No recuerdo
muy bien cuándo fue. Es una de esas situaciones en las que lo único que
realmente no importa es la fecha, y eso que siempre he intentado acordarme de
todas. Pero no de ésta. De hecho, seguramente traté de olvidarla, por aquello
de no tener puntos de referencia para que volviese a mi memoria algo así. Tal
vez me equivoqué, y lo que pretendí ver fue sólo un reflejo de mi excitable
imaginación, y en aquel bar únicamente estaba yo y vapores etílicos que
tornaron borracheras en miserias inventadas. Pero no creo, la verdad, porque
para ciertas cosas siempre he tenido facilidad y el mirar dentro de los ojos
siempre fue una de ellas.
La chica
estaba sentada en un taburete, con la mirada tan perdida que daba miedo
intentar entrar a donde había llegado ella. Una de esas cosas que luego se te
quedan en la retina y vuelven por las noches para hacer del descanso algo
lúgubre y pendenciero. No se movía nada, sólo el compás de su cigarrillo
latiendo en su mano derecha lo apartaba de ser un cuadro en tonos negros, la
lenta cadencia de las brasas avanzando lentamente hacia el filtro dando cuenta
de lo lento que puede llegar a pasar en ciertos momentos el tiempo. Tenía ante
sí una copa, seguramente algo con refresco de cola, varios hielos que se
deshacían poco a poco, absortos, quedos, como si el compás fúnebre también
fuera con ellos y a todo el conjunto le estuvieran tocando a muerto.
Miraba al
frente, como si en las botellas del otro lado de la barra pudiese leer algún
designio, como las meigas en los vapores de la queimada. Nada de eso ocurriría
desde luego, y aquello le daba un toque más triste si cabía, porque daba que
pensar que si necesitaba recurrir a esos sortilegios significaba que había
perdido el Norte por completo. Supongo que habría bebido más de la cuenta, pero
se sabía mantener en la silla sin trucos de equilibrista y, cada vez que daba
una calada, la mano temblaba, pero no porque estuviera ebria. Y desde luego, en
los ojos se reflejaba la soledad más extrema, y si hubiese bebido lo que
argumentaban algunos en el bar, el oleaje de la copa habría suavizado ciertas
asperezas.
Me sobrecogió
de tal modo, que incluso hoy me sobrecoge, cuando han pasado ya muchos tiempos
y muchas situaciones. Supongo que sería uno de esos momentos que el tiempo
escoge para poner una señal, una marca en la cinta de video de la memoria, para
que luego puedas encontrarla sin perderte. Pensé en acercarme y preguntar, pero
habría sido inútil, desde luego; y después, otro día, uno de esos que tampoco
recuerdas la fecha, pero ese porque sólo te quedas con lo que te quedas, te
cuentan que acertaste de pleno, que aquello era soledad de la del ermitaño, de
la que da miedo sólo de pensar en ella; y sabes que aquello sólo lo traen
contadas situaciones, como el desamor, el desengaño, la traición, el odio… Y
desde luego, el abandono. Tal era aquella situación, en la que donde pensó ver
campos enteros de flores preciosas, sólo quedaron cementerios de ilusiones que
se quebraron una a una, pero casi todas al mismo tiempo, como los platos de un
barco que naufraga, como los sueños que circulan por una mente desarbolada.
A su
alrededor, miradas con una mezcla salomónica y hitleriana, que siempre hicieron
mixturas de sabor bastante agrio, hacían un ejercicio de puntería esteparia, un
juego de moralina victoriana perfectamente equiparable a los tiempos más
oscuros de la cultura católica, apostólica y romana.
Comprendí
muchas cosas aquella noche; aunque, como todo, siempre espero a que el tiempo
me traiga respuestas que en el momento no puedes ver, o al menos percibir. Pero
entendí largamente y desde la parte más íntima mía, que el ser humano es un
complejo sistema sin ningún tipo de orientación, más que la que el propietario
quiera darle, y que las responsabilidades de los actos al final se acaban
depurando de forma individual, por mucho que en un principio haya quien quiera
refugiarse en la ignorancia grupal. Yo, que muchas veces traté de encontrarle
el recóndito escondite a la explicación más certera, entendí que darle muchas
circunvoluciones al entendimiento, a lo que lleva es al caos más absoluto, y te
permite (cosa que es ansiadamente buscada por los que pretenden engañarse)
olvidar cosas sencillas y simples como que la vida humana y su condición más
perfecta, como son sus sentimientos, en primer lugar son secretos, y en
segundo, lugar, sagrados.
Lo vi claro
en aquellos ojos. La soledad, la angustia, la tristeza… Lo entendí, porque
también viví cosas parecidas antaño; porque cometí los mismos errores, o
incluso peores; porque condición humana será siempre que las piedras del camino
se tornen muchas veces en profundos hoyos de los que no sabes salir; porque
cuando te encuentras solo en la oscuridad y no existen manos que te guíen a la
luz, sino que lo que encuentras es la conjura de los necios que intentan
desposeerte de tu dignidad, sólo queda alzar la vista, mirar dos segundos las
botellas y confiar en que el arrullo del tiempo traiga la luz que tanto ansías.
Y por
supuesto hacer limpieza, cojones.
Alberto Martínez Urueña
17-05-2007
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