sábado, 21 de septiembre de 2013

Uniformidad y deporte


            Acabo de leer una noticia en los medios digitales y he sentido la imperiosa necesidad de sentarme delante del teclado. Esta vez va a ir de deporte, del deporte en España y de cómo se ve que funciona la rueda que lo arrolla todo. La historia mencionada habla de la poca repercusión mediática que han tenido los últimos éxitos deportivos de nuestras selecciones nacionales femeninas, y a ese respecto estoy totalmente de acuerdo con el hecho y con la frustración que puede suponer para ellas.
            Sé cuál es el argumento a favor de que las cosas sigan como hasta ahora, y que tales eventos queden marginados a la mínima expresión de una pequeña columna en un diario, o una de las últimas páginas si se trata de prensa especializada: los medios de comunicación sólo retransmiten aquello que demanda el público y que hace rentable la emisión. No deja de ser un argumento en pro de la profesionalización absoluta del deporte hasta sus máximas consecuencias, y los defensores de las leyes económicas de la oferta y la demanda así lo propugnan. Visto de otra manera, no deja de ser el mismo argumento para que año tras año tengamos estiércol en horario de máxima audiencia con rostros perfectamente conocidos y responsables del adocenamiento nacional.
            Sin embargo, y siguiendo por esos derroteros, no deja de ser igualmente cierto que se usan técnicas de marketing para ampliar mercados, y precisamente por eso, hoy en día, tengo amigos que se gastan más pasta que una titi en cremas y lociones para la jeta. Este hilo argumental lo podemos enmadejar con la repercusión mediática que tiene, en otras zonas del globo, deportes diferentes e igualmente femeninos. Es decir, no hablo más que de aplicar presión para que, además de consumir el deporte que hoy en día se consume, se aumente la oferta hacia otros campos.
            Y esto nos puede llevar a quien considere deportes menores a todos aquellos que no sean fútbol y, residualmente, baloncesto, y en base a tales argumentos, predique la doctrina del pensamiento único deportivo en los grandes medios. Es un razonamiento respetable, y no seré yo quien lo critique, pero con tal silogismo basado en los méritos de lo retransmitido, hemos llegado a una televisión en la que, al parecer, los únicos responsables de los beneficios, y por tanto merecedores de sus frutos, son dos equipos de un único deporte en todo el territorio español.
            Recuerdo aquellas épocas de jornadas de fútbol a las cinco de la tarde, y quizá un partido importante fuera de horario; aquellos carruseles deportivos en los que los locutores se quedaban afónicos durante dos o tres horas de retransmisión, dando gritos cada vez que el pitido que anunciaba algún tanto en algún estadio hacia que te mordieras las uñas por si acaso estaba involucrado tu equipo. Hoy sólo vivimos eso en las últimas jornadas si acaso hay intereses demasiado confrontados.
            Por otro lado, víctimas de toda la vorágine de las técnicas de manipulación que utilizan las organizaciones del ocio, vemos todo el términos de blanco y negro, duales, de enfrentamientos agresivos y cada vez más masificados en los que ser del equipo de tu ciudad no se considera casi ni socialmente lícito. Al igual que caemos presos en los engaños de la publicidad para comprar el móvil último modelo, el coche más rápido y la televisión más grande, nos dejamos retrotraer de nuestros posibles gustos a los ÚNICOS gustos permitidos por la sociedad de la imagen, del éxito y de la competitividad.
            Todo esto, para mí, rompe con cualquier otro razonamiento que no me deje disfrutar de lo minoritario, ya sea deporte femenino o cine asiático. Tenemos una televisión digital con más canales de los que ha habido nunca en nuestro país, pero da la sensación de que cada vez hay menos posibilidades –salvo que pagues el dineral que cuesta la televisión por cable–; exactamente pasa igual con el resto de los aspectos de la vida, en una cultura que rehúye lo diferente y pretende uniformizar los gustos, los deseos y las necesidades, y por tanto a las personas. Ofrecen razonamientos plausibles y perfectamente construidos para justificar sus decisiones y actuaciones apelando a la divina razón, aunque éstas puedan ser humanamente equivocadas; si no estáis de acuerdo conmigo, mirad la situación económica y social y quizá entendáis de lo que hablo: una situación en la que la lógica económica nos obliga a mirar hacia otro lado si vemos sufrimiento, a veces a justificarlo e, incluso en otras ocasiones, a jalearlo como algo positivo.
            Una sociedad que da cabida a toda la tipología humana posible, en donde se admitan y respeten cada una de sus diferencias es, evidentemente, más complicada, pero sin lugar a dudas, mucho más enriquecedora y, sin lugar a dudas, más humana. Esas ideas de uniformidad que propugnan quienes no son capaces de autoafirmarse más que por el beneplácito de la masa sólo son falacias mentales producidas por el miedo.
            Así que por favor: un poquito más de baloncesto femenino en la tele.


Alberto Martínez Urueña 21-09-2013

domingo, 8 de septiembre de 2013

Otra derrota

            Vuelvo de nuevo por estos andurriales tecnológicos con ganas de comentar un poco las últimas jugadas que nos hemos tragado los españoles. El verano ha sido especialmente candente en lo que se refiere a actualidad, y es que nuestros representantes se empeñan una y otra vez en demostrar su incompetencia y su falta de saber estar; y para los que estamos pendientes, mirando sin pudor, se nos hace cuesta arriba ver a personajes tan dudosamente preparados (al margen de la pinta de mafiosos) ocupando tales cargos. Y antes de nada afirmo que ser Registrador de la Propiedad, Abogado del Estado o cualquier otro cargo de demostración memorística no garantiza en modo alguno un simple sentido común necesario cuando hablamos de tanta responsabilidad.
            Lo más inmediato de todo, si queremos hablar de actualidad candente, sería tratar a vuela pluma el asunto de las Olimpiadas. Antes de nada, decir que como buen deportista, no me habría importado que Madrid hubiera sido elegida como sede para el dos mil veinte: las oportunidades de haber podido ver in situ alguna prueba del certamen deportivo más importante era realmente algo realmente goloso. Sin embargo, resulta que a la tercera no ha ido la vencida, y la elegida ha sido la megalópolis más poblada del planeta, es decir, Tokio. Obviedades aparte, hay que decir que ni en una reunión con la difusión de una elección de sede, los españoles hemos podido evitar llamar atención de la mala. Todo se empezó a fraguar cuando los políticos de turno quisieron hacerse la foto en la tribuna, y claro, no se dieron cuenta de que no tiene nada que ver dar un discurso en un polideportivo ante militantes adocenados de tu partido, con aplauso asegurado y baño de masas incluido, que hacerlo ante gente medianamente seria, internacional y con más mundo que un seiscientos. Nuestro orgullo pasaba por saber hacer un Power Point, un video y poco más, porque nuestro presidente del Gobierno no sabe hablar más que en un castellano mal pronunciado y la alcaldesa de Madrid se dejó ella sola en evidencia dando un discurso en un inglis de Lavapiés que abochornaría a todo un rebaño de toros de Osborne. Además, con la dicción especial para niños de tres años y retrasados mentales (con todo el respeto al colectivo de los disminuidos psíquicos), los miembros de COI debían estar pensando que les se había colado en la parranda el doblador de Pocoyó.
            Al margen de estas tesituras, no voy a ser yo quien juzgue si Madrid era la mejor candidatura o no: para eso había jueces con sus propios criterios marcando las normas de elección, normas que realmente nadie conoce y que no están sujetas a parámetros objetivos. Puede parecer justo o no, pero cuando participas en el asunto sabes a qué atenerte. Es como en las elecciones generales, que sabes que te mienten cada vez que salen a la palestra a soltar proclamas que vitorean esos a los que el discursito de la Botella les haya parecido fabuloso (seguramente tenga al profesor de idiomas en casa): pedir explicaciones resulta vano e iluso. Yendo un poco más allá, justo a eso de las diez menos cuatro de la noche hora local, empezaron, algunos, a demostrar el auténtico colmillo ibérico, e iniciaron la búsqueda de responsables, comenzaron a dar explicaciones repletas de subterfugios e intereses velados, a explicar las cosas no en base a que quizá Tokio fuera mejor candidatura, si no en base a la manía que nos tienen en esos mundos de Dios. Es muy probable que eso de la sede sea un politiqueo más, ciertamente, pero los que clamaban al cielo, como nuestro queridísimo y beatísimo señor Wert, se retrataron perfectamente “creyendo el ladrón…” y lanzando balones fuera, en lugar de buscar bajo el refajo la propias vergüenzas, aparte de demostrar tener muy poca elegancia en el perder. Ojo, no todos hicieron eso; es más, los deportistas en general demostraron que saben qué es eso de competir contra otros: la posibilidad de perder siempre está presente.
            Tragedias al margen, ésta no es sino otra ocasión en la que nuestros políticos dan el callo y la talla… que pueden. Llega un momento en el análisis político que los legos podemos realizar en que te planteas si no sería mejor pagarles cuatro o cinco veces más de lo que cobran por cargo. Quizá de esa manera, y digo sólo quizá, podríamos librarnos de toda una casta polvorienta, nefasta y además mediocre que, haciendo lo que se presupone que va a hacer un político (ya sabéis a qué me refiero), es incapaz de gestionar lo obvio. Por un lado, tenemos los evidentes problemas para controlar a esa gentuza, dignos herederos de toda una saga de salteadores de caminos, extorsionistas, caciques, corsarios y demás representantes de la picaresca hispana; ahí habría que exigir organismos independientes encargados de vigilar la gestión pública según criterios económicos, legales y humanos. Pero por otro lado, quizá si pusiéramos sobre la mesa unos salarios acordes con otros países, esos puestos serían codiciados por personajes que pudieran estar más preparados que la gente guapa que ahora tenemos.


Alberto Martínez Urueña 8-09-2013