lunes, 17 de junio de 2013

Elección social

            Fue hace varios años ya, cuando la crisis económica que vivimos hoy en día era sólo una mísera quimera que ni tan siquiera se barruntaba, que escribí un artículo sobre los preferibles destinos de la inversión, sobre todo la pública, criticando las políticas que utilizaban el dinero de todos en actuaciones cuya reversión no tenían un impacto apreciable sobre la sociedad en su conjunto, que es la que paga los impuestos. Hoy en día, acuciados por una situación que está dejando a muchas personas tiradas en la cuneta, se antoja más importante si cabe la correcta elección de las prioridades públicas.
            En todas las elecciones que se hacen en la vida hay que tener en cuenta el factor
tiempo. Quiere esto decir que es importante saber cuándo vas a recibir el fruto de tu inversión y la rentabilidad que ésta te va a dar. La primera de estas variables es la más arriesgada a la hora de ser juzgada, sobre todo en una realidad en la que los resultados inmediatos y urgentes priman sobre las promesas a largo plazo. Aquellos encargados de realizar las elecciones tienen un gran incentivo a valorar aquellas medidas en las que la reversión no sea muy apreciable pero sí inmediata; puede esto suponer que al elegir queden menospreciadas ciertas opciones que fueran realmente efectivas en el largo plazo. No en vano, esto ha pasado en nuestro país durante largos años: la burbuja inmobiliaria, no es sino un ejemplo claro de este silogismo que planteo.
            Es realmente importante en la tesitura en la que nos movemos, y aquí engarzo con el texto que recordaba al principio, en el que defendía, no por mí mismo, sino en base a mis estudios de Economía, que las inversiones más rentables son, básicamente, tres: la Investigación y el Desarrollo, las Infraestructuras y la Educación. Estas variables que, erróneamente, tienden a ser consideradas como gasto improductivo, son en el largo plazo las inversiones que tienen una mayor correlación con el crecimiento económico y la satisfacción social. Habrá quien piense que quizá esto me lo estoy inventando, pero hay múltiples estudios, entre otros, alguno que realicé en mi periplo universitario, que demuestran mediante datos irrefutables esta correlación.
            Ahora trasladar estas cuestiones a la realidad que vivimos en España desde hace tantos años, no sólo desde que comenzase la crisis, para ver qué es lo que ha sucedido en nuestra piel de toro. El producto interior bruto de nuestro país se ha ido invirtiendo sistemáticamente en actividades que nada tienen que ver con estas cuestiones, salvando algunos primeros años del socialismo zapateriano en que aumentaron las partidas presupuestarias destinadas a la I+D+i a través de los organismos científicos vinculados al Estado tales como el CSIC, CIEMAT y otros. En todo caso, en la mayoría de años, el porcentaje de nuestra riqueza invertido en estas actividades ha estado sistemáticamente por debajo de los estándares de los países más desarrollados, desoyendo las continuas recomendaciones de organismos sin aparentes tendencias partidarias. En estas recomendaciones queda bastante clara la influencia de estas inversiones con el desarrollo de actividades económicas de alta concentración tecnológica y, por tanto, de alta productividad, unas actividades capaces de hacer de un país un foco relevante en este mundo globalizado.
            Para poder realizar estas actividades de investigación, desarrollo e innovación son necesarias varias generaciones implicadas en el proyecto, y esto únicamente se puede lograr a través de dos vías fundamentales: premiar el esfuerzo investigador de expertos de reconocida valía a través de un reconocimiento social, pero sobre todo, salarial, unido a una formación universitaria y posterior a ésta de gran calidad que nutra todos los organismos encargados de llevar a cabo estas actividades. En nuestro país, lejos de solucionar estos problemas, se ven agravados: por un lado, se establecen cada vez más barreras para el acceso a unos estudios universitarios de calidad, reduciendo al mismo tiempo los fondos destinados a esa educación, y por otro lado, se expulsa de nuestro mercado de trabajo tecnológico a personas sumamente preparadas para realizar estas actividades.
            Por último, como mención, el plano de las Infraestructuras. No es lo mismo, aunque tenga que ver con el cemento y la construcción, burbuja inmobiliaria que Infraestructuras; del mismo modo, no es lo mismo edificios faraónicos destinados a palacios de las artes o de las ciencias, con todos sus gastos de construcción y mantenimiento, que Infraestructuras que sirvan para vertebrar de forma coherente un territorio como la Península Ibérica.
            Todo esto no es fruto de un discurso ideológico, sino de un comentario basado en estudios científicos. Si bien, personas emocionalmente vinculadas a partidos políticos estarán pensando lo contrario, eso no evitará su equívoco, igual que hace quien defenestra una obra de arte porque no la comprende. Una vez tras otra, cualquier análisis que hago de la realidad que nos envuelve me lleva a encontrar, de manera sistemática, responsables de la situación en que nos encontramos, y no son sino los políticos encargados de orientar las elecciones sociales de una comunidad nacional que no se merece a tales ineptos, movidos por intereses que, a los hechos me remito, distan mucho del tan cacareado Interés General.


Alberto Martínez Urueña 16-06-2013

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