jueves, 3 de mayo de 2012

La responsabilidad del engañado

Andaba yo queriendo desde hace ya tiempo. Queriendo y no pudiendo, que dicen que es lo peor que te puede pasar en esta vida. Depende del motivo, claro. En mi caso consiste en querer hablar de política (la que se practica, no la teórica definida hace siglos en Grecia, que creo necesaria) y ponerla a caer de un burro, mediante una comparación sencilla derivada de la utilización en la misma de técnicas de imagen y de mercadotecnia. Dos ramas que consisten, la primera, en vender un continente maravilloso aunque el contenido esté echado a perder, y, la segunda, en utilizar las herramientas de motivación y manipulación necesarias para vender lo que sea y a quien sea, como por ejemplo, un frigorífico a un inuit del ártico.


Pero ojo, estas dos ramas que utilizan en todas y cada una de las apariciones públicas que hacen nuestros políticos tienen un aspecto perverso que nos salpica y nos llena de fango a los ciudadanos. Las técnicas de imagen lo único que hacen es estudiar el comportamiento humano y sus reacciones a determinados estímulos; esto supone, poniendo un ejemplo grotesco y que no pretende ser cierto, que preferimos a un mentiroso bien vestido que a un andrajoso que dice la verdad. Los propios charlatanes de feria sabían bien que debían aparecer ante su público con un aspecto sanote y presentable, o de lo contrario, sus circunloquios y silogismos replicados a toda velocidad para evitar que nadie se centrase en el detalle no surtirían el efecto deseado. La idea, queda claro, era que quedasen deslumbrados por los fastos externos en lugar de cribar la información que estaban recibiendo para evitar caer en el engaño. La segunda de las técnicas, la de la mercadotecnia, conocida también por su vocablo en el impío idioma sajón como marketing, se basa en hacer estudios de distintos segmentos poblacionales filtrados según distintos criterios para averiguar cuáles son sus deseos y de esta manera fabricar productos que satisfagan aquéllos.

Unidas artimañas de la imagen con la mercadotecnia, y conjuntados por las oscuras artes de la manipulación, siempre tentadora, conseguimos un engendro ampliamente conocido, como son las necesidades “creadas”; esas necesidades que hace dos días no teníamos ni nos planteábamos, pero que vendidas con el suficiente arte por parte del experto, nos pueden llegar a convertir en auténticos “drogodependientes” de ciertas sustancias, como indican los estudios realizados a determinadas capas sociales, como los adolescentes, con respecto a algunos artilugios tecnológicos.

Creo firmemente que la política se mueve de acuerdo a los mismos y exactos criterios que los anteriormente expuestos, y lo defiendo. Los partidos políticos, moviéndose en una nube de indefinida ideología, establecen como principal objetivo de sus actuaciones maximizar el número de votos en unas elecciones, y en base a ese objetivo mueven todo su aparato organizativo para conseguir tales fines. Hasta aquí no habría demasiado problema, salvo que se tendrían que fijar unos objetivos ideológicos y desde ahí, convencer a sus votantes. Creo, por el contrario, que lo que hacen es observar primero a ver qué es de lo que se habla en la calle para luego utilizar sus herramientas de venta con el fin de hacernos creer que ellos persiguen lo mismo, utilizando esa nube indeterminada de ideología dentro de los márgenes razonables. Parece lo mismo, pero la dirección es diametralmente opuesta. Y además, concurre un problema añadido: está asumido que en campaña electoral se puede decir cualquier cosa para convencer, sin quedar luego moralmente obligados a cumplirlo; y se escudan en factores exógenos a ellos para hacer y deshacer realmente a su antojo, según sus propios intereses. Dentro de estos intereses estaría uno fundamental, y es atraer a los inversores necesarios para realizar sus costosísimas campañas electorales; del mismo modo que en una empresa un accionista invierte su dinero en el funcionamiento de ésta y luego exige un dividendo, de la misma manera se encontrarían obligados los partidos políticos para con sus “accionistas”: a pagar sus retribuciones a modo de favores de toda índole, quedando subyugados a un plano inferior las promesas electorales realizadas en campaña.

Por estos motivos, y por otros muchos que podría desgranar aquí, no creo en ninguno de los partidos políticos, y lo razono en función de las auténticas motivaciones que creo que siguen y la forma en la que estructuran sus prioridades. Así pues, os ofrezco un razonamiento que creo suficientemente sustentado para dos cosas fundamentales: exigir a los partidos políticos mucho más de lo que ahora hacemos, mediante la herramienta del voto, huyendo de fidelidades absurdas cuando nos jugamos cosas mucho más importantes; y también filtrar todas y cada una de las frases que sueltan en los medios, por aquello de que “todo lo que dicen es mentira”. Y todo esto también por otro motivo: si los políticos hacen lo que hacen, en base a su intento de conseguir nuestros votos, es porque de la manera en que lo están haciendo lo consiguen. Y ésta sí que es una auténtica responsabilidad personal y social de cada uno: saber que es lo que queremos en lugar de dejar que sean ellos quienes nos lo “introduzcan”.



Alberto Martínez Urueña 3-05-2012


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