Escribía la
semana pasada, en el texto titulado
“¿Qué nos queda?”, la que creo mejor opción de comportamiento en nuestra
vida cotidiana, sobre todo, teniendo en cuenta la que nos está cayendo por
culpa de cuatro políticos cobardes incapaces de proteger al ciudadano, y por
culpa de otros cuatro políticos hijos de puta que están corrompidos por el
sistema y por los señores feudales que pagan la factura de sus campañas
electorales fraudulentas y de sus modos de vida desvergonzados. Lo orientaba
desde un punto de vista económico, para hilarlo con la situación en la que nos
encontramos, con un bombardeo continuo al respecto de ese tema tan importante.
Qué duda cabe de que si falta una nómina todo lo demás sobra, y esas cosas.
Pero también para mostrar que vivimos en una sociedad economizada en todas sus
instancias, y que el dinero contante y sonante es la medida de cada cosa, de
cada objeto, de cada vida…
El objetivo
de la ciencia (social) económica fue, desde su nacimiento, e incluso cuando había
una serie de conceptos dispersos, de dos tipos: por un lado, hacer que los
sistemas económicos, como pueda ser una empresa, consigan un funcionamiento
ordenado y, por otro lado, describir el funcionamiento y comportamiento del ser
humano en cuanto principal agente del sistema. El problema llega cuando una ciencia
social se convirtió en otras dos cosas: en primer lugar, se convirtió en la
herramienta que utilizaron algunos para acaparar esos recursos escasos de los
que habla la propia noción de Economía; en segundo lugar, para la gente normal,
dejó de ser una herramienta para convertirse en el sistema que marca los
objetivos. Ella misma se convirtió en el objetivo primordial, en la máquina de
medir, convirtiendo un sistema de precios relativos, útil para hacer
comparaciones entre objetos, en un mecanismo para medir incluso la valía de las
propias personas, según su capacidad para generar beneficios. Beneficios
económicos, claro. Pensad una cosa, la economía no utiliza los precios como
medida absoluta y última de los objetos: lo que hace es utilizar un concepto
llamado utilidad y un sistema de precios relativos para comparar utilidades
entre distintos productos. Por eso, hablaba de la capacidad que tenemos para
cambiar incluso la producción que nos rodea, a través de la valoración de la
utilidad que hagamos de cada producto que podamos conseguir, más o menos ético
o moral.
Pero me
preocupa en este texto la perversión que ha supuesto el establecimiento de la
Economía como forma de medir a las personas. Quizá de manera directa no
hablamos de que las personas tengan un precio mayor o menor. No lo hacemos con
precios monetarios, eso está claro, y fue todo un logro la erradicación de la
esclavitud; sin embargo, desde luego que valoramos más o menos a unas personas
en función de una serie de parámetros. ¿O acaso no admiramos más o menos a unas
personas que a otras en función de aspectos o resultados que, mirados de manera
aséptica, no son del todo honestos? ¿Quién no ha admirado la capacidad de tal o
cual empresario en función del éxito económico de su empresa? ¿No son noticia
los contratos multimillonarios de ciertos deportistas? Utilizamos un sistema
muy parecido al de la microeconomía y su teoría de las utilidades marginales
decrecientes (quien pueda, que me siga) para aplicarlo directamente a las
personas, utilizando precios relativos entre individuos que, si bien no son
medibles en euros, sí que pueden ser igual de perversos. Por ejemplo, desde un
punto de vista egoísta, la utilidad que me puede reportar tener tales o cuales
conocidos, o adoptar tal o cual comportamiento con unos o con otros.
Yendo un poco
más lejos, tenemos conceptos como la competencia entre trabajadores, la
consecución de aspiraciones, la obtención de resultados, la fijación de
objetivos que impregnan nuestra manera de ver la vida. Una vida que, cuando
menos, aceptamos como un mal menor para conseguir una serie de cosas que una y
otra vez no hacen más que defraudarnos.
Yo nunca he
negado las bondades intrínsecas de ningún tipo de conocimiento, y la Economía
es uno de tantos, como la Filosofía, la sabiduría del refranero popular, la Meteorología
o la fisión nuclear. Sería una estupidez lo contrario por un motivo muy
sencillo: el mundo, la evolución humana y el conocimiento avanzan hacia
delante, no hacia atrás. Sin embargo, por una serie de motivos que deberían ser
investigados (sería un estudio sumamente interesante), hemos otorgado a la
Economía un lugar en los altares que no le corresponde, hemos economizado al
ser humano. El camino a seguir desde este momento debería ser dar un paso más
allá.
Uno de los
motivos por los que la elevamos de tal manera fue porque, de manera innegable,
un cierto grado de satisfacción material era indispensable para el ser humano:
comer todos los días, calefacción en invierno, etcétera. Sin embargo, una vez
alcanzado, ha de ser el tiempo de devolver a la Economía a su lugar y,
siguiendo esa evolución humana que nos llevó a convertirnos en el Homo Economicus, intentar humanizarla de
una vez por todas. Y eso, como decía en el texto de la semana pasada,
únicamente se puede hacer desde el plano individual de cada uno, y desde su
propia responsabilidad.
Alberto Martínez Urueña
12-06-2012
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