Este es un tema de esos que puedes atacarle de mil formas distintas. Puedes echar espumarajos por la boca y no dejar títere con cabeza en cuanto empieces, o tratar de ser comedido y dar explicaciones que nadie te pida. Unos lo expresan desde el punto de vista de los causantes, y otros se ponen en la perspectiva de la víctima. La verdad es que yo prefiero verlo desde el mío propio, como quien lo ve en tercera persona y no se ha visto involucrado nunca con estos temas, y espero que por mucho tiempo siga todo así.
Ya sabéis que soy un firme defensor de los derechos de eso llamado ser humano, y de todas esas parafernalias de las que se llenan la boca determinados foros y contertulios, y otras alimañas más feroces y también más radicales. No en vano, y siendo así de directo, el peligro de pegarle una paliza a tal o cual sujeto es que quizá te equivoques de destinatario y se lo hagas pagar a quien no debes. No hay que olvidar incluso en el aspecto judicial determinados casos de errores flagrantes que han mandado a inocentes a la cárcel, o a la cámara de gas. Aparte que hay quien puede opinar que para sacarte determinada información, que al final resulta que no sabías, están legitimados para retorcerte los intestinos con unas pinzas de chimenea. En estos casos, luego pueden pedirte perdón con mucha baba bendita, pero nadie va a poder resarcirte realmente de lo sucedido. Gracias a Dios, por mucho que a determinados radicales (autotildados de tolerantes) les pese y gustaríanse de ver colgando del pescuezo a quien ellos determinen, hay determinados derechos que no te pueden quitar, como el derecho a la integridad física (no ser torturado), derecho a la presunción de inocencia (no como con la antigua congregación para la fe y los santos, es decir, la Inquisición que tenías que demostrarla y no al contrario) y otras más que vienen en esa Constitución que muchos no saben para qué fue promulgada.
El problema de esos aspectos unidos en uno es que al amparo de determinados derechos se vulneran otros. Estoy sumamente identificado con la posesión de éstos en el ámbito público de las personas; el sistema, sin embargo, se tambalea cuando esos derechos no van acompañados de correspondientes responsabilidades. Para hacernos una idea, yo tengo derecho a que no venga nadie y me torture, pero también está el aspecto negativo de que yo no tengo derecho a torturar a nadie, y ésa es precisamente de la responsabilidad de la que hablo. Con el objetivo de evitar esos desmanes, que no hace tanto ocurrían en este nuevo paraíso occidental con el que se le cae la baba a más de uno, se promulgaron una serie de preceptos a fin de erradicar esto que antes parecía más una costumbre que una atrocidad.
Pero claro, ¿qué pasa cuando a un menor de dieciocho años se le pone entre ceja y ceja que quiere partirle la cabeza a una mujer de cuarenta y pico en Medina del Campo porque no le gusta lo que le ha dicho, por poner un ejemplo? Véanse también abuelos agredidos en plena calle, maestros que son objeto de practicas pugilísticas en los pasillos de un instituto cualquiera, mendigos que suficiente tienen con el frío del invierno para que vengan determinadas bestias a reclamarles sangre… Y así un largo etcétera de víctimas de personas que por códigos legales son menores, y así se les defiende, pero que por salvajadas son Atila y su ejército.
Claro, es el momento en el que alguien saldrá diciendo tonterías tales como la carencia de responsabilidad, al menos legal, de personas de esa edad, que hay que protegerles de los ataques de los más fuertes, y todas esas cosas que estamos acostumbrados a oír a señores de traje, corbata y sonrisa displicente que algunas veces han conseguido alterarme más de la cuenta. Ya sabéis a lo que me refiero. El problema en este sentido es que a la víctima nunca queda resarcida de las lindezas del mocoso, robándole a mano armada sus propias legitimidades. Y reclamando aquello de “tócame, que soy menor”. Es decir, sabe que es menor, así como reclamar los derechos anejos a tal condición, pero no sabe discernir si quemar viva a una mujer en un cajero está bien o mal.
Aquí se pueden empezar a rebuscar en el fango más podrido miles de retorcidas razones para justificar que un niño de esas edades se parezca demasiado a Hannibal Lecter. Podemos hablar de los peligros del grupo-manada, de las indecencias emitidas en horario infantil, de la violencia de internet; pero la verdad es que no quedo satisfecho con ninguna de ellas. Todavía recuerdo épocas en que las pistolas eran el juguete más deseado, o los militares aquellos del GIJOE, o en las que se buscaba el rato en que los padres no estaban en casa para ver tal o cual película, o cuando buscábamos la forma de ver el interior del cuarto de baño de las chicas. Algo hicimos todos, nadie se libra de la mancha. Pero claro, si te pescaban te caía la que te tenía que caer, y si hacía falta a dos manos, y si chistabas lo más mínimo te caía el reintegro porque protestar cuando te habías equivocado también era falta.
Luego el problema al que llego es a la falta de responsabilidad. Es decir, no me vengan con soplidos en la oreja referentes a las pobres criaturas víctimas de tanta patraña, porque el problema precisamente es ése, que aunque en la televisión salgan soldados americanos pasándoselo en grande en las cárceles irakíes, cuando el niño haga lo que no debe, que la pague toda entera; y que no venga su madre diciendo que es que no puede con él y su padre cagándose en los muertos más frescos del profesor, policía, o quien sea, porque su hijo es un santo y no hace eso. Y mientras tanto, el niño partiéndose la caja porque el otro día le metió mano a una compañera que no quería, siendo el más gallo de su clase, con video formal en teléfono móvil que lo demuestra, y además ha conseguido burlarse del gilipollas que le hace de padre.
No recuerdo a ninguno de los de mi generación y anteriores que hayan salido traumatizados por una bronca de las que hacían temblar los cimientos de las casas, ni porque alguna vez tu padre te cruzase la cara cuando te lo merecías. Pero dejadles, que crezcan libres y salvajes, porque como siempre suelo decir, al final tendremos la sociedad que nos merecemos, y si un día tu hijo te parte la cara porque le sale de la santísima e inocente bisectriz, siempre puedes echarle la culpa al Gobierno.
Alberto Martínez Urueña 13-01-2008