martes, 15 de diciembre de 2009

Enemigos

Que quede bien claro desde el principio que no creo en las ideas absolutas de los hombres, ni en las dictaduras de ningún tipo. Con el texto que me propongo escribir, al final pasa que alguno se sale de madre y me salta con que si estoy defendiendo algo parecido. Los mayores criminales de la Historia han salido de regímenes establecidos por Hitler, Stalin, Franco, Mussolini, Pinochet, Castro y alguno más por ahí que me dejo en el tintero, que fueron capaces de utilizar la “limpieza” (hay que ser retorcido para llamarlo así) del tipo que fuese dentro de sus propios países, contra sus propios compatriotas, enfrentando a hermanos contra hermanos y obligando a que niños tuviesen que exiliarse dejando a sus padres abandonados en cunetas (hablo de después de guerras civiles, ojo, no de que era obvio que las matanzas de curas y demás religiosos no podían consentirse) o a que mi abuelo tuviese que matar a gente.

Una de las cosas buenas que tenían estos regímenes era que sabías fácilmente contra quién tenías que pelear en caso de que te diese por ahí. Claro, arriesgabas el pellejo en el intento, el tuyo y el de tu familia, pero había a quien le merecía la pena, y gracias a ellos ahora no tenemos que soportar a esa panda de bastardos. Pero hoy en día, con el advenimiento de la democracia, ya no sabes quién es el enemigo, contra quién tienes que luchar o cuál es el mal que ha de ser derrotado, y claro se nos habría puesto esto mucho más aburrido de no ser porque tenemos ese circo romano que son las Cortes Generales.

Bromas aparte, esto nos puede demostrar dos cosas. En primer lugar, que la mayoría vivimos lo suficientemente bien (crisis aparte) como para que esos personajillos del hemiciclo nos líen la madeja con chorradas como las autonomías, las treinta y cinco horas semanales o la reforma fiscal en lugar de tener que preocuparnos por poder comer, porque la gripe u otra enfermedad autóctona mate al año cien mil personas o porque una vez al día, de media, casquen del orden de cincuenta personas en algún mercado. En segundo lugar, que se lo han montado lo suficientemente bien los que están por ahí arriba como para que no sepamos de dónde nos viene el peligro y permanezcamos callados y apacibles cual gorrino en su cochinera, sin que haya reclamaciones sociales de calado o a alguna mente pensante se le ocurra algo que les pueda amenazar ese sillón al que están grapados. La democracia ha pasado de definirse como el milagro del siglo veinte a calificarse como un mal menor que hay que soportar para no caer en errores como los que he mencionado al principio.

La democracia ha traído este Estado del Bienestar aséptico y empaquetado, listo para consumir y deglutir casi sin saborear. Ha puesto a nuestro alcance posibilidades tales que a nuestros abuelos les parece simple ciencia ficción, elevando nuestra capacidad de consumo a límites insospechados, haciendo realidad aquella teoría económica que algunos de nosotros hemos estudiado de que la satisfacción (véase la teoría de utilidad, por ejemplo) del consumidor se ve acrecentada según aumenta su renta disponible. Esto me lleva a pensar en cuál es mejor de las siguientes dos opciones.

Algunos de vosotros todavía recordaréis aquella muñeca que os tocó de reyes cuando erais pequeños, o no tanto, o aquel tren eléctrico, los zapatos nuevos, o una camisa de buena calidad; en resumen alguna de esas cosas que los padres daban en reyes o cumpleaños si acaso podían, que valían una mierda visto desde aquí pero que disfrutasteis como si fuese un tesoro. Luego pongo al otro lado de la balanza la posibilidad que tenemos hoy en día de comprar juguetes, regalos, ropa de todo tipo y condición una vez al mes o incluso con más frecuencia. Desde luego, la satisfacción de una cosa u otra son distintas, y no sé bien qué responderos si me preguntáis cuál de las dos cosas prefiero. Lo que sí que tengo claro es que la satisfacción que produce el hecho de comprar lleva a adicciones de las cuales se aprovechan los ricos de esta sociedad que pagan las campañas electorales de los políticos que se perpetúan en el cargo y que no hacen nada para que este sistema social evolucione a otro con las personas libres desde un punto de vista intelectual. Ojo al dato, que he expuesto mi crítica a por qué no gastar y gastar sin freno.

Por otro lado, además de despersonalizar al enemigo (lo cual es bueno porque así no tienes que utilizar violencia hacia otro semejante), la democracia es un sistema que despersonaliza sin más, y se convierte en un sistema de cifras y estadísticas: que si PIB, renta disponible, IPC, paro y ese largo etcétera, que aportan información valiosa no sé bien para qué. A fin de cuentas, si no le pones rostro a ese diez por ciento de la población que vive en la más absoluta marginalidad y lo comparas con ese cinco por ciento de gente que está forrada hasta las trancas, llegas a la conclusión de que si el ochenta y cinco por ciento vive más o menos bien, con la expectativa de ingresar en el club del cinco por ciento y que no te toque el del diez.

Así que, ¿contra qué luchar cuando el enemigo no tiene rostro, y además se lo quita a aquellos que lo necesitan más que nunca? ¿Será que ya no hay nada por lo que luchar, y por eso ayer discutía de política con compañeros del curso? ¿Será que el sistema económico y social en el que vivimos ha llegado al punto de saturación y ya no ha de ser mejorado? Más bien creo que todo está montado en un intento de que la inquietud de las personas muera, que se crean que su felicidad dependa de la cantidad de cosas que pueda comprar (y digo cantidad, ya ni siquiera calidad), creando una tras otra cortina de humo, y sigan forrándose cada vez más los que llevan forrándose desde hace siglos.

Alberto Martínez Urueña 15-12-2009

jueves, 10 de diciembre de 2009

Algo sencillo

Hay algunas cosas por las que me ha venido bien de tener que venirme a vivir a Madrid. Desde luego, una de ellas no ha sido tener que venir a esta ciudad enorme, polucionada y repleta de todos esos valores que, desde mi más personal opinión desprecio (los valores, no las personas). Sin embargo, entre otras cosas, he podido poner en valor un aspecto al que muchos artistas antes que yo, y mucho mejores, rindieron tributo, como es la radio, la emisión de ondas de no-sé-qué-tipo que permitieron a la gente comunicarse antes de que llegase esa caja tonta que es la televisión, o esa jungla peligrosa de Internet.

Venía esta mañana de Valladolid, ciudad a la que amo, y he tenido la ocasión de saber que se han llevado a chavales de edad de instituto a Copenhage, por lo del tema de la cumbre sobre el cambio climático, les han preguntado, y claro, como ocurre siempre en estos casos, han puesto el dedo en la llaga de tal manera que casi me echo a llorar en el coche, arriesgo de accidente. Decían que cómo es que no se hace nada para evitar el tema, con lo sencillo que sería, que sólo era cuestión de dinero. Benditos los niños, con su simplicidad, ¿no? Lástima que algo pase luego con los años y nos pongamos excusas para justificar el hecho de no hacer esas cosas que son tan sencillas. Malditos los niños por su irritante manera de dejarnos en evidencia en demasiadas situaciones. No diré más, luego que cada uno se pregunte qué programa electoral vota. Y esto no es campaña electoral, que es que no hay nada serio por ahí, y esto sí que lo considero importante.

Al instante siguiente, salió una de las profesoras, catedrática, diciendo, y yo flipando cual yonki de riachuelo, que no estaba de acuerdo con el tema de que hubiese cambio climático, que esto eran ciclos y que el hombre no podía modificar el medio ambiente, y tal. Ella vería, pensaba yo, pero luego me dejó con la boca abierta al decir en un medio público algo que llevaba yo pensando un tiempo, y era que ese supuesto no significaba que no hubiese que hacer un esfuerzo importante para cambiar el sistema energético mundial hacia otro en el que primasen las energías limpias y renovables. Claro, claro, y es cierto, esos bastardos del hemiciclo nos meten en debates estériles, como siempre, cuando resulta que además del cambio climático, vivimos rodeados por sustancias que están degenerando la especie a marchas forzadas, trayéndonos enfermedades nuevas, incrementando las que existían y machacando nuestro cuerpo. Vamos, que en el caso de que no haya cambio climático, nuestro planeta Tierra se tiene que estar partiendo la panza a carcajadas al ver cómo nos suicidamos.

También he tenido la suerte de ver pasar por esas entrevistas (otros días) a personajes venerables, gente de todo el arco político, mediático y filosófico, ancianos de esos que ya están desfasados para esta sociedad en la que vivimos, y les he visto poner el dedo en la llaga casi parecido a como lo hacen los niños que antes os decía, y claro, pues se te cae la cara de vergüenza al ver cómo les dejamos olvidados en la marginalidad social asquerosamente aceptada, cuando suelen tener bastantes buenas ideas y saber por dónde van los tiros. Otra cosa es que no nos guste lo que dicen, pero eso no habla mal de ellos, sino de nosotros.

Por último, he tenido la oportunidad de escuchar a Ángeles Caso, ganadora del Premio Planeta de este año como curriculum, hablando de su novela, y luego disertando sobre otras cosas, como suele pasar en estas entrevistas, y ha tenido una frase la cual no recuerdo exactamente (iba conduciendo y no era plan de tomar notas), que venía a significar que el hombre occidental se ha construido una sociedad a base de la modernidad y el progreso que le ha dejado de gustar. No estoy totalmente de acuerdo con ella, ni mucho menos, y no creo que la involución sea la salida para los problemas que nos acucian hoy en día, y de los que suelo hablar en estas columnas.

Desde luego, a mi me gusta poco, pero no creo que tirar hacia atrás sea la solución, creo más bien que el tema ha de ser que cada uno acepte la responsabilidad que le toca en su pequeñísima parcela de influencia que tenemos en nuestro entorno. No hablo de cambiar el mundo, ni nada de eso: tales cosas ya se intentaron por las bravas y con mucha algarabía, y devino en mucha gente drogada y viviendo en submarinos amarillos. Simplemente hablo de hacer un pequeño esfuerzo personal para intentar ser mejor vecino, más empático con el sufrimiento ajeno, menos violento con la gente con la que te cruzas conduciendo, menos pragmático en las relaciones personales, más consideración con las cosas sencillas de las que hablan los niños y ancianos, y menos complicaciones en las que nos enzarzamos los adultos.

Muchas veces todos nos hemos metido en disquisiciones de lo mal que está el mundo, que no se puede hacer nada para cambiarlo, y eso es algo cierto: estoy firmemente convencido de que no se puede. Lo único que pretendo es ser un poco mejor en mi vida y mirarme a mí en lugar de buscar las responsabilidades ajenas, tratar de ser más pausado y menos estresante, más amable, mejor marido, hijo o amigo; y si las cosas, o véase una persona cualquiera, me saca de mis casillas, pararme un momento antes de que eso me haga desviarme y volverme nuevamente ponzoña humana, para después justificar mi fallo porque alguien me haya tocado la vaina más de la cuenta. Es decir, tratar de ser responsable de lo que hago, aunque muchas veces no lo consiga (algo de ponzoña siempre queda): creo que es mejor eso que quejarme de que la sociedad ha perdido sus valores, y utilizar eso como excusa para perderlos también yo.

Alberto Martínez Urueña 10-12-2009

miércoles, 2 de diciembre de 2009

¿La libertad?

Tenía en la recamara otro texto que había escrito la semana anterior, pero que no mandé porque me parecía demasiado para tan corto espacio de tiempo, dos en tres días. Luego las críticas a que mis textos son demasiado largos serían demasiado frecuentes, y prefiero que se mantengan estables. Aquel texto sobre la libertad pretendía ser una vaga reflexión inicial para que cada uno luego se generase su propia idea al respecto, pero he ahí mi sorpresa cuando resulta que esperabais más despelleje y opinión por mi parte, en plan de mostrar la miseria social y esas cosas. Hay que andarse con cuidado cuando se escribe así en plan libre como yo, pero hay que andarse con más cuidado aún cuando se me piden tales cosas, porque a lo mejor lo que ponga aquí en esta columna puede ser una de esas realidades que nos tocan mucho en donde no se debe tocar.

Aquí cada uno gasta su tiempo en lo que le apetece, eso está claro, y no sé si hay cosas unas mejores que otras, que quede muy claro desde el principio (eso es auténtica libertad). Unos pueden aprovecharlo en ver series de mierda de las que colapsan el cerebro en unos años, otros pueden fomentar sus compras compulsivas diarias en comercios donde lo único que quieren es tu cartera y parte de tu alma o simplemente salir a pasear por la ciudad a tragar sulfatos y bencenos. Yo, al margen de alguna de estas cosas, tengo por costumbre mirar a ver en qué me equivoco, o en qué me estoy engañando (sin agobiarme, no estoy rayando la neurosis), y a pesar de esto, como sabe mi padre, que me toquen las mataduras me revienta bastante. No sé si aquellos que no lo hagan soportarían un texto demasiado duro. Ahí queda eso como advertencia.

La libertad es una palabra con la que mucha gente se llena la bocaza (expresión demasiado usada por mi parte últimamente) y la usa sin haber pensado nunca de lo que habla en realidad. En primer lugar, diría que considero que todos somos absolutamente libres, y al que diga lo contrario le contestaría que sólo es una cuestión de aceptar las consecuencias. Tampoco tiene demasiadas, más o menos dos según mi criterio, a riesgo de que se me olvide alguna: la primera es que sólo el que es responsable de sus actos tiene derecho a ella (me cargo de un plumazo todo niño, adolescente o bicho similar) aunque por desgracia siga siendo libre; y la segunda es que con libertad no te queda más remedio que tener que elegir y acaba siendo bastante chungo en muchas circunstancias.

No quiero entrar en qué es lo bueno y lo malo en esta vida, no me apetece entrar en conceptos teleológicos y cosas de esa índole que daría para varios textos, quizá. Lo resumiré diciendo que para mí, lo primero es el ser humano, y después está el resto de cuestiones, y con ese criterio moral me quedo satisfecho por ahora. Digo esto, porque al final, como decía antes, todos somos libres como el viento: escogemos qué programa de mierda, asqueroso y alienante ver, los pasatiempos destructivos en los que gastamos el tiempo, las mentiras que aceptamos para no tener la conciencia gritándonos de continuo cada vez que gastamos dinero en chorradas, o el partido de mierda al que votamos cada cuatro años. Desde luego, somos libres, porque podemos hacer una huelga de hambre hasta caer muertos, arriesgar la vida por otra persona, podemos matar a nuestro vecino de un escopetazo o podemos generalizar con los inmigrantes (el hombre blanco no es inmigrante, venga de donde venga, claro) y decir que son todos unos delincuentes y habría que obligarles a vivir con una cuña en la espalda que les hiciese vivir inclinados desde que cruzan la frontera. Somos libres, desde luego.

Pero claro, entra en juego lo de elegir. Porque a fin de cuentas, antes cuando tenías un familiar enfermo nadie te preguntaba: te ocupabas de él y punto, era algo inamovible. Ahora puedes buscarte alguna excusa para dejarle tirado en el hospital o donde sea y que se las apañe como bien le dé a entender sabiduría; porque a fin de cuentas los viejos, enfermos y demás nos recuerdan que somos motas de polvo y nos joden el tinglado, y acaba siendo desagradable tener que estar cuidándoles, oyéndoles, oliéndoles y demás verbos relacionados que no nos dejan vivir la vida loca. Y esto, sólo por poner un ejemplo, pero seguro que les hay a cientos, como lo de que antes sólo podías elegir entre estudiar o currar (alguna vez jugabas), pero ahora puedes elegir el sofá en donde tumbarte a mirar pasar el tiempo, puedes vivir a lo sanguijuela de tus padres, tienes que elegir cómo distribuir tu tiempo entre la videoconsola, Internet, la tele, las redes sociales y otras memeces… Claro, los adolescentes lo tienen complicado, porque como tienen derecho a ser libres y a tener todas las comodidades a cargo de la cuenta de papá, pues pueden elegir perfectamente rascarse la entrepierna todo el día. Esa es la libertad.

Lo estropeamos todo con lo de la responsabilidad. Básicamente, y esta es mi forma de pensar, al que no sea responsable, le ponía mirando a Huelva (es la frase, no tengo nada en contra de esa ciudad): al que deja a sus enfermos tirados le condenaba a curro en geriátrico durante tres años, al chaval que no quiere hacer nada le quitaba todo tipo de comodidades (dormiría en el frío suelo incluso, no me ando con chiquitas), al que fomenta la telebasura le llevaba a los arrabales de alguna ciudad latinoamericana como Rio de Janeiro o El Salvador ¿Libertad? Todos somos libres, pero el que antepone cualquier secuencia lógica, idea o simple capricho a la vida humana está seriamente equivocado desde mi punto de vista, y en esto incluyo drogas, agresividad, esclavitud provocada por el consumismo, alcoholismo y un largo etcétera. Y que no me toquen una cosa: el que, en el uso de su libertad, se daña a sí mismo, puede tener derecho a hacerlo, pero en mayor o menor medida, es un gilipollas. No tan explícito, pero era lo que pretendía con el texto de la semana pasada: que cada uno se busque su medida.

Alberto Martínez Urueña 1-12-2009