jueves, 2 de julio de 2015

Grecia 2015 (concretando)


            Os aseguro que me resulta muy complicado daros los motivos para mi posición a favor o en contra de aceptar las negociaciones con el artista anteriormente conocido como Troika, nombre terrible que me recuerda al de un perro.

            En primer lugar, hay que ver qué nos ha traído a esta situación. A saber, tenemos un problema bien gordo con la noción de Unión Europea, la globalización y la libre circulación de capitales. No sólo en la cuestión de si estar a favor o en contra de estas ideas más o menos imprecisas, si no con la articulación de las mismas. Seamos francos: la Unión Europea es un mastodonte gigantesco que se mueve a cámara lenta en una realidad, sobre todo económica, que no puede permitirse tales recesos. La integración europea es un sendero de cabras por el que es imposible transitar a una velocidad aceptable que se atasca por los diluvios de intransigencia llovidos desde los parlamentos nacionales. La Unión está muy bien como idea, pero en la práctica provoca serios problemas para los que únicamente se ponen parches.

            Desde las instituciones se habla del descontrol de ciertos países, pero no se entona un solo mea culpa por la ausencia de controles serios y la subsiguiente imposición de sanciones verdaderamente coercitivas –existen, pero nadie las quiere aplicar– que solucionen los desequilibrios con la rapidez que exige esta galopante realidad. Las medias tintas en estos mecanismos han facilitado los problemas a los que hoy se enfrentan determinadas economías. Países que han tenido gobiernos de diferente signo durante estos años, pero que en ningún caso le atrevieron a ponerle la correa al chucho. La Unión Europea, hoy en día, corre los peligros que corre y que escuchamos todos los días en los medios por su escasa seriedad en este tema durante largos años.

            Y tenemos la cuestión griega. Sinceramente, la desconozco, pero las noticias que tengo de ella me suenan demasiado: eso de que si nos pensábamos que las cosas eran gratis, o que si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades. Para solucionar esta necedad, recomiendo un poco de hemeroteca y Youtube, donde hallamos los mensajes proclamados a los cuatro vientos por las élites institucionales de nuestro país, que eran los que en teoría tenían todos los datos y el conocimiento para interpretarlos. Me encandila sobre todo, por motivos obvios, aquellos discursos de Aznar asegurando que España va bien, creciendo por encima de nuestros socios europeos y generando riqueza –los datos eran, cuando menos, controvertidos–, o aquellos de Rato asegurando que la burbuja inmobiliaria no existe, y que sólo eran mensajes de agoreros –de este señor está todo dicho–. Si de algo se nos puede responsabilizar a los ciudadanos es de creernos los mensajes que lanzaban los que en teoría sabían del tema. A toro pasado, ya sabe si es macho porque se le ven los cojones. Como al asunto, que tiene muchos.

            Resumiendo, veo a unos dirigentes griegos que gestionaron un país de manera nefasta, y seguramente muy interesada, y a unos acreedores que vieron negocio en la desgracia de todo un pueblo y acudieron como hienas. Veo a unas autoridades centroeuropeas capitaneadas por Alemania que no comprenden la mecánica del juego capitalista que ellos mismos defienden –sus bancos apostaron y perdieron–, y que además son incapaces de empatizar con nada más que no sean sus propios intereses, cuando a ellos se les perdonó parte de la deuda que se les impuso por los desastres de la Segunda Guerra Mundial. Veo a unas instituciones internacionales absolutamente ajenas a los intereses de los ciudadanos, preocupadas únicamente en que las autoridades griegas –las que sean– se olviden de sus promesas electorales y hagan con el dinero que prestan, además de devolverlo religiosamente, lo que ellos dicen. Como anotación a este respecto, que sepáis – porque imagino que la mayoría no se lo ha leído– que Grecia tiene un sector militar superior al recomendado por la OCDE, derivado de las imposiciones de los préstamos recibidos, que obligaban, en lugar de construir un tejido productivo suficiente para relanzar la sociedad, a comprar a sus acreedores lo que ellos dijeran, en este caso, armas.

            En el plano técnico, por tanto, oigo cada vez más voces con gran peso específico en Economía afirmando que Grecia no tiene capacidad para devolver la deuda ilícita que sus incompetentes gobernantes firmaron. Si una empresa que opera en los sacrosantos mercados se viera en esa situación particular, se articularía el procedimiento conocido como suspensión de pagos que, como muchos sabéis, intenta conservar la vida de tal empresa mediante una nueva gestión acompañada por, ojo que aquí está el tema, una quita de la deuda y/o una ampliación de los plazos para devolverla. Y si no se pudiera salvar la empresa se la declararía en quiebra y se procedería a su liquidación. Como hablamos de países, esta última opción no existe, pero esta exposición tan sencilla es algo que los acreedores no parecen comprender.

            Por todo esto, tanto por la cuestión humana, pero también por la técnica, yo votaría en contra de aceptar los tratos que propone esa gente para los que la RAE tiene suficientes definiciones – puta Ley Mordaza… –. La otra opción es una quimera más allá de cualquier razonamiento técnico, pero sobre todo, colisiona directamente con los derechos intrínsecos más básicos del ser humano.


Alberto Martínez Urueña 02-07-2015