sábado, 9 de marzo de 2013

Matar al mensajero


            Hoy he decidido que voy a hablar de política como a mí me gusta, después de varios textos comedidos. No se me asusten demasiado, porque no va a ser de insultos gratuitos, ni nada parecido. Creo que la categorización y definición de cada punto tratado han de ser ejecutados con la mayor precisión posible, con método quirúrgico debido para no acabar matando moscas a cañonazos.
            Y es que últimamente el desbarre silogístico de la derecha española está resultando, cuando menos, un deporte de riesgo: la hostia que se pueden acabar llevando tiene visos de que se definiría como antológica. Y todo, permítanme la expresión, por la incompetencia de los personajes que los señores que están en la sombra, moviendo los hilos, han puesto para manejar sus intereses públicos. Sí, señores en la sombra, y no estoy hablando de teorías de la conspiración: si Batasuna era el brazo político de los hijos de perra de ETA, si UGT es el sindicato hermanado con el PSOE, entonces el PP, siglas que engloban ideologías en algunos casos enfrentadas como son el partido liberal, el democristiano y el anterior Alianza Popular, es el brazo político del capital económico de este país. Y esto no es ninguna crítica per se: cada uno tiene derecho a constituir un partido de representación pública que defienda sus intereses. Otra cosa distinta es a quién elijas como cabeza visible. Por último, sí, afirmo que son marionetas de un poder mucho más elevado.
            El problema de querer mantenerte como sea en un puesto que no es el tuyo, sin capacidad para ello, es que antes o después se te ve el plumero. Evidentemente, en política, la oratoria y la imagen es fundamental, y ésta es una virtud que en demasiados casos es tan escasa como la vida humana en un cementerio por la noche: si la hay es furtiva y huidiza. Todo el caso Bárcenas está demostrando que esos adláteres de la pasta improvisan peor que un enfermo de Parkinson lo haría con una guitarra y que además mienten de pena, porque a cada declaración que hacen, tenemos la réplica al día siguiente en algún medio de comunicación revelándonos el engaño. O si no, la ilegalidad de lo mencionado, como lo del despido diferido del que nos hablaba Cospe. Joder, es que incluso han conseguido poner de acuerdo a El Mundo y a El País.
            Pero ya, lo que raya el paroxismo es cuando la única defensa es matar al mensajero. Y me explico. Analizar un razonamiento siempre es útil, en más de un sentido: puedes aprender algo, y eso nos hace falta a todos; quizá incluso te des cuenta de equivocaciones pretéritas y puedas rectificar; puedes practicar y de estar manera agilizar el proceso de coger al mentiroso… Hay razonamientos que soportan las pruebas más duras y se demuestran verdaderos, y esto hace que todos estos cantamañanas que no saben hacer la o con un canuto queden en evidencia y comiencen a traicionarles los tics involuntarios. El colmo de tal incompetencia en todo caso es que, cuando resulta que la construcción del mensaje y la veracidad de su contenido son impolutos, recurren a ese reducto mañoso y sórdido de pretender pervertir la honestidad de quien lo emite.
            Todo esto viene a colación, entre otros que también hay, por las declaraciones de ciertos actores de cine en la gala de los Goya. Antes de nada, diré que admito, aunque no comparta, la crítica de que en esa celebración no se debería hablar más que de cine; admito también que haya algunos de ellos que viven de puta madre en otros países pagando menos impuestos; incluso puedo admitir que, a fin de cuentas, las simpatías por las personalidades públicas son particulares de cada uno. Otra cosa, en cambio, es lo que digan de forma, en lugar o con antipatía pasiva incorrectas. Porque puede ser el lugar inapropiado, los que menos ejemplos deban dar o tíos que puedan caer como una bomba termonuclear (a mí no me ocurre, pero conozco a otros que sí), pero si lo que estaban diciendo era cierto, no deja de serlo por ninguna de las condiciones anteriores.
            Otro de los mensajeros cada vez más vilipendiados son los periodistas. Si acaso se les ocurre entrar en ciertos temas, la táctica consistirá es criticarles porque tienen sus seguros médicos, sus dineros en el caso de ser famosos o famosillos, y su orientación ideológica más o menos marcada. Si el periodista en cuestión pretende preguntar, o informar, o expresar una opinión, da igual quién sea, donde lo diga, el dinero que gane o las veces que se meta un dedo en la nariz buscando habas: lo importante será la noticia, el contenido de su disertación y la construcción de su opinión.
            Defender una mentira en base a las características de quien pretende desvelarla puede resultar efectivo en sede judicial en base a una serie de garantías procesales, pero no resiste un análisis realizado con el más sencillo sentido común. De igual manera que personajes de lo más oscuros han quedado absueltos de delitos evidentes, no por ello limpiaron su imagen. Atacar al mensajero, sea quien sea, para justificar una actuación ilegítima, dudosa o manifiestamente injusta únicamente demuestra dos cosas: esta actuación no resistiría el más mínimo análisis y el actuante deja clara su incompetencia.

Alberto Martínez Urueña 9-03-2013

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