miércoles, 13 de junio de 2012

Rehumanización


            Escribía la semana pasada, en el texto titulado  “¿Qué nos queda?”, la que creo mejor opción de comportamiento en nuestra vida cotidiana, sobre todo, teniendo en cuenta la que nos está cayendo por culpa de cuatro políticos cobardes incapaces de proteger al ciudadano, y por culpa de otros cuatro políticos hijos de puta que están corrompidos por el sistema y por los señores feudales que pagan la factura de sus campañas electorales fraudulentas y de sus modos de vida desvergonzados. Lo orientaba desde un punto de vista económico, para hilarlo con la situación en la que nos encontramos, con un bombardeo continuo al respecto de ese tema tan importante. Qué duda cabe de que si falta una nómina todo lo demás sobra, y esas cosas. Pero también para mostrar que vivimos en una sociedad economizada en todas sus instancias, y que el dinero contante y sonante es la medida de cada cosa, de cada objeto, de cada vida…
            El objetivo de la ciencia (social) económica fue, desde su nacimiento, e incluso cuando había una serie de conceptos dispersos, de dos tipos: por un lado, hacer que los sistemas económicos, como pueda ser una empresa, consigan un funcionamiento ordenado y, por otro lado, describir el funcionamiento y comportamiento del ser humano en cuanto principal agente del sistema. El problema llega cuando una ciencia social se convirtió en otras dos cosas: en primer lugar, se convirtió en la herramienta que utilizaron algunos para acaparar esos recursos escasos de los que habla la propia noción de Economía; en segundo lugar, para la gente normal, dejó de ser una herramienta para convertirse en el sistema que marca los objetivos. Ella misma se convirtió en el objetivo primordial, en la máquina de medir, convirtiendo un sistema de precios relativos, útil para hacer comparaciones entre objetos, en un mecanismo para medir incluso la valía de las propias personas, según su capacidad para generar beneficios. Beneficios económicos, claro. Pensad una cosa, la economía no utiliza los precios como medida absoluta y última de los objetos: lo que hace es utilizar un concepto llamado utilidad y un sistema de precios relativos para comparar utilidades entre distintos productos. Por eso, hablaba de la capacidad que tenemos para cambiar incluso la producción que nos rodea, a través de la valoración de la utilidad que hagamos de cada producto que podamos conseguir, más o menos ético o moral.
            Pero me preocupa en este texto la perversión que ha supuesto el establecimiento de la Economía como forma de medir a las personas. Quizá de manera directa no hablamos de que las personas tengan un precio mayor o menor. No lo hacemos con precios monetarios, eso está claro, y fue todo un logro la erradicación de la esclavitud; sin embargo, desde luego que valoramos más o menos a unas personas en función de una serie de parámetros. ¿O acaso no admiramos más o menos a unas personas que a otras en función de aspectos o resultados que, mirados de manera aséptica, no son del todo honestos? ¿Quién no ha admirado la capacidad de tal o cual empresario en función del éxito económico de su empresa? ¿No son noticia los contratos multimillonarios de ciertos deportistas? Utilizamos un sistema muy parecido al de la microeconomía y su teoría de las utilidades marginales decrecientes (quien pueda, que me siga) para aplicarlo directamente a las personas, utilizando precios relativos entre individuos que, si bien no son medibles en euros, sí que pueden ser igual de perversos. Por ejemplo, desde un punto de vista egoísta, la utilidad que me puede reportar tener tales o cuales conocidos, o adoptar tal o cual comportamiento con unos o con otros.
            Yendo un poco más lejos, tenemos conceptos como la competencia entre trabajadores, la consecución de aspiraciones, la obtención de resultados, la fijación de objetivos que impregnan nuestra manera de ver la vida. Una vida que, cuando menos, aceptamos como un mal menor para conseguir una serie de cosas que una y otra vez no hacen más que defraudarnos.
            Yo nunca he negado las bondades intrínsecas de ningún tipo de conocimiento, y la Economía es uno de tantos, como la Filosofía, la sabiduría del refranero popular, la Meteorología o la fisión nuclear. Sería una estupidez lo contrario por un motivo muy sencillo: el mundo, la evolución humana y el conocimiento avanzan hacia delante, no hacia atrás. Sin embargo, por una serie de motivos que deberían ser investigados (sería un estudio sumamente interesante), hemos otorgado a la Economía un lugar en los altares que no le corresponde, hemos economizado al ser humano. El camino a seguir desde este momento debería ser dar un paso más allá.
            Uno de los motivos por los que la elevamos de tal manera fue porque, de manera innegable, un cierto grado de satisfacción material era indispensable para el ser humano: comer todos los días, calefacción en invierno, etcétera. Sin embargo, una vez alcanzado, ha de ser el tiempo de devolver a la Economía a su lugar y, siguiendo esa evolución humana que nos llevó a convertirnos en el Homo Economicus, intentar humanizarla de una vez por todas. Y eso, como decía en el texto de la semana pasada, únicamente se puede hacer desde el plano individual de cada uno, y desde su propia responsabilidad.

Alberto Martínez Urueña 12-06-2012

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