¿Qué nos
acongoja a los ciudadanos como personas? Bueno, a cada uno lo suyo, por
supuesto. Quizá debería replantear la pregunta al revés, y adoptaría un cariz
algo distinto: ¿qué nos acongoja a las personas como ciudadanos? Parece que es
distinto, y desde luego, gramaticalmente puedo aseguraros que así es. Sin
embargo, esa distinción gramatical es algo que viene a ser bastante triste,
pues estaríamos haciendo una especie de subdivisión de un universo en el que
cada componente depende de todos los restantes. Estoy hablando del universo que
es un ser humano.
Vivimos en un
mundo convulso, eso está claro, un mundo en el que hay demasiados intereses en
que esas preguntas nos las hagamos por separado y así disgreguemos lo que
somos. Esto trae como consecuencia una pérdida total de rumbo, de nuestro
Norte, como una nave antigua en un mar desconocido en mitad de una noche sin
poder ver las estrellas. Todo ello unido a la falta de seguridad en nosotros
mismos, en lo que somos, por simple
desconocimiento, y nos hace presas fáciles de los escualos que acechan en ese
océano. Puedo aseguraros sin miedo a equivocarme que esto es así.
Nos
preguntamos continuamente qué podemos hacer en este mundo desastroso que nos
está llegando de manera, en apariencia, inevitable. Reducimos las soluciones a
las viejas respuestas que durante siglos nos han hecho avanzar, que nos han
permitido evitar el aspecto cíclico de las cosechas, que nos han evitado morir
de frío en invierno por la mala calidad de nuestras casas y que nos han dado un
nivel de conocimientos y de intercomunicación humana más allá de los sueños de
quienes iniciaron el camino con el teléfono o con la electricidad. Sin embargo,
las viejas respuestas materiales nos llevan continuamente a situaciones
paradójicas en el plano personal en las que solucionando un problema, generamos
otro diferente; en el que para conseguir un avance, hemos de realizar un
retroceso. Un ejemplo paradigmático de esto es pretender humanizar nuestras
relaciones sociales en un contexto de competencia creciente en el que cada uno
de nosotros somos un contrincante. Necesitamos enfoques nuevos, un salto
cualitativo: si hemos avanzado hacia delante en este camino, necesitamos un
salto hacia arriba que nos eleve a niveles diferentes de los que aprendimos.
Muchos de
vosotros estaréis a punto de llamarme utópico, soñador, iluso o incluso
demasiado crédulo y confiado. Está claro que en el mundo el que vivimos poner
tu confianza en la agrupación social es algo ingenuo y tenemos suficientes
casos como para saber que todo esto es cierto, es así. Discrepo: yo digo que estamos
contaminados seriamente por un veneno llamado cinismo que nos hace asumir la
presunta maldad de las personas circundantes como un hecho, antes de ser
incluso comprobado, exceptuando, por supuesto, a aquellas personas que te
caigan bien.
Y sin
embargo, yo os digo que está sucediendo. Hay algo por detrás de los movimientos
de protesta y revolucionarios, puede que conectados con ellos, pero que es algo
diferente. Todo este movimiento social ciudadano que protesta y que está tan
cabreado siente, por otro lado, una empatía con sus semejantes que está
suponiendo un cambio en nuestra sociedad. La indignación por las situaciones
sociales sobrevenidas de miseria en nuestro tan orgulloso primer mundo está haciendo
brillar la solidaridad con nuestros coetáneos. Si bien no es algo de persona a
persona, los bancos de alimentos, por ejemplo, recolectan cada vez más y más
ayuda que llega de ciudadanos-persona comprometidos con sus semejantes; incluso
empresas movidas por criterios de maximización de beneficios donan parte de sus
existencias a estas corporaciones sin ánimo de lucro. ¿Por un motivo de
publicidad, de estrategia empresarial? Eso cuéntaselo al hombre de cuarenta
años en paro con dos hijos a su cargo y a punto de ser arrojado de su casa a la
fría calle. Le dará igual el motivo por el que sus hijos comen ese día.
Organizaciones
no gubernamentales, por no mencionar a Cáritas, y otros acrónimos por todos
conocidos, reciben día tras día el apoyo de personas que no buscan más que
tener una existencia más humana al tener en cuenta en sus actuaciones a
personas que no conocen de nada, pero que lo necesitan. ¿Os preguntáis qué
podemos hacer los ciudadanos para cambiar este mundo, o al menos para
mejorarlo?
La conciencia
humana es algo inherente a todos, aunque todo el materialismo circundante
orientado a satisfacer deseos inmediatos haya provocado que esté adormecida y
autojustificada en la apatía. ¿Queremos un mundo mejor? No hace falta subirse a
un atril en mitad de un mitin electoral y soltar un elocuente discurso,
enfervorizando los ánimos de los participantes como lo haría William Wallace
antes de una batalla. Los líderes-gestores son necesarios para una colectividad
grande como pueda ser un país, y no hay que desterrar a la política por culpa
de políticos que no saben estar a la altura. Pero el camino se inicia dentro de
uno mismo, ampliando la conciencia adormecida para ser capaces de discernir ese
algo que te está indicando un camino
correcto que haría de tu vida algo pleno. Las antiguas respuestas nos dieron
instrucciones que nos llevaron a lo que ahora tenemos. Sin embargo, una
ciudadanía compuesta de ciudadanos-persona plenos podría suponer ese cambio
cualitativo que nuestra conciencia, tanto personal como colectiva, está
deseando en su fuero interno. Y la responsabilidad de esa transformación está dentro
cada uno de nosotros.
Alberto Martínez Urueña
20-02-2013