Fue hace
varios años ya, cuando la crisis económica que vivimos hoy en día era sólo una
mísera quimera que ni tan siquiera se barruntaba, que escribí un artículo sobre
los preferibles destinos de la inversión, sobre todo la pública, criticando las
políticas que utilizaban el dinero de todos en actuaciones cuya reversión no
tenían un impacto apreciable sobre la sociedad en su conjunto, que es la que
paga los impuestos. Hoy en día, acuciados por una situación que está dejando a
muchas personas tiradas en la cuneta, se antoja más importante si cabe la
correcta elección de las prioridades públicas.
En todas las
elecciones que se hacen en la vida hay que tener en cuenta el factor
tiempo. Quiere esto decir que es importante saber cuándo vas a
recibir el fruto de tu inversión y la rentabilidad que ésta te va a dar. La
primera de estas variables es la más arriesgada a la hora de ser juzgada, sobre
todo en una realidad en la que los resultados inmediatos y urgentes priman
sobre las promesas a largo plazo. Aquellos encargados de realizar las
elecciones tienen un gran incentivo a valorar aquellas medidas en las que la
reversión no sea muy apreciable pero sí inmediata; puede esto suponer que al
elegir queden menospreciadas ciertas opciones que fueran realmente efectivas en
el largo plazo. No en vano, esto ha pasado en nuestro país durante largos años:
la burbuja inmobiliaria, no es sino un ejemplo claro de este silogismo que
planteo.
Es realmente
importante en la tesitura en la que nos movemos, y aquí engarzo con el texto
que recordaba al principio, en el que defendía, no por mí mismo, sino en base a
mis estudios de Economía, que las inversiones más rentables son, básicamente,
tres: la Investigación y el Desarrollo, las Infraestructuras y la Educación.
Estas variables que, erróneamente, tienden a ser consideradas como gasto
improductivo, son en el largo plazo las inversiones que tienen una mayor
correlación con el crecimiento económico y la satisfacción social. Habrá quien
piense que quizá esto me lo estoy inventando, pero hay múltiples estudios,
entre otros, alguno que realicé en mi periplo universitario, que demuestran
mediante datos irrefutables esta correlación.
Ahora
trasladar estas cuestiones a la realidad que vivimos en España desde hace
tantos años, no sólo desde que comenzase la crisis, para ver qué es lo que ha
sucedido en nuestra piel de toro. El producto interior bruto de nuestro país se
ha ido invirtiendo sistemáticamente en actividades que nada tienen que ver con
estas cuestiones, salvando algunos primeros años del socialismo zapateriano en
que aumentaron las partidas presupuestarias destinadas a la I+D+i a través de
los organismos científicos vinculados al Estado tales como el CSIC, CIEMAT y
otros. En todo caso, en la mayoría de años, el porcentaje de nuestra riqueza invertido
en estas actividades ha estado sistemáticamente por debajo de los estándares de
los países más desarrollados, desoyendo las continuas recomendaciones de
organismos sin aparentes tendencias partidarias. En estas recomendaciones queda
bastante clara la influencia de estas inversiones con el desarrollo de
actividades económicas de alta concentración tecnológica y, por tanto, de alta
productividad, unas actividades capaces de hacer de un país un foco relevante
en este mundo globalizado.
Para poder
realizar estas actividades de investigación, desarrollo e innovación son
necesarias varias generaciones implicadas en el proyecto, y esto únicamente se
puede lograr a través de dos vías fundamentales: premiar el esfuerzo investigador
de expertos de reconocida valía a través de un reconocimiento social, pero
sobre todo, salarial, unido a una formación universitaria y posterior a ésta de
gran calidad que nutra todos los organismos encargados de llevar a cabo estas
actividades. En nuestro país, lejos de solucionar estos problemas, se ven
agravados: por un lado, se establecen cada vez más barreras para el acceso a
unos estudios universitarios de calidad, reduciendo al mismo tiempo los fondos
destinados a esa educación, y por otro lado, se expulsa de nuestro mercado de
trabajo tecnológico a personas sumamente preparadas para realizar estas
actividades.
Por último,
como mención, el plano de las Infraestructuras. No es lo mismo, aunque tenga
que ver con el cemento y la construcción, burbuja inmobiliaria que
Infraestructuras; del mismo modo, no es lo mismo edificios faraónicos
destinados a palacios de las artes o de las ciencias, con todos sus gastos de
construcción y mantenimiento, que Infraestructuras que sirvan para vertebrar de
forma coherente un territorio como la Península Ibérica.
Todo esto no
es fruto de un discurso ideológico, sino de un comentario basado en estudios
científicos. Si bien, personas emocionalmente vinculadas a partidos políticos
estarán pensando lo contrario, eso no evitará su equívoco, igual que hace quien
defenestra una obra de arte porque no la comprende. Una vez tras otra,
cualquier análisis que hago de la realidad que nos envuelve me lleva a
encontrar, de manera sistemática, responsables de la situación en que nos encontramos,
y no son sino los políticos encargados de orientar las elecciones sociales de
una comunidad nacional que no se merece a tales ineptos, movidos por intereses
que, a los hechos me remito, distan mucho del tan cacareado Interés General.
Alberto Martínez Urueña
16-06-2013
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