domingo, 1 de diciembre de 2013

Desamparados


            Ciertamente reconozco que leer mis textos sobre actualidad política y sociedad tiene que suponer un ímprobo esfuerzo anímico para evitar caer en la depresión más absoluta. Ya no es sólo la crisis económica que nos machaca de manera sistemática día tras día; se unen una gran cantidad de perrerías de toda índole que parecen querer confirmar aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor. Si tuviera que describir la sensación colectiva que nos envuelve, elegiría el desamparo más absoluto: vivimos en un lugar oscuro y frío al arbitrio de los lobos que rodean nuestro campamento, preparados para dar un nuevo mordisco sin que nadie esté dispuesto a defendernos. Hay quien intenta levantar la voz para decirnos: “¡Defendeos vosotros! No os dejéis maltratar de esa manera”. Pero la realidad parece imponerse una y otra vez, y nos aplasta con la sentencia de que no hay posible actitud que nos salve de los depredadores.
            Ya no es sólo que no haya quien nos proteja de ellos, sino que quienes deberían hacerlo, se han convertido en los matones de discoteca que no nos dejan entrar en su fiesta. Estos, por un lado, tienen un discurso más o menos populista, elaborado mediante argumentos en los que nadie cree porque hemos visto que son insulto continuo; y por otro lado, ya sabemos que bailan un ritmo que ninguno de nosotros ha decidido marcarles. Más aún, somos el llamado factor trabajo, una pieza más del engranaje que utilizan seres que parecen humanos para sus aviesos propósitos; en este juego, quienes deberían protegernos, acaban ofreciéndonos en sacrificio en el altar de la economía capitalista, en donde el panteón existente está repleto de hienas.
            Ocupados en estas cuestiones, a nuestros secuestradores a penas les queda tiempo para gastarlo en problemas que nos acosan y que nada tienen que ver con el sistema económico fraudulento y podrido en el que estamos cautivos. Otros aspectos de la sociedad para los que les necesitamos, a fin de que nos doten de herramientas eficaces de defensa, quedan olvidados y sólo cuando la situación clama venganza ponen cara lánguida y se presentan ellos mismos también como víctimas, cuando son partícipes necesarios por su flagrante pasividad.
            Durante muchos años, y de esto guardo perfecto recuerdo, la sociedad española ha vivido escandalizada al ver cómo los culpables de espantosos delitos quedaban libres, convirtiendo a la Justicia en una meretriz de la que nadie puede fiarse, que promete grandes placeres y que te roba la cartera sin que te des cuenta. Los políticos españoles no han tenido el más mínimo pudor dejando de legislar durante largos años aspectos cruciales para la paz social. No hablo siquiera en la dudosa necesidad de venganza y resarcimiento de las víctimas de actos terribles; les ha quedado demasiado grande poner en funcionamiento algo tan simple como un sistema jurídico con el que los ciudadanos se sientan seguros y al menos sepan las reglas con que jugamos en un Estado de Derecho de un país que se dice primermundista.
            Todos los problemas surgidos con la doctrina Parot son un claro ejemplo de cómo los políticos han sido incapaces de dotarnos de un Código Penal como el que quiere cualquier persona medianamente sensata; en gran parte porque viven aislados de tales demandas, sordos los oídos y acallados los gritos por su propia autocomplacencia. Cuando un tribunal jurídico con la relevancia del de Derechos Humanos sentenció que se vulneraron preceptos fundamentales, nuestros representantes se han saltado cualquier noción de vergüenza torera al incluirse entre las víctimas, lugar que no les corresponde. Además, en un ejercicio de irresponsabilidad absoluta y vergonzosa, han cuestionado tanto la autoridad como el sentido de la sentencia de un tribunal que, insisto, defiende los Derechos Humanos, abriendo la posibilidad de que sentencias posteriores sean igualmente cuestionadas. Los culpables de que veamos salir de la cárcel a personajes de lo más siniestro, sobre los que la inmensa generalidad de la ciudadanía considera que no han cumplido la deuda contraída, son esos que no fueron capaces de dotarnos de un Código Penal a la altura. Por ello, cuando les veo salir en horario de máxima audiencia poniendo cara de pena y relatándonos lo indignados que están, me entra una mala hostia que no os hacéis idea. El esperpento rayó el absurdo cuando algunos de ellos, la mayoría peperos de pro, aparecieron en una manifestación en contra del Tribunal mencionado. Ya después, recapacitando, recordé que a esos señores tan elegantes de cara compungida se la sudan los derechos humanos, y que llevan poniendo trabas a que se investiguen crímenes contra la humanidad desde hace décadas. Me quedaron claras ciertas cosas, como el uso que están haciendo de una herramienta que nadie en su sano juicio democrático comprende como es el indulto gubernamental. Yendo a lo concreto, el silogismo que nos ofrecieron para justificar su presencia en tal manifestación demostró que a esta gente se la trae al pairo buscar un buen motivo para hacerlo, lo que denota la opinión que tienen del vulgo al que dicen representar.
            Así que más les valdría sacarse de la boca tanta palabrería y volver a la cueva a la que pertenecen. Ya sabemos que son unos demagogos y que juegan para los grandes; que en las fiestas que éstos organizan son los bufones y que no se pierden una para ver qué es lo que se cae de las mesas, como los perros de los señores feudales. Yo, por mi parte, concluyo como siempre: sigo buscando la manera de modificar todo esto, pero en lo que lo encuentro, al menos no rendiré mi conciencia y mi voto al brazo político que nos quiere de rodillas y en silencio.


Alberto Martínez Urueña 30-11-2013

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