¿Escribir
sobre política? Tendría que estar loco. Si queréis leer sobre actualidad
política tenéis suficiente metralla en cualquiera de los medios de comunicación,
digitales o analógicos, y podéis elegir quien os pone en el disparadero. A mí
me han bastado quince minutos de radio para saber que algo más de tiempo pueden
provocarme un agujero en el cerebro. Es como esa bacteria comecarne tan exótica
que mata a la gente necrosándola por dentro. Me han quedado preguntas, eso sí,
a las que no sé cómo responder. ¿Nuestros políticos tenían suficientes
incentivos para llegar a un acuerdo que satisficiera a los ciudadanos a los que
representaban, o más bien sus incentivos de actuación eran otros que no
conocemos? ¿Nuestros políticos tienen suficiente capacidad para realizar el
trabajo para el que les pagamos, o en realidad les pagamos para hacer un
trabajo, pero su objetivo es otro? ¿Nuestra democracia está preparada para
salvar este tipo de bloqueo?
La más
importante: ¿nuestros políticos son un reflejo de la idiosincrasia de esta
sociedad que conformamos?
Otra cuestión
que me ha quedado claro es que los discursos políticos no valen un ápice. Primero,
por mutables. Después, por agresivos. Y, por último, por interesados. Lo único
que salva a los políticos que los profieren es la escasa memoria de sus
votantes y, por supuesto, su gregarismo. Un gregarismo exacerbado en este mundo
de redes sociales y titulares rápidos. Un borregismo alimentado por frases
fáciles –zascas nos ha dado por llamarles– que hacen las delicias de los
electores cerriles que hacen grupo entorno al líder.
Básicamente,
pan y circo. Básicamente, Sálvame Deluxxe con un escenario más elegante, como
son las Cortes Generales. Y Twitter.
¿Qué nos
puede salvar de este desastre? No tengo ni idea. Pero lo que sí que tengo claro
es que yo no hago caso ni a la incompetencia autocomplaciente ni a los trileros
interesados. Lo que estoy buscando es cuál es el mejor modo de llevarlo a cabo.
Por supuesto, lo que no voy a hacer es gastar mi tiempo y mi teclado en
demostraros las falacias y las incongruencias de estos tiparracos: si no sois
capaces de verlas, las de todos ellos, tenéis un problema severo. Un sesgo
dialéctico del que no está en mi mano, ni tampoco en mi interés, sacaros. Sólo
recordaré como Sócrates y alguno de sus discípulos como Platón pelearon hace
dos mil cuatrocientos años contra los sofistas y sus trampas dialécticas. No
les fue demasiado bien, sobre todo, al primero. Si no pudieron ellos, ¿cómo voy
a pretenderlo yo? Por eso, no voy a caer en la trampa de retorcer la lógica con
mi retórica para demostrar nada.
Me he
planteado muchas veces cuál puede ser la solución para este tipo de cuestiones,
pero he de confesar que me hallo totalmente perdido. A veces me da la sensación
de que las soluciones que se plantean lo único que hacen es intentar tapar una
vía de agua que, como sucedía en los dibujos animados que veíamos de pequeños,
provocaba otras dos o más en otras zonas del casco. La verdad es, como en otras
muchas cosas, no soy experto en nada y menos en derecho constitucional. Imagino
que en esto os pasará como a mí. Pero hay catedráticos de la materia, gente que
hace derecho comparado y demás historias que se me escapan, así como sociólogos
y demás estudiosos. No soy partidario de fascismos, ni mucho menos defensor de
ideas únicas y unívocas; mucho menos, que quien las tiene, tenga la capacidad
de imponerlas. Pero hacer caso a los que se han pasado media vida dedicados al
estudio de algo en concreto me parece bastante sensato. Y si se tiene que poner
de acuerdo alguien, prefiero que sean cuatro o cinco, o diez, de ellos, a
volver a ver el esperpento público que hemos presenciado desde las últimas
elecciones generales. Pero esto suena mucho a la república platónica de los
sabios, la sofocracia, y no está exenta de críticas.
Un último
mensaje: volver a pedir el voto a los ciudadanos, tal y como ha hecho Pedro
Sánchez, pidiéndonos mayor claridad es un insulto como no me había imaginado
escuchar en pleno siglo veintiuno. Puede tener un programa político excelente,
unas ideas maravillosas y una capacidad de gestión absoluta, pero mis dudas de
si dejar el Gobierno de España a una persona que nos insulta no es un poco… –poned
vosotros el adjetivo–. Exactamente igual que ocurría antes, cuando lo que
pasaba con los líderes políticos que además de mentirnos, nos robaban.
Volveremos a
vernos ante la tesitura de escoger al menos malo, y eso de por sí pervierte
bastante el sistema. La verdad es que cada vez me entran más ganas de echarme
al monte. Me imagino que no soy el único.
Alberto Martínez Urueña
18-09-2019
PD: En mi opinión,
y por darla, el principal responsable de esta situación de bloqueo y de nuevas
elecciones es Pedro Sánchez, y después, ya si eso, hablamos, porque cada uno
tiene lo suyo.