasa con los liberales, o los democristianos? No hablemos ya de otros como el Frente Popular francés, que han torcido un poco el gesto con tu proyecto, y han dicho no-sé-qué del derecho a la propia conciencia de las mujeres. Si quizá tengan razón, pero tu condición de practicante –de cierta secta con las ideas más claras que esos practicantuchos de pacotilla de la versión light del catolicismo– te impide, insisto, mirar para otro lado y no cuidar del pueblo y su acceso al reino futuro de los cielos. Parece que, salvando determinados países amigos con un progreso cultural quizá un poquito más atrasado que España, te van a mirar mal durante un tiempo cuando pasees palmito por Europa.
Ah, por cierto, se me olvidaba comentarte una cosa. Evidentemente, en esta carta estoy utilizando un recurso lingüístico conocido como la ironía –te lo explico por si no llegaste a esa lección, cuando pasaste por el colegio– porque el contenido de la que debería escribirte sería un poquito más fuerte. A ver, utilizaría palabras reconocidas por los miembros de la Real Academia de la Lengua que, aunque pueden parecer un poco carcas, de esto entienden la hostia, y les han aplicado –a esas palabras, no te pierdas– unas definiciones muy concretas que a ti y a tus amigos os vendrían que ni pintadas. No, no tienen nada que ver con las que sueles escuchar por las medidas económicas clasistas y regresivas que estáis tomando desde el Consejo de Ministros para favorecer a vuestros amiguetes – ya sabes, la libertad de conciencia no alcanza a los negocios, ni a los euros–; son algo distintas y tienen que ver con otras cuestiones. No me malinterpretes, no soy más conciso porque tu colega, Fernández-Díaz, ha dicho que al que las utilice, aunque sea correctamente según la definición dada por la RAE, le puede caer un paquete del copón bendito. Y puedo ser un poco antisistema en mis apreciaciones, pero tampoco soy tonto.
Así que aquí lo dejo, campeón. Parece que algunos de los ministros que nombró Rajoy –a él tampoco me atrevo a definirle– os habéis puesto como objetivo aunar a la opinión mayoritaria en contra vuestra. Y lo vais consiguiendo. De hecho, me he llegado a plantear si el auténtico programa electoral con el que os presentasteis –no ese que salía en la tele, ese ya dejasteis claro que era para la galería– no era cometer las mayores tropelías posibles desde el Gobierno, si no crearos enemigos allí por donde pasaseis.
Un saludo. Espero que con esta legislatura ya hayas quedado ahíto de poder y, una vez que hemos visto el verdadero semblante que guardas detrás de tus impecables maneras, no vuelvas a asomar la cara por ningún puesto público. No te preocupes por tu legado y tu memoria, porque vas a quedar bien grabado en el recuerdo de muchos de nosotros.
Atentamente
de tu tocayo
Alberto Martínez Urueña
27-06-2014