¿Os acordáis
ya hace unos meses cuando empezó a tener repercusión mediática aquello de la
gente pirada que por perder su casa se estaba empezando a tirar por la ventana,
o cualquiera de sus múltiples variantes? Un grupo de cariacontecidos políticos
saltaban a las pantallas de la televisión con gesto de Cristo doliente y
lágrimas de cocodrilo bramando por la injusticia que se estaba produciendo en
nuestro pobre pero orgulloso país, y juraban ante las santas escrituras que no
iban a permitir que siguieran sucediendo tales ignominias mientras ellos
estuvieran en sus cargos. Pondrían cuerpo y alma para poner solución a un
problema que, eh voila, parecía haber
llegado por generación espontánea de un día para otro.
El paso del
tiempo ha dejado claro que nada de esto fue cierto, claro, por varias razones.
De haber puesto cuerpo y alma, ahora tendríamos el camposanto lleno de carnaza
y, como sociedad, nos habríamos quitado de encima mucha sanguijuela que lo
único que sabe hacer es boquear como una sardina fuera del agua, sin que su
presencia parezca servir para mucho más que para entretener a sus adláteres.
Además, de haber hecho algún esfuerzo, quizá se habrían evitado otros
desahucios sucesivos, e incluso alguna otra muerte más que, como no pertenecía
a ninguno de sus partidos políticos, no ha tenido demasiado peso en sus
conciencias y en sus medios afines. No hay que olvidar que aquella muerte que
suscitó su reacción afectaba a personas vinculadas a uno de sus partidos.
Pues todo se
quedó como estaba, o al menos eso parecía que iba a suceder, pero los
acontecimientos les han ido poniendo en evidencia con una contumacia digna de
un fervoroso talibán. Primero fue la iniciativa legislativa ciudadana que,
habiendo recogido el número de firmas constitucionalmente establecido,
estuvieron a punto de no admitir a trámite. Por supuesto, el ordenamiento
jurídico les habilita para ello, pero se debieron de dar cuenta de que quedaba
tan feo que al final accedieron a que la ciudadanía metiera las narices en su
corralito privado, aunque sólo fuera para maquillar un poco el tema. Incluso
establecieron una comisión parlamentaria para tratar la cuestión al que
llamaron a consultas a los máximos expertos en este campo para tener una idea
lo más precisa del problema y sus aristas. Por supuesto, los máximos (y casi
únicos) expertos en este campo que encontraron más a mano eran los honrados
directivos de banca que dieron su particular y objetivo punto de vista al
respecto, mientras que personajes como los representantes de la Plataforma de
Afectados por la Hipoteca, gentecilla de dudosa catadura, además de sospechosos
marxistas, así como señores Jueces y Magistrados, también de dudosa capacidad y
formación técnica en el tema, quedaban fuera o ninguneados en horarios poco
vistosos y con poca posibilidad de tener alguna relevancia mediática.
Y pasaron los
días.
Y volvieron a
quedar en evidencia. De nuevo, actuando con esa manifiesta y vergonzosa táctica
(la del avestruz) de ir dejando pasar el tiempo para ver si así las cosas se
resuelven solas, o las resuelve el siguiente que venga y se tenga que comer,
irremediablemente, el marronazo, han ido alargando los plazos. Plazos que,
mirados en días, o en semanas, a ellos les parecen pocos, pero a cada uno de
los desahuciados en ese tiempo les ha debido saber a gloria bendita. Y han sido
los responsables de Justicia de la Unión Europea, que de algo sirven, los que
han puesto de manifiesto la absoluta indefensión en la que se encuentran los
afectados, la absoluta injusticia de un procedimiento que convierte a una de
las partes en juguete en manos de la otra, que está perfectamente habilitada
para instar un procedimiento judicial (el juez está atado de pies y manos) en
el que desposeer a toda una familia de un techo y unas paredes donde
guarecerse. Da igual que hubieran realizado tasaciones disparatadas, que sus
políticas de riesgo fueran semejantes a las de un politoxicómano o que los
contratos encerrasen cláusulas contractuales envidiadas por la Santa
Inquisición. Da igual que esos manejos bancarios hayan multiplicado en nuestro
país los efectos de una crisis mundial. La teoría es que si ellos caen, nos
caemos todos, justificación por la que llevamos varios años entregándoles
dinero a fondo perdido para que cuadren unas cuentas que, borrachos de cemento,
ellos mismos descuadraron.
No va a haber
nadie que se acuerde de sus muertos a la cara (porque te ponen una querella en
cuanto toses aunque apliques estrictamente acepciones de la Real Academia de la
Lengua en su definición): ni de los unos que lo permitieron, desde la Comisión
europea hasta los gobiernos sucesivos que han saqueado y saquean este país
desde La Moncloa, hasta los que lo cometieron, y hablo de todos esos Consejos
de Administración que mientras hundían la entidad, ellos se lo llevaban crudo
en pensiones de superlujo. Pero en ciertas ocasiones, y ésta es una de ellas,
se echan de menos mecanismos, eso sí, muy democráticos, parlamentarios y
constitucionales que habilitasen mecanismos para que la ciudadanía pudiera
vengarse en plaza pública de todos estos grandísimos hijos de puta.
Alberto Martínez Urueña 15-03-2013