Vuelvo de
nuevo por estos andurriales tecnológicos con ganas de comentar un poco las
últimas jugadas que nos hemos tragado los españoles. El verano ha sido
especialmente candente en lo que se refiere a actualidad, y es que nuestros
representantes se empeñan una y otra vez en demostrar su incompetencia y su
falta de saber estar; y para los que estamos pendientes, mirando sin pudor, se
nos hace cuesta arriba ver a personajes tan dudosamente preparados (al margen
de la pinta de mafiosos) ocupando tales cargos. Y antes de nada afirmo que ser Registrador
de la Propiedad, Abogado del Estado o cualquier otro cargo de demostración
memorística no garantiza en modo alguno un simple sentido común necesario
cuando hablamos de tanta responsabilidad.
Lo más
inmediato de todo, si queremos hablar de actualidad candente, sería tratar a
vuela pluma el asunto de las Olimpiadas. Antes de nada, decir que como buen
deportista, no me habría importado que Madrid hubiera sido elegida como sede
para el dos mil veinte: las oportunidades de haber podido ver in situ alguna prueba
del certamen deportivo más importante era realmente algo realmente goloso. Sin
embargo, resulta que a la tercera no ha ido la vencida, y la elegida ha sido la
megalópolis más poblada del planeta, es decir, Tokio. Obviedades aparte, hay
que decir que ni en una reunión con la difusión de una elección de sede, los
españoles hemos podido evitar llamar atención de la mala. Todo se empezó a
fraguar cuando los políticos de turno quisieron hacerse la foto en la tribuna,
y claro, no se dieron cuenta de que no tiene nada que ver dar un discurso en un
polideportivo ante militantes adocenados de tu partido, con aplauso asegurado y
baño de masas incluido, que hacerlo ante gente medianamente seria,
internacional y con más mundo que un seiscientos. Nuestro orgullo pasaba por
saber hacer un Power Point, un video y poco más, porque nuestro presidente del
Gobierno no sabe hablar más que en un castellano mal pronunciado y la alcaldesa
de Madrid se dejó ella sola en evidencia dando un discurso en un inglis de
Lavapiés que abochornaría a todo un rebaño de toros de Osborne. Además, con la
dicción especial para niños de tres años y retrasados mentales (con todo el
respeto al colectivo de los disminuidos psíquicos), los miembros de COI debían
estar pensando que les se había colado en la parranda el doblador de Pocoyó.
Al margen de
estas tesituras, no voy a ser yo quien juzgue si Madrid era la mejor
candidatura o no: para eso había jueces con sus propios criterios marcando las
normas de elección, normas que realmente nadie conoce y que no están sujetas a
parámetros objetivos. Puede parecer justo o no, pero cuando participas en el
asunto sabes a qué atenerte. Es como en las elecciones generales, que sabes que
te mienten cada vez que salen a la palestra a soltar proclamas que vitorean
esos a los que el discursito de la Botella les haya parecido fabuloso
(seguramente tenga al profesor de idiomas en casa): pedir explicaciones resulta
vano e iluso. Yendo un poco más allá, justo a eso de las diez menos cuatro de
la noche hora local, empezaron, algunos, a demostrar el auténtico colmillo
ibérico, e iniciaron la búsqueda de responsables, comenzaron a dar
explicaciones repletas de subterfugios e intereses velados, a explicar las
cosas no en base a que quizá Tokio fuera mejor candidatura, si no en base a la
manía que nos tienen en esos mundos de Dios. Es muy probable que eso de la sede
sea un politiqueo más, ciertamente, pero los que clamaban al cielo, como
nuestro queridísimo y beatísimo señor Wert, se retrataron perfectamente “creyendo
el ladrón…” y lanzando balones fuera, en lugar de buscar bajo el refajo la
propias vergüenzas, aparte de demostrar tener muy poca elegancia en el perder. Ojo,
no todos hicieron eso; es más, los deportistas en general demostraron que saben
qué es eso de competir contra otros: la posibilidad de perder siempre está
presente.
Tragedias al
margen, ésta no es sino otra ocasión en la que nuestros políticos dan el callo
y la talla… que pueden. Llega un momento en el análisis político que los legos
podemos realizar en que te planteas si no sería mejor pagarles cuatro o cinco
veces más de lo que cobran por cargo. Quizá de esa manera, y digo sólo quizá,
podríamos librarnos de toda una casta polvorienta, nefasta y además mediocre
que, haciendo lo que se presupone que va a hacer un político (ya sabéis a qué
me refiero), es incapaz de gestionar lo obvio. Por un lado, tenemos los evidentes
problemas para controlar a esa gentuza, dignos herederos de toda una saga de
salteadores de caminos, extorsionistas, caciques, corsarios y demás
representantes de la picaresca hispana; ahí habría que exigir organismos
independientes encargados de vigilar la gestión pública según criterios
económicos, legales y humanos. Pero por otro lado, quizá si pusiéramos sobre la
mesa unos salarios acordes con otros países, esos puestos serían codiciados por
personajes que pudieran estar más preparados que la gente guapa que ahora
tenemos.
Alberto Martínez Urueña
8-09-2013
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