martes, 13 de mayo de 2014

La libertad


            Sobre la libertad se han escrito auténticos estudios desde hace siglos; en cada uno, su autor pretendía dar una versión del asunto. Muchos de ellos, por cierto, han utilizado la temática para dar empaque a una teoría más amplia en la que encastraban con mayor o menor consistencia la perspectiva que necesitaba esta problemática; quizá para dar planta a sus creencias, quizá con una visión un tanto manipuladora de las conciencias. En cualquier caso, desde antes de Jesucristo, en aquella incipiente cultura grecorromana, fueron muchos los autores que trataron de desgranar este aspecto tan humano, quizá por el simple amor al conocimiento –raíz etimológica de la filosofía– o por los motivos más o menos interesados. De hecho, esto me llevaría a una disquisición de la que me gustaría hablar posteriormente, que sería sobre la concepción que tenemos de nuestros semejantes en circunstancias parecidas a éstas; es decir, cuestionarme si el hombre es un animal interesado y egoísta del que hay que recelar siempre por sus escondidos intereses, o si puede manejarse de una distinta manera en la que no estuviera movido más que por un interés altruista para con sus semejantes. Evidentemente, es necesario pasar por el tamiz personal las dialécticas que nos llegan, pero la forma en que afrontemos tal disquisición cambiaría radicalmente con estas dos distintas opciones. El resto de culturas no se quedan al margen, y también han tratado este tema desde sus propias perspectivas, interesantes algunas de ellas, pero eso es materia de otro costal.
            Con respecto a la libertad, creo que hay que rehuir de la casuística concreta de los hechos consumados. Quien determina que tal o cual actitud pasa al libertinaje puede estar exacerbando una moral que, aunque sea respetable, puede ser contraria a la realidad humana, y puede estar tratando de imponer una moralina que esté más bien basada en prejuicios cuando menos anacrónicos. Quien defienda la libertad para actuar en todo caso, está obviando –esta vez, creo que de forma interesada– la existencia de valores suprahumanos y, sobre todo, supraculturales: como suelo defender reiteradamente en mis textos, no creo en ningún concepto ético, social o legislativo que vaya en contra del ser humano.
            La libertad, como todas las facetas del ser humano, no es una parcela independiente del resto de elementos que comportan su existencia, por mucho que las ciencias occidentales hayan parcelado cada uno de ellos en distintas disciplinas que, por un lado, nos han permitido obtener un conocimiento mecanicista muy útil para comprender los distintos engranajes que rigen el mundo y nuestra vida, pero por otro lado, nos han restado la comprensión global y holística de lo que somos; una realidad en la que dos más dos casi nunca son cuatro y en la que la interdependencia de todas las variables que rigen el sistema de ecuaciones no lineales que nos domina provoca que tengamos que tener en cuenta sus relaciones.
            Para comprender estas relaciones en las que la libertad se ve impregnada de toda una serie de condicionantes sólo hay una posibilidad real y cierta sin la que cualquier discurso se suele convertir en una conversación de besugos; en otras ocasiones, cuando se exaltan los ánimos, podemos asistir a verdaderas peleas de patio de colegio en que las razones son tan “infantiles” que ninguna de ellas se soporta por sí misma. Esta posibilidad supone intentar ver cada vez más “variables” de ese sistema de ecuaciones que mencionaba en el párrafo anterior, en un proceso que algunas corrientes de conocimiento llaman ampliar la conciencia y que coloquialmente se menciona como ampliar la perspectiva. En definitiva, no hay nadie más libre que el que conoce la realidad con una amplitud mayor, pero con la condición de tener perfectamente integrado en esa existencia holística que es su vida el conocimiento adquirido y que, ojo, no tiene por qué ser un conocimiento racional o intelectual. De hecho, muchas de las cuestiones que aprendemos “de verdad” en esta vida no tienen nada que ver con las conceptualizaciones racionales con las que la mente pretende engañarnos y fabricar su jugada sustentadora del pernicioso ego.
            En definitiva, al igual que ocurre en la mayoría de los mundos parcelados de que consta nuestra existencia, las mejores decisiones se toman cuanta más información “relevante” tengas en tu poder. Con la libertad sucede de igual manera. Por mucho que haya quien argumente que el ser humano es un ser con la potencialidad de tomar sus propias decisiones, incluida la de degenerarse a sí mismo a través de todo tipo de comportamientos, no es menos cierto que un conocimiento “real” y no sólo intelectual del asunto evitaría semejante esclavitud de factores que nada tienen que ver con la realidad que encierra un ser humano. Una vez más, como siempre he argumentado en este tipo de cuestiones, llego a la conclusión de que ampliar la visión que tenemos de la realidad que nos rodea, a través de un proceso de ampliación de la propia conciencia, es la única solución que existe para que esta vida sea lo más auténtica posible. A este respeto, además, puedo aseguraros que esta conclusión no tiene nada que ver con el proceso racional que he utilizado para la construcción dialéctica de este texto…
 
Alberto Martínez Urueña 12-05-2014

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