miércoles, 2 de diciembre de 2009

¿La libertad?

Tenía en la recamara otro texto que había escrito la semana anterior, pero que no mandé porque me parecía demasiado para tan corto espacio de tiempo, dos en tres días. Luego las críticas a que mis textos son demasiado largos serían demasiado frecuentes, y prefiero que se mantengan estables. Aquel texto sobre la libertad pretendía ser una vaga reflexión inicial para que cada uno luego se generase su propia idea al respecto, pero he ahí mi sorpresa cuando resulta que esperabais más despelleje y opinión por mi parte, en plan de mostrar la miseria social y esas cosas. Hay que andarse con cuidado cuando se escribe así en plan libre como yo, pero hay que andarse con más cuidado aún cuando se me piden tales cosas, porque a lo mejor lo que ponga aquí en esta columna puede ser una de esas realidades que nos tocan mucho en donde no se debe tocar.

Aquí cada uno gasta su tiempo en lo que le apetece, eso está claro, y no sé si hay cosas unas mejores que otras, que quede muy claro desde el principio (eso es auténtica libertad). Unos pueden aprovecharlo en ver series de mierda de las que colapsan el cerebro en unos años, otros pueden fomentar sus compras compulsivas diarias en comercios donde lo único que quieren es tu cartera y parte de tu alma o simplemente salir a pasear por la ciudad a tragar sulfatos y bencenos. Yo, al margen de alguna de estas cosas, tengo por costumbre mirar a ver en qué me equivoco, o en qué me estoy engañando (sin agobiarme, no estoy rayando la neurosis), y a pesar de esto, como sabe mi padre, que me toquen las mataduras me revienta bastante. No sé si aquellos que no lo hagan soportarían un texto demasiado duro. Ahí queda eso como advertencia.

La libertad es una palabra con la que mucha gente se llena la bocaza (expresión demasiado usada por mi parte últimamente) y la usa sin haber pensado nunca de lo que habla en realidad. En primer lugar, diría que considero que todos somos absolutamente libres, y al que diga lo contrario le contestaría que sólo es una cuestión de aceptar las consecuencias. Tampoco tiene demasiadas, más o menos dos según mi criterio, a riesgo de que se me olvide alguna: la primera es que sólo el que es responsable de sus actos tiene derecho a ella (me cargo de un plumazo todo niño, adolescente o bicho similar) aunque por desgracia siga siendo libre; y la segunda es que con libertad no te queda más remedio que tener que elegir y acaba siendo bastante chungo en muchas circunstancias.

No quiero entrar en qué es lo bueno y lo malo en esta vida, no me apetece entrar en conceptos teleológicos y cosas de esa índole que daría para varios textos, quizá. Lo resumiré diciendo que para mí, lo primero es el ser humano, y después está el resto de cuestiones, y con ese criterio moral me quedo satisfecho por ahora. Digo esto, porque al final, como decía antes, todos somos libres como el viento: escogemos qué programa de mierda, asqueroso y alienante ver, los pasatiempos destructivos en los que gastamos el tiempo, las mentiras que aceptamos para no tener la conciencia gritándonos de continuo cada vez que gastamos dinero en chorradas, o el partido de mierda al que votamos cada cuatro años. Desde luego, somos libres, porque podemos hacer una huelga de hambre hasta caer muertos, arriesgar la vida por otra persona, podemos matar a nuestro vecino de un escopetazo o podemos generalizar con los inmigrantes (el hombre blanco no es inmigrante, venga de donde venga, claro) y decir que son todos unos delincuentes y habría que obligarles a vivir con una cuña en la espalda que les hiciese vivir inclinados desde que cruzan la frontera. Somos libres, desde luego.

Pero claro, entra en juego lo de elegir. Porque a fin de cuentas, antes cuando tenías un familiar enfermo nadie te preguntaba: te ocupabas de él y punto, era algo inamovible. Ahora puedes buscarte alguna excusa para dejarle tirado en el hospital o donde sea y que se las apañe como bien le dé a entender sabiduría; porque a fin de cuentas los viejos, enfermos y demás nos recuerdan que somos motas de polvo y nos joden el tinglado, y acaba siendo desagradable tener que estar cuidándoles, oyéndoles, oliéndoles y demás verbos relacionados que no nos dejan vivir la vida loca. Y esto, sólo por poner un ejemplo, pero seguro que les hay a cientos, como lo de que antes sólo podías elegir entre estudiar o currar (alguna vez jugabas), pero ahora puedes elegir el sofá en donde tumbarte a mirar pasar el tiempo, puedes vivir a lo sanguijuela de tus padres, tienes que elegir cómo distribuir tu tiempo entre la videoconsola, Internet, la tele, las redes sociales y otras memeces… Claro, los adolescentes lo tienen complicado, porque como tienen derecho a ser libres y a tener todas las comodidades a cargo de la cuenta de papá, pues pueden elegir perfectamente rascarse la entrepierna todo el día. Esa es la libertad.

Lo estropeamos todo con lo de la responsabilidad. Básicamente, y esta es mi forma de pensar, al que no sea responsable, le ponía mirando a Huelva (es la frase, no tengo nada en contra de esa ciudad): al que deja a sus enfermos tirados le condenaba a curro en geriátrico durante tres años, al chaval que no quiere hacer nada le quitaba todo tipo de comodidades (dormiría en el frío suelo incluso, no me ando con chiquitas), al que fomenta la telebasura le llevaba a los arrabales de alguna ciudad latinoamericana como Rio de Janeiro o El Salvador ¿Libertad? Todos somos libres, pero el que antepone cualquier secuencia lógica, idea o simple capricho a la vida humana está seriamente equivocado desde mi punto de vista, y en esto incluyo drogas, agresividad, esclavitud provocada por el consumismo, alcoholismo y un largo etcétera. Y que no me toquen una cosa: el que, en el uso de su libertad, se daña a sí mismo, puede tener derecho a hacerlo, pero en mayor o menor medida, es un gilipollas. No tan explícito, pero era lo que pretendía con el texto de la semana pasada: que cada uno se busque su medida.

Alberto Martínez Urueña 1-12-2009

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