No deja de resultar una de las cosas que más ha conseguido maravillarme en estos veintinueve años tan inocentemente llevados. Es como si descubrieses una y otra vez que los niños no vienen en puente aéreo desde París, que los Reyes Magos no son tres, si no dos (aprovecho para decir que odio a Papá Noel, una vez más) (compruébese el tono metafórico), o que el tío que hay al otro lado de la televisión no te puede observar también a ti. No en vano, antes o después nos damos cuenta de que esas cosas no son malas de descubrir, pues lo del tema de los niños deviene en algo más divertido, lo de los Reyes Magos te acerca con los años un poco más a tus padres y lo de la televisión en determinadas circunstancias y programas viene bastante bien. Al tema que me refiero en estos momentos es hasta dónde puede llegar el olvido y el autoengaño humano que, si lo asemejamos un poco con la estupidez equina atribuida a las personas, sabemos por Einstein que es infinita.
La cuestión al respecto es cómo la normalidad se nos vuelve en poco tiempo algo arcaico y deleznable, mientras que aquello que antes nos parecía absurdo, bárbaro o impensable, se nos vuelve el cachondeo padre más habitual. Os preguntaréis que a qué viene esta forma de empezar el texto de esta semana, y es que parece que la divina providencia me ha puesto en la tesitura de plantearme todo esto en un mismo día varias veces.
Al margen del espectáculo tan bochornoso que está dando, para mi placer más execrable y licencioso, mi eterno enemigo Real Madrid (algún día explicaré por qué le tengo tanto asco a ese equipo, lamento las sensibilidades heridas), he podido comprobar cómo el tiempo resquebraja las realidades que antes eran inmutables y las vuelve objeto de debate. También me preguntaba cómo el tema de que los piratas somalíes tienen patrocinador europeo no se le había ocurrido a nadie antes (de ahí el tema de la ceguera), o como la curia apostólica protesta porque políticos voten a favor de una ley del aborto que sale ahora y no intentasen eliminar la que había antes. Que para las mentes olvidadizas, en España se puede abortar desde hace más de veinte años, y por la vía de los daños mentales para la madre entraba cualquier cosa. Y el sujeto del que hablaré a continuación, con su mayoría absoluta no la derogó (podía haberlo hecho), y ahora dice que el aborto es una perversión. Según esta regla de tres, dejó al país viviendo en la perversidad esos cuatro años.
Sigo, como decía, por una situación de las que más me toca personalmente la moral, una de esas en las que tienes que dar la razón a un sujeto al que nunca esperabas tener que dárselas, y en este caso es al bandolero de Aznar (como había quedado suficientemente claro antes). El otro día salía en la Universidad de Murcia diciendo, con el motivo de su nombramiento como catedrático de Ética (el tío es Inspector de Hacienda), que los políticos tienen que ir más allá de su presunción de inocencia, y eso es algo que llevo yo pensando mucho tiempo, pero que no me apropiaré de ello no sea que se lo haya registrado como propiedad intelectual. Viene al cuento de la memoria retroactiva porque si hay algo que a ese señor se le pueden poner varios ejemplos como el anterior en el tintero.
La segunda de las cosas que me ha venido hoy a la cabeza, así, bóbilis bóbilis, es la del patio de vecinas que se vuelven las Cortes Generales al menos una vez a la semana con el tema del control al Gobierno. Bien es sabido por el pueblo llano aunque les pese, que en este campo sociológico (hay hasta una carrera en la que les enseñan Ciencias Políticas, que siempre me ha intrigado un huevo de pato cuál será su plan de estudios) es el más dado a tener una memoria más volátil que la gasolina, al igual que incendiaria, y con tal de no moverse del sitio les hay que se grapan las nalgas a la butaca sin perder la sonrisa.
La cuestión es que como al final aquí todos queremos tener la razón cuando decimos (el menda incluido), y muchas veces nos da igual lo que atropellamos. Me encanta ver cómo el partido de la oposición echa pestes de los nacionalismos con los que pacta cuando está en el Gobierno; o como hablan de reformas de una Ley Electoral que a los que la conocemos mínimamente nos da vergüenza explicar a los amigos; o como cuando sabes, porque lo sabes, que el alcalde de tu pueblo es un chorizo y vas a aplaudirle cuando se le llevan con grilletes. Luego nos preguntamos qué pasa en este país, pero la clase política no es sino una pequeña muestra del acerbo social que llevamos dentro. O si no, preguntadme cuál es la frase que más he oído desde que he sacado las oposiciones y soy funcionario; imagino que sabéis perfectamente de lo que hablo.
La cuestión, y a lo que venía todo esto, es que conviene muchas veces, en esa sociedad de esperpéntica rapidez en la que vivimos, parar un momento el carro y mirar hacia atrás para ver qué es lo que pasa, para ver cuáles son los autoengaños en los que vivimos cómodamente instalados. Y aunque muchas veces no quede más remedio que tragar con lo que nos rodea, tampoco es necesario dar cuartelillo a las mentiras que nos quieran ir colando, porque aunque a veces nos parezca que no, no es lo mismo hacerte el tonto y dejar que pase, a decir abiertamente que estás hasta los refajos del calzoncillo. Además, esto no es ir de rebelde o hacer que la sangre se te ponga a dar gritos, sólo es hacer un mínimo ejercicio personal de inconformismo cierto, no el que los anuncios de la tele pretenden vendernos. Y es que hay un trecho bastante largo de los disturbios antisociales a mirarte de vez en cuando la chepa a ver quién se ha subido.
Alberto Martínez Urueña 11-11-2009
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