martes, 10 de mayo de 2011

Comienzos

Hace un tiempo, ya unos meses, uno de vosotros (o vosotras, para ser políticamente asqueroso), me mandó un correo al respecto de un extremo sumamente interesante, y al mismo tiempo de gran relevancia. Uno de los comentarios que más me hacéis es que os gusta cuando meto cera de lo lindo y reparto estopa literaria a diestro y siniestro. A mí también me causa una catarsis emocional sublime, en el aspecto más literal de la palabra. Si bien no creo que el señor Botín y sus secuaces vayan a tener acceso a estos textos, al igual que esa panda de irrespetabilísimos señores que ahora andan a la gresca con sus mítines y sus zarandajas, también es cierto que eso me da la oportunidad de poder decirles lo que me plazca. Y os puedo asegurar que es mucho más placentero que mirar con cara de vaca tejana (gracias por la metáfora, Reverte) la tele durante seis o siete horas al día.
Pero claro, éste es un camino de una sola dirección. Una vez que te da por mirar a ver qué ocurre ahí fuera, y por un casual lo ves, ya no vale darse la vuelta y hacer como que no estuviera. Es como lo de los rencores, que puedes liberarte de ellos, pero lo que no puedes es borrar de la memoria el dedo que te introdujeron por el ojo. A lo que me refiero con esto, y es de lo que me hablaba esa persona que os comentaba antes, es que además de ciscarme en la madre que parió a esos canallas, y acordarme de sus muertos más frescos, habría que intentar hacer una lectura positiva de ello, aportando posibles soluciones. Si no para enviarles al mar con un peso de cemento en los pies, si para ir consiguiendo cambiar nuestro pequeño mundo particular. Quizá de esa forma, como en la película de “Cadena de favores” podamos ir mejorando un poco el ambiente enrarecido en el que nos movemos.
Hoy me he leído un librillo pequeño que os recomiendo a todos, sin excepciones, pero especialmente dirigido a los jóvenes (su propio autor así lo ha hecho, no es que me lo invente yo), titulado “Indignaos”, de Stephane Hessel, un tío del que pocos habrán oído hablar antes, pero que fue, entre otras cosas, uno de los doce hombres sin piedad que redactaron la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ya por eso no merecería la pena ser leído, porque al parecer hay poca gente que le haga caso, pero como a mí me van las utopías, ahí os dejó esto.
Ahora en serio, no basta como hacemos todos con criticar lo que vemos y no proponer nada. Más aún, es todo un esperpéntico descalabro andar criticando el sistema social en el que vivimos y participar en él “porque no se puede hacer nada”. Asistimos impasibles ante ciertos desmanes sociales con la misma actitud que un niño de dos años delante de un teletabi (un programa para niños que da bastante asco) y encima no decimos nada. Vemos con absoluto asombro cómo han barrido las dictaduras occidentales personalistas para imponernos otra dictadura que es la del capital. Peligrosa porque te permite vivir al margen de ella, pero si lo haces eres un tío muy raro, un marginado y además bastante gilipollas. Peligrosa porque está basada en la obtención de un placer inmediato que cercena por completo uno de los aspectos en los que se basa la satisfacción, que es el esfuerzo personal por conseguir algo. Entre otras cosas, peligrosa porque nos trata de subnormales, quitándonos toda herramienta para resistir a ella y luego nos envilece, cuando ya no hay quien pueda aguantar.
Esto hace que ciertas mentiras campen a sus anchas sin que nadie las cuestione. Actualmente estamos inmersos en una crisis económica provocada por empresas sin escrúpulos, y en todas las soluciones propuestas de una cierta relevancia no hay ni una sola que les haga pagar a éstas las consecuencias sin salpicar demasiado al resto. El sector privado, ineficaz para mantener un equilibrio de rentas, o simplemente un equilibrio, nos vende que es el más justo y eficiente mientras sus directivos se forran por hacer las cosas mal y por echar a la calle a millones de personas.
Pero esto va de que hay que buscar soluciones. Hoy no traigo ninguna clara, lo siento. Ardo en deseos de poder ofrecer una dirección que no sería única, pero que sería posible, y distinta de la que los tiburones nos ofrecen. Sin embargo, sí que os diré que al menos no entreguemos el alma, como quien dice. Quizá no conozca el camino en sí, pero puedo atisbar el comienzo, y éste pasa por no asistir indiferente a las tragedias y tener un pensamiento crítico de lo que hay a nuestro alrededor. No voy a inventar nada, os lo aseguro, y mucho de lo que escribo lo han dicho otros antes que yo; sólo aporto mi particular manera de pintarlo. El mensaje es el mismo, y la intención igual; el resultado unos lo consiguen y otros no, y éste es remover las entrañas del lector para que de una manera u otra trate de encontrar el pequeño granito de arena que pueda aportar. Aunque sólo fuese no caer en la trampa que el enemigo nos tiende. Porque, lo creáis o no, el enemigo sigue ahí fuera, está acechando, nos observa. No es una película de terror ni éste es el discurso paranoide de un amante de la conspiración. Ahí fuera hay gente que quiere quedarse con todo sin el menor escrúpulo y con una gran carcajada, y permanecer impasibles sólo nos hará espectadores de la debacle. Y después víctimas.


Alberto Martínez Urueña 9-05-2011

1 comentario:

Chewif dijo...

Yo propongo una: que cada uno ponga SU solución para SU situación personal. Y, si hay que salirse del "sistema", pues fuera. Se están demandando soluciones generalizadas, que alguien las idee y que las redacte, que los demás ya las seguiremos o las despellejaremos usando la mejor herramienta para la intolerancia: la libertad de expresión.

Hay demasiados que no saben caminar solos ni buscar sus propios caminos. A mí me da igual, yo voy a lo mio, y me importa un pito lo que me llamen.

Saludos.