Pues buenas tengáis todos. Me he pasado las vacaciones buscando un tema sobre la Navidad para escribiros algo, y al final se ha pasado y no he encontrado nada que me motivase ligeramente. Las opciones eran varias: podía hacer un ensalzamiento de los valores de la familia y de las connotaciones que estas fechas tienen para eso; también podía haber hecho una crítica desaforada al respecto del consumismo exacerbado al que nos vemos abocados durante estas fechas; o podía haber entrado al trapo y hablar sobre sus cuestiones religiosas. Al final, ni de una ni de otra, no me parecía que ninguna de ellas fuese lo suficientemente interesante para escribir un par de páginas a espacio y medio, así que lo dejaré para otras ocasiones.
No sabía muy bien si felicitar el año, aunque eso sí que lo hago, porque lo contrario me parecería rizar demasiado el rizo. Lo único que digo es que todas estas cosas y estas fechas me parecen unas pequeñas escusas para decirnos cosas que, o no son necesarias, o están bastante desgastadas y manipuladas. De todas formas, son bonitas, ayudan a llevar el día a día y viene bien que de vez en cuando rompamos ese muro de frialdad y lejanía al que nos vemos abocados en esta sociedad gélida.
Las navidades para mí siempre han significado un recordatorio de cosas que se nos van olvidando a lo largo del año, y que tampoco es malo que nos recordemos de vez en cuando. Claro, luego llegan los recovecos fríos y cavernosos de la cotidianeidad y nos van echando al traste los buenos propósitos que hacemos. Al margen de que algunos se ponen unos objetivos, tanto en cantidad como en dificultad, que más parecen lápidas de mármol que algo práctico para una vida plena. Así, vamos cayendo poco a poco en una de las fosas más pestilentes del siglo occidental en el que bregamos, que no dejan de ser la ingente cantidad de tareas y deberes que tenemos al cabo del día y que nos van sepultando poco a poco, sin darnos cuenta de que a lo mejor una vida sencilla sería más reconfortante.
Creo que son mejores las cosas pequeñas, posibles y agradables (y que me perdone el autor de esta frase, que no pretendo mancillarla con mi verborrea deleznable) que las grandilocuencias que algunas veces nos ponemos como meta y que a lo único que nos llevan es a la frustración de no conseguirlas, a la cerrazón del fracaso y la depresión aguda. Además, como comentaba antes, nos ponemos varias al mismo tiempo y no podemos abarcar ninguna de ellas.
Por eso, para este nuevo año, propongo como alternativa un par de posibilidades, si acaso tres:
La primera debería tener que ver un poco con algo interno nuestro, algo que supusiese un esfuerzo para nosotros mismos. Bien pudiera ser mejorar nuestro aspecto si es algo que necesitásemos, quizá pulir algo de nuestra personalidad que consideremos excesivo o incluso execrable, o podríamos plantearnos cuestiones baladís como mejorar nuestra autoestima haciendo algo que se nos dé bien. La vida de hoy es tan rápida que nos pasamos oleadas de tiempo sin ocuparnos de nosotros mismos, y poco a poco, nos dejamos llevar por los zarandeos de la sociedad que nos va llevando por donde ella quiere y no nos deja ser lo que deberíamos ser. Una cosa es ser uno mismo, y otra cosa distinta ser lo que la sociedad, de manera sibilina y subliminal, te va introduciendo en tu sistema operativo.
En segundo lugar, otro de los objetivos que planteo es hacer algo que nos guste y que suponga un cierto nivel de esfuerzo. Cada uno sabrá lo que ha de ser esa actividad: hay a quien le gusta hacer maquetas y trabajar con las manos, creando algo, y eso siempre es gratificante; hay a quienes nos va más el mundo de lo abstracto y para nosotros pongo en la palestra libros, cultura y esta retahíla de cosas que tenemos en el cerebro y que vamos dejando pasar con indómitas escusas que se nos enredan en los dedos; también se pueden hacer actividades de estudio, o de aprendizaje de algún tipo de labor, como pudiera ser aprender a coser, trabajar con madera, hacer ganchillo, o cursos de cocina. Cualquier cosa que tenga que ver con la creatividad y la ilusión es sumamente positivo y hace que la mente humana se expanda y crezca, y quizá esto es algo que nadie debería dejar apartado en los rincones de las cosas prescindibles; si bien es cierto que en el tiempo libre que tenemos nos apetece relajarnos con actividades que de una manera u otra hacen que nos evadamos del estrés y la rapidez del día a día, también es cierto que son recodos en los que nos vamos perdiendo irremisiblemente y vamos haciendo jirones el tiempo del que inicialmente se nos revistió cuando nacimos y nos dijeron aquello de “ahí tienes la vida, aprovéchala, no sea la única”.
En tercer lugar pongo quizá la que debería guiarnos siempre, y que creo que todas las personas deberían aceptar como válida: respeto al ser humano por encima de todo. Son miles las razones que encontraremos a lo largo del camino para poner excepciones a esta regla, pero todas serán falsas por definición, pues estaremos poniendo a una secuencia lógica basada en un sentimiento irracional (paradoja de lo más interesante) por encima de una vida humana, y eso creo que no tiene razón de ser.
No es necesario aspirar a cotas más altas, mejor un par de objetivos o tres que una miríada de asuntos que no te dejen respirar, mejor unos pocos disfrutes sencillos que la red de deberes, obligaciones y necesidades falsas con que nos rodeamos al caminar por este sendero de una sola dirección. Mejor disfrutar de este paseo que llegar al final sin haberlo visto, enredados en distracciones inútiles.
Alberto Martínez Urueña 10-01-2010
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