Quiero
contaros un secreto, una inquietante verdad. Por desgracia, aquello que merece
la pena –es decir, lo que más felicidad y satisfacción aporta– es al mismo
tiempo lo que más esfuerzo requiere, lo que huye de la comodidad. La comodidad…
Tenemos la percepción de vivir tiempos oscuros porque nos han conseguido
convencer de que la utopía de un mundo donde reine la comodidad tiene sentido y
es posible. Más de uno pensará que me he vuelto loco al afirmar tal cosa, pero
eso no le resta veracidad. No tiene sentido, paradojas del destino, porque no
es posible y además no sería ese edén maravilloso del que hablan. Si supiéramos
las consecuencias de lograr eso que deseamos, no lo buscaríamos, os lo aseguro.
Y como es una utopía inalcanzable, vivimos tiempos oscuros porque intuimos, de
una forma instintiva, que jamás encontraremos satisfacción para nuestro
ridículo anhelo.
Pero nos
han convencido, con toda su maquinaria de desinformación y de marketing, con el
único objetivo de quitarnos las herramientas que deberíamos tener para
resistirnos a sus ataques. Ataques para convertirnos en una pieza más de la
maquinaria, en un trozo del engranaje al que, por desgracia, de forma
individual, puedan sustituir cuando falle. Nos han cosificado, nos han
convertido en una cifra como en los campos de concentración, una pieza anónima
de la que aprovecharse. Y han convertido las relaciones humanas en algo muy
parecido al proceso productivo de una fábrica: las mantenemos en la medida en
que nos resultan rentables. Cuando dejan de serlo, pasamos a otra cosa. Es
mucho más cómodo eso que estar a las duras y las maduras. Y esto lo han logrado
repitiendo sistemáticamente que “es lo que todo el mundo quiere”. Sin embargo,
una mentira, por mucho que se repita, no se convierte en verdad, y la
confirmación que podamos buscar en la masa social, amorfa y descerebrada, no
vale para nada más que esconder la cabeza en el suelo, como los avestruces. La
reiteración de patrones erróneos no lleva, por casualidad, al acierto.
¿Por qué
se han empeñado en hacernos creer esto? Pasamos de tener las necesidades
básicas cubiertas, y fue un logro absoluto en el avance del ser humano como
especie. No hay lugar a dudas. Pero después entramos en otra deriva peligrosa,
porque lo que antes era cubrir necesidades básicas, se convirtió en generar
necesidades que de básicas no tenían nada. Ni por aproximación. Y nos dejamos.
Permitimos que nos colaran una mentira porque era más sencillo creerla, era más
cómodo. Nos sedujeron con sus luces de colores y sus brillos. Y cayendo en esa
comodidad, además perdimos la capacidad de resistirnos a sus ataques. Por eso,
en el mundo capitalista, la balanza se ha desequilibrado del modo en que hoy
sufrimos.
¿Cómo lo
hicieron? Convirtiendo los vicios contra los que lucharon nuestros abuelos en
necesidades legitimas que debían ser cubiertas. Pero había que legitimarlos: la
confabulación más peligrosa en nuestra contra pasó por entregarnos la
justificación racional de que nuestros peores instintos no son malos, sino que
son inevitables. Y que, además, como todo el mundo les tiene, ¿por qué
esconderlos? Su argumento pasa por decir que eso del Bien y de Mal sólo es un
invento de las religiones para culpabilizarte y apresarte bajo un yugo llamado
pecado. Yo no soy religioso, creo que lo dejé claro hace tiempo, pero las
religiones únicamente hicieron suyo algo que es de todos, algo cierto que no se
convirtió en mentira porque el hecho de que las religiones mintieran. Esta
realidad básica es sencilla: hay cosas que están bien y otras que están mal.
De este
modo, arrebatados de nuestras herramientas para resistirnos y legitimados para
creer que nuestras bajezas no son tales, hemos aceptado una realidad que nos
convierte en meros objetos con los que negociar, datos a los que manipular,
adictos con síndrome de abstinencia permanente. “Sabedores” de que no
lograremos alcanzar jamás la saciedad de nuestros deseos y, sin embargo,
gallinas sin cabeza en pos de ellos. Enloquecidos. Convencidos de que vivimos
tiempos oscuros.
¿Por qué
resistirse? ¿Por qué luchar una batalla que podría durar toda una vida de
sacrificios? Todos aquellos a los que la vida actual les satisfaga plenamente,
que dejen de leer. El siguiente párrafo no va con ellos, ya tienen pagada su
recompensa. Sin embargo, para los que no están convencidos de la realidad que
nos han metido por las bravas, para los que no quieren esta realidad para sus
hijos, para los que sienten una creciente insatisfacción a pesar de seguir al
pie de la letra el manual de instrucciones del sistema capitalista… A todos
estos, os diré que hay una solución.
Hay una
solución, pero ataos los machos. Es una solución únicamente al alcance de aquel
que esté dispuesto a soportar el síndrome de abstinencia, y además hacerlo con
el pico lleno de jaco delante de los ojos las veinticuatro horas del día.
Únicamente lo que cuesta, merece la pena. Con el paso del tiempo costará menos,
tal y como saben los que dejaron de fumar y persistieron, por mucho que los
primeros días, los primeros meses, los primeros años, tuvieran la tentación
respirándoles en la nuca, acechando.
Hay una
solución al alcance de la mano, pero hay que estar dispuesto a aceptar
determinadas premisas que pueden sorprender, como puede ser que estás
equivocado en muchas cosas en las que habías depositado toda tu confianza. Pero
si la vida que te han vendido no te vale, si llevas un montón de tiempo
rebuscando en los mismos sitios, haciendo siempre lo mismo, y no te ha valido
de nada, ¿no es ridículo pretender un resultado diferente? Si crees que vivimos
tiempos oscuros, estás equivocado.
Alberto
Martínez Urueña 20-01-2017