Hay algunas cosas por las que me ha venido bien de tener que venirme a vivir a Madrid. Desde luego, una de ellas no ha sido tener que venir a esta ciudad enorme, polucionada y repleta de todos esos valores que, desde mi más personal opinión desprecio (los valores, no las personas). Sin embargo, entre otras cosas, he podido poner en valor un aspecto al que muchos artistas antes que yo, y mucho mejores, rindieron tributo, como es la radio, la emisión de ondas de no-sé-qué-tipo que permitieron a la gente comunicarse antes de que llegase esa caja tonta que es la televisión, o esa jungla peligrosa de Internet.
Venía esta mañana de Valladolid, ciudad a la que amo, y he tenido la ocasión de saber que se han llevado a chavales de edad de instituto a Copenhage, por lo del tema de la cumbre sobre el cambio climático, les han preguntado, y claro, como ocurre siempre en estos casos, han puesto el dedo en la llaga de tal manera que casi me echo a llorar en el coche, arriesgo de accidente. Decían que cómo es que no se hace nada para evitar el tema, con lo sencillo que sería, que sólo era cuestión de dinero. Benditos los niños, con su simplicidad, ¿no? Lástima que algo pase luego con los años y nos pongamos excusas para justificar el hecho de no hacer esas cosas que son tan sencillas. Malditos los niños por su irritante manera de dejarnos en evidencia en demasiadas situaciones. No diré más, luego que cada uno se pregunte qué programa electoral vota. Y esto no es campaña electoral, que es que no hay nada serio por ahí, y esto sí que lo considero importante.
Al instante siguiente, salió una de las profesoras, catedrática, diciendo, y yo flipando cual yonki de riachuelo, que no estaba de acuerdo con el tema de que hubiese cambio climático, que esto eran ciclos y que el hombre no podía modificar el medio ambiente, y tal. Ella vería, pensaba yo, pero luego me dejó con la boca abierta al decir en un medio público algo que llevaba yo pensando un tiempo, y era que ese supuesto no significaba que no hubiese que hacer un esfuerzo importante para cambiar el sistema energético mundial hacia otro en el que primasen las energías limpias y renovables. Claro, claro, y es cierto, esos bastardos del hemiciclo nos meten en debates estériles, como siempre, cuando resulta que además del cambio climático, vivimos rodeados por sustancias que están degenerando la especie a marchas forzadas, trayéndonos enfermedades nuevas, incrementando las que existían y machacando nuestro cuerpo. Vamos, que en el caso de que no haya cambio climático, nuestro planeta Tierra se tiene que estar partiendo la panza a carcajadas al ver cómo nos suicidamos.
También he tenido la suerte de ver pasar por esas entrevistas (otros días) a personajes venerables, gente de todo el arco político, mediático y filosófico, ancianos de esos que ya están desfasados para esta sociedad en la que vivimos, y les he visto poner el dedo en la llaga casi parecido a como lo hacen los niños que antes os decía, y claro, pues se te cae la cara de vergüenza al ver cómo les dejamos olvidados en la marginalidad social asquerosamente aceptada, cuando suelen tener bastantes buenas ideas y saber por dónde van los tiros. Otra cosa es que no nos guste lo que dicen, pero eso no habla mal de ellos, sino de nosotros.
Por último, he tenido la oportunidad de escuchar a Ángeles Caso, ganadora del Premio Planeta de este año como curriculum, hablando de su novela, y luego disertando sobre otras cosas, como suele pasar en estas entrevistas, y ha tenido una frase la cual no recuerdo exactamente (iba conduciendo y no era plan de tomar notas), que venía a significar que el hombre occidental se ha construido una sociedad a base de la modernidad y el progreso que le ha dejado de gustar. No estoy totalmente de acuerdo con ella, ni mucho menos, y no creo que la involución sea la salida para los problemas que nos acucian hoy en día, y de los que suelo hablar en estas columnas.
Desde luego, a mi me gusta poco, pero no creo que tirar hacia atrás sea la solución, creo más bien que el tema ha de ser que cada uno acepte la responsabilidad que le toca en su pequeñísima parcela de influencia que tenemos en nuestro entorno. No hablo de cambiar el mundo, ni nada de eso: tales cosas ya se intentaron por las bravas y con mucha algarabía, y devino en mucha gente drogada y viviendo en submarinos amarillos. Simplemente hablo de hacer un pequeño esfuerzo personal para intentar ser mejor vecino, más empático con el sufrimiento ajeno, menos violento con la gente con la que te cruzas conduciendo, menos pragmático en las relaciones personales, más consideración con las cosas sencillas de las que hablan los niños y ancianos, y menos complicaciones en las que nos enzarzamos los adultos.
Muchas veces todos nos hemos metido en disquisiciones de lo mal que está el mundo, que no se puede hacer nada para cambiarlo, y eso es algo cierto: estoy firmemente convencido de que no se puede. Lo único que pretendo es ser un poco mejor en mi vida y mirarme a mí en lugar de buscar las responsabilidades ajenas, tratar de ser más pausado y menos estresante, más amable, mejor marido, hijo o amigo; y si las cosas, o véase una persona cualquiera, me saca de mis casillas, pararme un momento antes de que eso me haga desviarme y volverme nuevamente ponzoña humana, para después justificar mi fallo porque alguien me haya tocado la vaina más de la cuenta. Es decir, tratar de ser responsable de lo que hago, aunque muchas veces no lo consiga (algo de ponzoña siempre queda): creo que es mejor eso que quejarme de que la sociedad ha perdido sus valores, y utilizar eso como excusa para perderlos también yo.
Alberto Martínez Urueña 10-12-2009
No hay comentarios:
Publicar un comentario