Si os soy sincero, la verdad, es que este país nuestro al que tanto quiero no deja de sorprenderme un día sí y otro también. Hace ya un tiempo tuve la idea de escribir sobre lo que me propongo hacer hoy, y pero no recuerdo muy bien el motivo de no hacerlo. Ahora que ya se me ha subido la bilis a la garganta, creo que no es mal momento de dejar escapar presión de la caldera y dejar salir el tren de mi punto de vista.
Según las últimas encuestas de medios a los que no haré alusión para evitar tiranteces iniciales, o para evitar que se ponga en cuestión desde el principio lo que digo (obviamente la encuesta no es cosecha propia), los españoles de a pie como la mayoría de nosotros, o de a coche por necesidades del guión, hemos elevado la corrupción política por encima del terrorismo en la escala de preocupaciones, que ya es decir mucho con esos desalmados de la pistola dispuestos a matar en cualquier momento. Más que nada, porque siempre se ha dicho aquello de que los políticos son todos iguales, y ese tipo de cosas, pero ahora que nos lo airean con nombres y apellidos, y que les vemos defenderse como gato panza arriba aferrados cual garrapata perruna a sus escaños, parece que el tema tiene más enjundia que hace unos meses cuando los alcaldes de varios municipios de la costa murciana y alrededores salían esposados como Curro Jiménez de sus respectivos señoríos (al final es lo que se creen que tienen). Ahora que las televisiones se han puesto a sacar casos investigados por la fiscalía anticorrupción, o como narices se llame el organismo encargado de hurgar en ese tipo de basura, que parece que no huele hasta que Matías Prat o Ana Blanco lo sacan en sus respectivas franjas horarias y entonces es que apesta, es el momento de hablar de ello sin miedo a que alguno de vosotros, lectores, me acuse de demagogia o de extremista radical.
Está bien eso que dicen los que todavía no han visto su nombre en titulares de no meter en la misma saca a todos los políticos, sentando las bases de una posible defensa en plan capa de agua para cuando esto empiece a salpicar por todos lados. La cara de indignación de los dirigentes políticos es de libro y perfectamente ensayada cuando sus amigos de los pueblos vecinos (porque no se dejen engañar, aquí son amigos todos, y como muy bien se ha encargado de decir el barbas, aquí las listas electorales al final las hace quien las hace y ponen a quien ellos quieren) salen retratados con cara circunspecta en diarios de tirada nacional, salvándose ellos como las ratas de un barco que se hunde o como los ricachos del Titánic, con mucho de eso de “no toleraré”, “el que la hace, la paga” y frases que llevamos escuchando cosa de treinta años en este país (en la época de Franco nadie se atrevía a decirles nada a los dirigentes untados). Sin embargo, hay cosas para las que los políticos sí que son iguales, como por ejemplo trazando círculos imaginarios y estancos alrededor suyo en donde las responsabilidades políticas (y hablo de responsabilidades políticas, no penales) no entran, no son capaces de traspasar esa línea hábilmente marcada. Porque el que la hace, la paga, sí; pero todavía no he visto aceptar responsabilidades a los que han puesto a esos sujetos en el cargo y luego han mirado hacia otro lado mientras el tío agarraba los billetes de quinientos machacantes a dos manos.
Claro, es muy complicado para los políticos, dignos ellos en sus altas esferas y torres de cristal, ver como la costa levantina se ha ido convirtiendo en puro estercolero de casas, residencias veraniegas, refugio de mafiosos, de infracciones urbanísticas y lugar para que señores de la liga de fútbol profesional inviertan sus bien ganados millones a los cuales les retienen para que contribuyan a las políticas sociales y otra clase de historias según sea su procedencia (creía que la jeta de esa gente no podía alcanzar las cotas a las que están llegando). Que no me parece mal tener una casita a pie de playa para cuando llegan las vacaciones, o que la gente se quiera sacar unas perrillas montando un hotel de superlujo en Valencia, pero no tengo tan claro que sean necesarias siete u ocho (por poner un número) y construidas sobre acantilados que antes eran un descanso para el buscador de paisajes bellos, o sobre las arenas de playas que de preciosas, han pasado a ser muestra flagrante del mangoneo más latino.
Yo la verdad es que tengo interés en ver cómo acaba este tinglado. Más que nada por las risas. Me van a resultar muy interesantes dos cosas en particular. La primera de ellas, ir viendo como esta gente de clara desviación moral va siendo recolocada en otros cargos de distinta envergadura por otros sujetos muy dudosa catadura, que ahora se llenan la bocaza con pactos de Estado contra la corrupción. Si mal no recuerdo, para evitar conductas ilícitas no se pacta, se establece un estricto ordenamiento jurídico y al que lo infringe se le cepillan los jueces. Corríjanme los errores.
La segunda de las cosas va a ser cuando, después de habernos llenado nosotros la bocaza de que es que todos son iguales, lleguen las elecciones y empiece a verse el color del equipo que llevamos dentro; y de ladrones, corruptos y otra clase de adjetivos calificativos que ahora utilizamos, pasemos a discriminar entre unos y otros y el nuestro sea identificado como mal menor. Quizá no es que todos los políticos sean iguales, sino que al final se nos nota a todos de donde somos. Y si no, echad la vista atrás a ver qué es lo que envidiamos de esos corruptos, chupones y malajes.
Alberto Martínez Urueña 5-11-2009
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