Me comentaba
un buen amigo que ha estado hace poco en Londres, ciudad en la que vivió cuando
era niño, que le sobrecogió ver cómo había crecido la desigualdad en las
calles, el incremento de los usuarios de los comedores sociales y de los bancos
de comida. Me pedía mi opinión al respecto de tales situaciones que, al mismo
tiempo que los gurús nos hablan de recuperación económica, van creciendo de
manera insoportable. De igual forma, podríamos hablar de cualquier otro ejemplo
de los que os sabéis y que surgen cuando descendemos de las gloriosas cumbres
de sus rascacielos financieros a las sombras que producen estos en los
arrabales de sus ciudades.
Hace unos
días leí cierto artículo económico sobre el libro de un afamado economista francés
llamado Piketty, y aunque no acostumbro a hacerlo, os dejo la dirección al
final del texto, para el que quiera entretenerse un rato. El artículo se hacía
eco de la demostración estadística de como el capital ha ido aumentando su
enriquecimiento con respecto a la clase trabajadora, provocando de esta manera
la creciente desigualdad que el sentido común intuye a nuestro alrededor. Esto
ha sucedido, por la voracidad de un sistema capitalista hábil en
deshumanizarnos, llamándonos factor trabajo, y cuyo único y exclusivo interés
consiste en aumentar la rentabilidad de sus inversiones. Esto ha sucedido, además,
con el beneplácito de las clases políticas mundiales, las cuales han pasado de
tratar de ocultar el compadreo con tal sistema a mantenerlo con absoluta
desvergüenza pública, justificándose bajo un paraguas de intelectualidad
económica ambigua.
Haber
estudiado mi Licenciatura de Economía me enseñó una verdad que, en la coyuntura
actual, se ha vuelto cada vez más inquietante, y es que considerada aquélla al
margen de cualquier otro tipo de argumento, sobre todo los de contenido ético y
humano, permite justificar aplicaciones de lo más siniestras. La Economía, al
margen de cualquier tipo de elección social, se convierte en una herramienta
perfecta en manos de personas cuyos intereses suelen estar enfrentados con nuestros
derechos.
Entrando en
materia, el estudio realizado por este economista demuestra de una manera
bastante clara como, al margen del discurso demagógico y populista de nuestros
líderes políticos y de la ingenuidad de aquéllos que les siguen votando y creyendo
sus mentiras, el sistema en que estamos instalados ha sido creado expresamente
para favorecer la acumulación de renta y riqueza por parte de una élite cada
vez más pequeña y más poderosa. Independientemente de los manejos de tales
élites –para los que no me faltan ibéricos epítetos–, progresivamente se ha ido
desmantelando la estructura que teníamos para corregir los efectos perversos
que provocaba su avaricia desmedida. Y este proceso de desmantele no ha llovido
del cielo, como las plagas bíblicas: ha sido realizado por todos los gobiernos sucesivos
de nuestro prepotente mundo occidental. El llamado proceso de redistribución de
la renta y la riqueza realizado a través de sistemas fiscales progresivos se ha
transformado en una mentira más al servicio de la transferencia de rentas hacia
las clases más poderosas, en un proceso de acumulación de la renta y la riqueza
en pocas manos. La base científica para justificar este proceso existe, pero no
está claro que funcione: se basa en la afirmación de que estas clases pudientes
reinvierten su dinero en los procesos productivos y así generan más riqueza que
se distribuye entre el resto de los agentes económicos a través de la
retribución de los factores de producción, capital y renta.
Pero esto
hace aguas, desde mi modesta opinión, por dos motivos: el primero de ellos, tal
y como demuestra Piketty en su trabajo – y nuestro sentido común desde hacía
tiempo intuía –, es que en la retribución de tales factores se produce un
efecto de desequilibrio entre ambos, quedando evidentemente desfavorecido el
factor trabajo, es decir, las personas que reciben un salario –o sea, todos
nosotros–, haciendo que seamos cada vez más pobres con respecto a esas élites
que drenan la renta y la riqueza hacia sus dominios financieros.
Y en segundo
lugar, si lo que buscan las hienas capitalistas es rentabilizar su inversión,
nada nos garantiza que los procesos productivos en los cuales nos ganamos la
vida mayoría de la población sean los más rentables, y por tanto el destino
final de su reinversión. Por mucha teoría que pretendan arrojarme a la cara
esas bestezuelas clasistas de los neocon, no hay ni una sola prueba de que, en
lugar de reinvertir los beneficios en las fábricas que dan trabajo a mis
conciudadanos, se lleven esas plusvalías a las fábricas de Bangladesh, donde el
coste de la mano de obra es una absoluta vergüenza humana, y las condiciones de
trabajo dignas de cualquier campo de algodón dieciochesco. Eso, en el mejor de
los casos. En el peor, se están pasando la fiesta padre a nuestra costa, a base
de putas y coca –como ya han reconocido algunos, véase el Lobo de Wall Street–,
reinvirtiendo sus dineros en los negocios más rentables que hay a lo largo y
ancho de este mundo: las armas, el narcotráfico y la trata de blancas. Gracias
a Piketty por su esfuerzo; ahora ya sólo quedan engañados los que quieren.
Alberto Martínez Urueña
28-04-2014
PD: Aquí os dejo el enlace