Han pasado ya más de cuatro años desde que
Lehman Brothers iniciara la crisis económica más brutal de los últimos ochenta
años (desde la del 29). Que la iniciara públicamente: evidentemente estas cosas
se van gestando con el tiempo, con bastante tiempo, no en dos o tres meses. A
cada país de este mundo le ha afectado de una forma u otra, en todo caso,
desastrosas. Todavía recuerdo aquella época del crecimiento económico, del
superávit fiscal, del paro por debajo del nueve por ciento…
En estos
últimos años han sucedido tantos hechos tan extraordinarios que no sabes por
dónde empezar a hablar si quieres sacarle algún juguillo al tema. He estado
escribiendo al respecto desde antes la quiebra de aquella compañía, y al final
se seca la tinta metafórica, y también la de la impresora. Creo que todo este
tsunami de sucesos, de informaciones, de rebote ciudadano, cabreo social e
indignación monumental al final no deja de ser un hilo ininterrumpido de un
guión concebido por una mente malévola, un guión de lo que viene a ser una
constante perfectamente identificable: un completo desastre a todos los
niveles. ¿Que dónde nos encontramos? Buena pregunta.
Los
ciudadanos hemos visto como nos han ido dando una tras otra puñalada entre la
columna vertebral y las escápulas, justo en el lado izquierdo, manejados por
entes que desconocemos y que ordenan sin escrúpulos a políticos incapaces de
defendernos las medidas a adoptar. Salvando ciertas hienas ideológicas,
mediáticas, periodísticas, muy interesadas en mantener este status quo,
haciendo un poco de limpieza de cara y dejando el cadáver insepulto, creo que
la inmensa mayoría de ciudadanos nos hemos dado cuenta de que nos están tomando
el pelo a conciencia. No en vano, los políticos han corrido a hacer reformas en
todo tipo de sectores mientras que se resisten, espartanos, a hacer las
reformas que realmente necesita este país.
El problema
que hay ya no es de ideología. No es tampoco un problema sobre las medidas
económicas (que también, pues nos quieren hacer creer que sólo hay una
posibilidad en este campo, mientras que cualquiera con un poquito de lucidez
sabe que en eso de la economía se puede elegir entre varias opciones). Todo eso
está muy bien y son temas importantes. Sin embargo, el problema que hay en este
país es que no hay nadie con la posibilidad y capacidad de organizar toda esta
ruina que quiera hacerlo, o que haya querido. ¿O acaso os pensáis que llegamos
a esta crisis en las mejores condiciones? No, y el que diga lo contrario que
salga de la casa porque no nos sirve. En España llevamos un montón de años con
políticos que lo único que hacen es ir matando la araña, dejando pasar las
cuestiones importantes esperando a ver si no les pilla a ellos en el ajo y
bregar poco a poco para tener un señorío dentro de este reino de taifas. En
fin, ese discurso que sabemos todos y que deslegitima de raíz cualquier otro que
nos quieran vender ahora: al menos, para mí, ya es demasiado tarde para que se
quieran justificar. No quiero entrar ya en los temas más manidos, pero muy clarificadores
como por ejemplo los desahucios: demuestran todos ellos que la capacidad de
nuestros dirigentes para ponerse en nuestro pellejo es igual que la de una
hiena del Serengueti.
En España
tenemos una clase empresarial que cada vez que salen sus máximos representantes
parece que ha llegado el circo. En muchos e importantes casos, empresarios de
palabra fácil, beneficio inmediato y artes de bucanero somalí, incapaces no ya
de tener un mínimo sentido social, si no de entender conceptos como el de
empresa en funcionamiento, que si bien para los neófitos en economía no
significa nada, para los que nos movemos un poco en el tema, sabemos que los
negocios se hacen pensando en que la empresa va a durar un poco más de dos
meses, y que quizá hay que sacrificar un poco el beneficio inmediato para
favorecer la solidez a largo plazo.
Y luego en
España tenemos una ciudadanía que parece que quiere despertar y no sabe cómo
hacerlo. Por un lado, la sensibilidad crece, y por otro lado, en lugar de
ciudadanía avanzada somos el vulgo de la Edad Media, inculto, analfabeto y
además orgulloso de serlo. Tened clara una cosa: la sociedad sólo cambiará a
algo que nos guste un poquito más (no mucho, todavía quedarán muchos sátrapas a
los que derrocar) cuando cada uno de nosotros deje de mirar al sujeto que sale
en la tele, dispuestos todos a despellejarlo vivo, y nos miremos algo más a
nosotros mismos. Que nos miremos no como una agrupación que somos,
inevitablemente, sino como individuos que la formamos, y con la inherente
responsabilidad de tener una conciencia cada vez más amplia. Vamos, que siempre
habrá bastardos de los que protegernos, pero que cada uno de nosotros ha de
trabajarse a sí mismos y de esta manera, convertirnos en mejores ladrillos para
construir ese edificio que cohabitamos todos juntos. ¿Que dónde estamos? En el
momento de hacer esto, en el momento en que cada uno de nosotros ha de
transformarse a sí mismo como único medio para que nuestro entorno sea un poco
más amable.
Alberto Martínez Urueña
18-02-2013
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