miércoles, 20 de febrero de 2013

Ciudadanos-persona


            ¿Qué nos acongoja a los ciudadanos como personas? Bueno, a cada uno lo suyo, por supuesto. Quizá debería replantear la pregunta al revés, y adoptaría un cariz algo distinto: ¿qué nos acongoja a las personas como ciudadanos? Parece que es distinto, y desde luego, gramaticalmente puedo aseguraros que así es. Sin embargo, esa distinción gramatical es algo que viene a ser bastante triste, pues estaríamos haciendo una especie de subdivisión de un universo en el que cada componente depende de todos los restantes. Estoy hablando del universo que es un ser humano.
            Vivimos en un mundo convulso, eso está claro, un mundo en el que hay demasiados intereses en que esas preguntas nos las hagamos por separado y así disgreguemos lo que somos. Esto trae como consecuencia una pérdida total de rumbo, de nuestro Norte, como una nave antigua en un mar desconocido en mitad de una noche sin poder ver las estrellas. Todo ello unido a la falta de seguridad en nosotros mismos, en lo que somos, por simple desconocimiento, y nos hace presas fáciles de los escualos que acechan en ese océano. Puedo aseguraros sin miedo a equivocarme que esto es así.
            Nos preguntamos continuamente qué podemos hacer en este mundo desastroso que nos está llegando de manera, en apariencia, inevitable. Reducimos las soluciones a las viejas respuestas que durante siglos nos han hecho avanzar, que nos han permitido evitar el aspecto cíclico de las cosechas, que nos han evitado morir de frío en invierno por la mala calidad de nuestras casas y que nos han dado un nivel de conocimientos y de intercomunicación humana más allá de los sueños de quienes iniciaron el camino con el teléfono o con la electricidad. Sin embargo, las viejas respuestas materiales nos llevan continuamente a situaciones paradójicas en el plano personal en las que solucionando un problema, generamos otro diferente; en el que para conseguir un avance, hemos de realizar un retroceso. Un ejemplo paradigmático de esto es pretender humanizar nuestras relaciones sociales en un contexto de competencia creciente en el que cada uno de nosotros somos un contrincante. Necesitamos enfoques nuevos, un salto cualitativo: si hemos avanzado hacia delante en este camino, necesitamos un salto hacia arriba que nos eleve a niveles diferentes de los que aprendimos.
            Muchos de vosotros estaréis a punto de llamarme utópico, soñador, iluso o incluso demasiado crédulo y confiado. Está claro que en el mundo el que vivimos poner tu confianza en la agrupación social es algo ingenuo y tenemos suficientes casos como para saber que todo esto es cierto, es así. Discrepo: yo digo que estamos contaminados seriamente por un veneno llamado cinismo que nos hace asumir la presunta maldad de las personas circundantes como un hecho, antes de ser incluso comprobado, exceptuando, por supuesto, a aquellas personas que te caigan bien.
            Y sin embargo, yo os digo que está sucediendo. Hay algo por detrás de los movimientos de protesta y revolucionarios, puede que conectados con ellos, pero que es algo diferente. Todo este movimiento social ciudadano que protesta y que está tan cabreado siente, por otro lado, una empatía con sus semejantes que está suponiendo un cambio en nuestra sociedad. La indignación por las situaciones sociales sobrevenidas de miseria en nuestro tan orgulloso primer mundo está haciendo brillar la solidaridad con nuestros coetáneos. Si bien no es algo de persona a persona, los bancos de alimentos, por ejemplo, recolectan cada vez más y más ayuda que llega de ciudadanos-persona comprometidos con sus semejantes; incluso empresas movidas por criterios de maximización de beneficios donan parte de sus existencias a estas corporaciones sin ánimo de lucro. ¿Por un motivo de publicidad, de estrategia empresarial? Eso cuéntaselo al hombre de cuarenta años en paro con dos hijos a su cargo y a punto de ser arrojado de su casa a la fría calle. Le dará igual el motivo por el que sus hijos comen ese día.
            Organizaciones no gubernamentales, por no mencionar a Cáritas, y otros acrónimos por todos conocidos, reciben día tras día el apoyo de personas que no buscan más que tener una existencia más humana al tener en cuenta en sus actuaciones a personas que no conocen de nada, pero que lo necesitan. ¿Os preguntáis qué podemos hacer los ciudadanos para cambiar este mundo, o al menos para mejorarlo?
            La conciencia humana es algo inherente a todos, aunque todo el materialismo circundante orientado a satisfacer deseos inmediatos haya provocado que esté adormecida y autojustificada en la apatía. ¿Queremos un mundo mejor? No hace falta subirse a un atril en mitad de un mitin electoral y soltar un elocuente discurso, enfervorizando los ánimos de los participantes como lo haría William Wallace antes de una batalla. Los líderes-gestores son necesarios para una colectividad grande como pueda ser un país, y no hay que desterrar a la política por culpa de políticos que no saben estar a la altura. Pero el camino se inicia dentro de uno mismo, ampliando la conciencia adormecida para ser capaces de discernir ese algo que te está indicando un camino correcto que haría de tu vida algo pleno. Las antiguas respuestas nos dieron instrucciones que nos llevaron a lo que ahora tenemos. Sin embargo, una ciudadanía compuesta de ciudadanos-persona plenos podría suponer ese cambio cualitativo que nuestra conciencia, tanto personal como colectiva, está deseando en su fuero interno. Y la responsabilidad de esa transformación está dentro cada uno de nosotros.

Alberto Martínez Urueña 20-02-2013

martes, 19 de febrero de 2013

¿Dónde estamos?


             Han pasado ya más de cuatro años desde que Lehman Brothers iniciara la crisis económica más brutal de los últimos ochenta años (desde la del 29). Que la iniciara públicamente: evidentemente estas cosas se van gestando con el tiempo, con bastante tiempo, no en dos o tres meses. A cada país de este mundo le ha afectado de una forma u otra, en todo caso, desastrosas. Todavía recuerdo aquella época del crecimiento económico, del superávit fiscal, del paro por debajo del nueve por ciento…
            En estos últimos años han sucedido tantos hechos tan extraordinarios que no sabes por dónde empezar a hablar si quieres sacarle algún juguillo al tema. He estado escribiendo al respecto desde antes la quiebra de aquella compañía, y al final se seca la tinta metafórica, y también la de la impresora. Creo que todo este tsunami de sucesos, de informaciones, de rebote ciudadano, cabreo social e indignación monumental al final no deja de ser un hilo ininterrumpido de un guión concebido por una mente malévola, un guión de lo que viene a ser una constante perfectamente identificable: un completo desastre a todos los niveles. ¿Que dónde nos encontramos? Buena pregunta.
            Los ciudadanos hemos visto como nos han ido dando una tras otra puñalada entre la columna vertebral y las escápulas, justo en el lado izquierdo, manejados por entes que desconocemos y que ordenan sin escrúpulos a políticos incapaces de defendernos las medidas a adoptar. Salvando ciertas hienas ideológicas, mediáticas, periodísticas, muy interesadas en mantener este status quo, haciendo un poco de limpieza de cara y dejando el cadáver insepulto, creo que la inmensa mayoría de ciudadanos nos hemos dado cuenta de que nos están tomando el pelo a conciencia. No en vano, los políticos han corrido a hacer reformas en todo tipo de sectores mientras que se resisten, espartanos, a hacer las reformas que realmente necesita este país.
            El problema que hay ya no es de ideología. No es tampoco un problema sobre las medidas económicas (que también, pues nos quieren hacer creer que sólo hay una posibilidad en este campo, mientras que cualquiera con un poquito de lucidez sabe que en eso de la economía se puede elegir entre varias opciones). Todo eso está muy bien y son temas importantes. Sin embargo, el problema que hay en este país es que no hay nadie con la posibilidad y capacidad de organizar toda esta ruina que quiera hacerlo, o que haya querido. ¿O acaso os pensáis que llegamos a esta crisis en las mejores condiciones? No, y el que diga lo contrario que salga de la casa porque no nos sirve. En España llevamos un montón de años con políticos que lo único que hacen es ir matando la araña, dejando pasar las cuestiones importantes esperando a ver si no les pilla a ellos en el ajo y bregar poco a poco para tener un señorío dentro de este reino de taifas. En fin, ese discurso que sabemos todos y que deslegitima de raíz cualquier otro que nos quieran vender ahora: al menos, para mí, ya es demasiado tarde para que se quieran justificar. No quiero entrar ya en los temas más manidos, pero muy clarificadores como por ejemplo los desahucios: demuestran todos ellos que la capacidad de nuestros dirigentes para ponerse en nuestro pellejo es igual que la de una hiena del Serengueti.
            En España tenemos una clase empresarial que cada vez que salen sus máximos representantes parece que ha llegado el circo. En muchos e importantes casos, empresarios de palabra fácil, beneficio inmediato y artes de bucanero somalí, incapaces no ya de tener un mínimo sentido social, si no de entender conceptos como el de empresa en funcionamiento, que si bien para los neófitos en economía no significa nada, para los que nos movemos un poco en el tema, sabemos que los negocios se hacen pensando en que la empresa va a durar un poco más de dos meses, y que quizá hay que sacrificar un poco el beneficio inmediato para favorecer la solidez a largo plazo.
            Y luego en España tenemos una ciudadanía que parece que quiere despertar y no sabe cómo hacerlo. Por un lado, la sensibilidad crece, y por otro lado, en lugar de ciudadanía avanzada somos el vulgo de la Edad Media, inculto, analfabeto y además orgulloso de serlo. Tened clara una cosa: la sociedad sólo cambiará a algo que nos guste un poquito más (no mucho, todavía quedarán muchos sátrapas a los que derrocar) cuando cada uno de nosotros deje de mirar al sujeto que sale en la tele, dispuestos todos a despellejarlo vivo, y nos miremos algo más a nosotros mismos. Que nos miremos no como una agrupación que somos, inevitablemente, sino como individuos que la formamos, y con la inherente responsabilidad de tener una conciencia cada vez más amplia. Vamos, que siempre habrá bastardos de los que protegernos, pero que cada uno de nosotros ha de trabajarse a sí mismos y de esta manera, convertirnos en mejores ladrillos para construir ese edificio que cohabitamos todos juntos. ¿Que dónde estamos? En el momento de hacer esto, en el momento en que cada uno de nosotros ha de transformarse a sí mismo como único medio para que nuestro entorno sea un poco más amable.

Alberto Martínez Urueña 18-02-2013

De película


            Y andaba yo queriendo empezar el año escribiendo sobre las cuestiones importantes de la vida, sobre la evolución personal y las elecciones fundamentales de nuestra existencia… Maldito Bárcenas… “Malditos bastardos”…
            Hasta hace no demasiado tiempo, hasta que Zapatero empezó a sufrir de ceguera económica (no está claro cuando comenzó la enfermedad), coleaban todavía, como áspides de “Cleopatra”, los asuntos aquéllos de los fondos reservados de González, el terrorismo de Estado, las imputaciones de determinados altos cargos… Corrían los primeros noventa y apareció el adalid de la nueva derecha en España bramando como un personaje de “El señor de los Anillos” contra esos sociatas de mierda que se dedicaban a esquilmar el país al modo “Ichi the Killer”, y ofrecía sus servicios a la ciudadanía para hacer de nuestro país, un país como Dios manda. Todo parecía una epopeya como la de aquellos bastardos que se dedicaron a uniformizar España hace siglos, y si ahora no se puede tirar a nadie nacido en nuestra tierra al mar, se quedaron con las ganas.
            Mientras tanto, una alga negra crecía en el seno de aquellos prístinos lagos, bregando y alimentándose entreverado con aquella pureza. Oculta entre ellos, fue aprovechándose y creciendo. Se llamaba Bárcenas. Furtivo entre la luz inmaculada que expelían por los poros aquellos que le rodeaban, consiguió hacer su ilícita fortuna y, desagradecido después de años, señaló con el dedo y con sobres a sus escudos humanos.
            O algo así es lo que pretenden hacernos creer.
            Al mismo tiempo, o un poco más tarde, el señor bajito y con bigote que hablaba como si España fuera suya y que sabía lo que había que hacer en cada situación, ponía de excelentísimo señor Ministro de su Gobierno a un tal Jaime Matas que, inmerso en su desconcierto mental, no recordó que la derecha española no soporta sedicionismos y se transfiguró en Jaume. Más aún, no recordó que la derecha española no se corrompe y, al frente de uno de los reinos de taifas de nuestro país, queridos por los gallegos, vascos y catalanes y mantenidos por los pérfidos acrónimos PPSOE, hizo un elegante ball de bot al estilo “Mensajero del miedo” y para ello le fabricó un traje a medida a su partido insular. Un traje a base de euros de los que seguramente algunos caerían en sus alforjas.
            Esa es, grosso modo, la historia que han contado.
            También existió en tierras de “El Cid” otro excelentísimo señor de irreprochable sonrisa digna de la mejor pasta de dientes. Encaramado en su cordel de popularidad cual folclórica evasora de Hacienda, nos dejó los últimos ramalazos de su luz bucal mientras escuchábamos aquellas grabaciones en las que departía con un señor, o algo que se le parecía, salido de la película de “El enemigo público”, de Cagney. Aquellas hilarantes frases entre amiguísimos, más de la posterior “Un, dos, tres” del mismo actor, no fueron suficientes para “Doce hombres (y mujeres) sin piedad”, pero sí para millones de ciudadanos anonadados ante la contaminación en el hotel donde estaba el jurado.
            Esta fue la película, y así la resumieron.
            No falta, por supuesto, quien no mire de cerca al centro de España. Capital ilógica, nombrada tal en una época en que éstas se colocaban al lado de un río accesible por mar, como pudiera ser Londres o Roma, aquí la metieron enclaustrada en el monasterio formado por el Sistema Central. Y aquí, posteriormente, la metieron en el lodo a costa de tramas Gurtel, o más bien sekspirianas, y adjudicaciones contractuales dignas de “La tómbola”. La niña de la película, cantando lo hacía fetén, pero la letra era una auténtica cloaca de desechos lógicos. No te digo ya cuando al vice de la expresi, ahora presi cual “Julio César” le dio por elevarse a los cielos en un altar de quinientos metros cuadrados en la Costa del Sol que, primero intentaron que no fuera investigado, y después fue obviado como lógico hasta que “El cuarto poder” le metió mano.
            En ellas estamos, a ver qué desenlace grotesco nos deja cual montaña helada (Cold Mountain).
             Como veis, sin necesidad de hablar de economía, nos sale un texto de película; eso sin contar lo que haya oculto, igual que hacían Dustin Hoffman y Robert deNiro en aquella “La cortina de humo”. Porque no olvidéis una cosa importante: si esto es lo que sabemos, ¿qué será lo que nos están ocultando?
            No pretendo hacer un alegato a favor o en contra del Partido Popular. A favor, después de todo lo anterior me parecería igual de grosero que la niña del exorcista orinando delante de los amigos de su madre. En contra, por desgracia, en este país, habría mucho individuo con lo peor de Rain Man y de Darth Vader que me acusaría de ser el Pluto del PSOE. Al final, no es una cuestión de ideologías como en “Rojos”, es que nuestros políticos parecen los protagonistas de “Brother” pretendiendo negociar con Gordon Gekko.
            Ahora, el que quiera que me diga que si los ERE’s de Andalucía. Todo aquel que pretenda defender este guión mediante la contraposición con el otro, demostrará que estamos abocados a teleseries de los del mediodía de fin de semana. Y que es un poco cómplice, por cierto.

Alberto Martínez Urueña 21-01-2013