martes, 2 de julio de 2024

Características fundamentales

 

            A veces me planteo diversos temas con los que volver a mandar estos textos, pero, considerando el nivel del discurso público, me niego a dirigirme a vosotros con argumentos más propios de una clase de infantil que de los que debería usar con personas adultas. Estoy convencido de que, por otro lado, como masa social, si alguien nos viera desde fuera, damos bastante asquito. Pedimos de forma continua a nuestros conciudadanos, a veces amigos, otras, desconocidos de redes sociales, que se posicionen en disquisiciones de blanco y negro, en lugar de analizar el detalle.

            Cuando esto me lo piden con cuestiones relativas al fútbol, a una película o al tono de verde que tienen las hojas de los árboles, sigue sin parecerme muy adecuado, pero me da igual. Otra cuestión distinta es cuando el tema versa sobre aspectos vitales para la sociedad en la que vivo. Si alguien me pregunta mi opinión sobre el robo, lo primero que me viene a la cabeza es pensar que mi interlocutor tiene una tuerca floja. El robo en sí mismo es algo intrínsecamente negativo, y sé que hay circunstancias en las que cualquiera de nosotros podríamos argumentar a favor de hacerte con algo que no es tuyo. Pero esto no es porque el robo se convierta en algo bueno, sino porque hay valores que, en la escala de prioridades, están por delante. Y no hace falta ponerle palabras elegantes. Podemos poner de ejemplo la supervivencia de un hijo. Ya he indicado en textos anteriores que el principal problema que tenemos en nuestras sociedades modernas es que la ingente panoplia de posibilidades de consumo nos ha llevado a no ser capaces de decidir entre todos ellos. Y, lo que es más pernicioso: en caso de tener que elegir de manera inevitable, el principal criterio que utilizamos para discriminar es el precio. Puede haber otros, pero el precio se ha convertido en un anatema intocable; es, de manera evidente, el tótem sagrado en nuestra sociedad capitalista. No en vano, todos los caminos conducen al precio.

            Creo que el precio, en mercados de consumos secundarios, consumos de productos que no sean básicos, es una herramienta muy útil para regular la actividad social. El mercado de los restaurantes de lujo, el de las discotecas, el de las copas de los bares, el de las zapatillas de deporte, la ropa de marca y un largo etcétera, funcionan muy bien cuando le aplicas un concepto igual para todos con el que puedas discriminar y filtrar el acceso a ese mercado.

            Yo no estoy a favor del robo; tampoco estoy a favor de la inmigración ilegal, ni de la desobediencia ciudadana, ni de la ocupación de casas vacías. No estoy a favor de saltarse la legalidad, ni tampoco estoy a favor de actuar de manera agresiva, violenta, ni con evidentes muestras de rechazo hacia colectivos o personas. Sin embargo, creo que, analizado el contexto de situaciones concretas, existen valores y principios que pueden estar en colisión con la propiedad privada, con la legalidad de fronteras, con la protesta e incluso con la insumisión o la ocupación de casas. Y por supuesto estoy en contra de la intolerancia, y jamás toleraré discursos que la corrompan. La supuesta paradoja de la tolerancia de Popper en realidad no existe: lo que sí que existe es la confusión axiomática entre quien no es capaz de entender que, por encima de la tolerancia, hay un valor superior: el del respeto a las características intrínsecas que constituyen la dignidad humana. La libertad de opinión absoluta no está incluida en esos aspectos. No es un aspecto esencial o vital de la persona defender (y pretender llevar a cabo actuaciones derivadas de esa opinión, porque las opiniones siempre llevan aparejada la pretensión de actuar) postulados contrarios a la dignidad de otro ser humano. Precisamente por la pretensión de llevar a cabo actuaciones que la implanten.

            Yo no estoy a favor de inmiscuirse en la libre decisión de consumo de nadie. No en vano, defiendo que lo que hacemos es lo que nos define, y cada uno ha de ser libre de hacerlo como le plazca. Pero la libre decisión de consumo (eso no es una característica última de la dignidad humana) no puede menoscabar la dignidad de otras personas. No estoy a favor de cortar la libertad de un ser humano de comprarse todo el parque de viviendas nacional, pero por encima de esa libertad creo que está la característica fundamental de la dignidad humana de tener un techo bajo el que guarecerte en unas condiciones de habitabilidad adecuadas, y a un precio adecuado que no te restrinja en resto de características fundamentales de tu dignidad. E insisto en eso de las características porque la dignidad humana es uno de esos conceptos tan manoseados que algunos se piensan que es algo abstracto. Pero nada más fuera de la realidad: es algo que se concreta en características fundamentales. La vivienda es uno de ellos.

            Por eso, cuando veo a quienes plantean equilibrar el derecho al libre consumo de viviendas con el derecho a tener un techo sobre tu cabeza y la de tus hijos, entiendo que están radicalmente equivocados. Entiendo que existe el derecho a tener veinte viviendas, pero no existe el derecho a restringir el acceso a tener una. Y hay muchas personas que malviven en ese límite. Hoy, perdida entre la ristra de gilipolleces con que nos desayunamos en las noticias, está la de dos hermanas que, superadas por el futuro desahucio al que se iban a ver sometidas, han optado por tirarse desde la ventana. Y no son las únicas.

 

Alberto Martínez Urueña 02-07-2024

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