Supongo que
habrá quien se haya extrañado al ver que, habiendo elecciones de la índole que
fueran, éste que os escribe haya mantenido el silencio frente a los
espectáculos bochornosos que suelen depararnos estas efemérides. La verdad es que
últimamente no dispongo de mi tiempo como antes, pero por otro lado, por una
vez y sin que sirva de precedente, quería observar desde la quietud de mi
intimidad qué era lo que sucedía en esta ocasión. Y la verdad es que esta vez
he de reconocer, como les ha sucedido a otros muchos, que he sido sorprendido.
Gratamente sorprendido.
En primer y
principal lugar, me alegro de que el enemigo de los ciudadanos haya perdido
millón y medio de votos que, unidos a los otros dos millones y medio que ha
perdido nuestra hipócrita socialdemocracia, han reventado los cimientos de la
estructura política de nuestro país. Quería hacer en este momento un
interesante análisis en el que, utilizando los trucos de magia de la
extrapolación estadística que utilizan nuestros dirigentes, sacarles aún más
las vergüenzas que han quedado expuestas.
En primer
lugar, como dato informativo, según el INE, estábamos llamados a las urnas 34.420.170
españoles, y fuimos finalmente a ellas el 45,86%, lo que nos da una cifra de
15.785.089, que puede parecer mucho, pero es un completo desastre. Entrando en
materia, los datos absolutos y relativos del análisis que quiero hacer son los
siguientes: entre PPSOE han sacado 7.670.687 votos en 2014, mientras que en el
año 2009 consiguieron 12.812.161. Los datos de participación han sido del
45,86% este año, mientras que hace cinco fueron del 44,9%, por lo que parece
que han perdido la confianza de 4.141.474 ciudadanos.
Con estos
datos, ellos aplican su varita mágica en las elecciones: con independencia de
la participación, extrapolan los resultados al total de los posibles votantes y
así se reparten los escaños. Muchos creemos que en un sistema justo, los datos
de abstención deberían ser considerados como escaños vacíos, ya que ha habido
un porcentaje de población que no se ha manifestado, y por tanto, no tenemos
información para determinar qué color político tendrían. Pues apliquemos esto,
para ver, según sus mismas herramientas, qué lectura sacamos.
Si en el año
2014 hubieran acudido a las urnas todos los ciudadanos llamados a votar, y a
estos, les extrapolamos los datos reales – insisto, es lo que hacen ellos para
repartirse los escaños del Congreso–, hemos de considerar que la gran coalición
de bucaneros hubiera obtenido 16.726.313 votos en total. Si aplicamos el mismo
juego sucio a los datos del año 2009, los resultados nos ofrecen una cifra de
28.534.879 votantes que les otorgaron en ese momento su confianza. Lo que queda
es muy sencillo: sólo hay que hacer una resta para ver que, aplicando su misma y
torticera mecánica de extrapolación, en realidad, entre los dos responsables de
la gestión catastrófica de los últimos años han perdido la confianza de
11.808.566 de ciudadanos, que les han dicho “Hasta aquí hemos llegado,
cabrones”.
Yendo a lo
concreto, yo no sé si el bipartidismo ha muerto en España –y en Europa–, tal y
como dicen los grandes titulares, pero mirando con retrospectiva hacia el
camino que nos ha traído a este punto de la historia, hemos visto que los
grandes brillos cercanos que tachonaban sus bordes ocultaban un paisaje
circundante reseco y yermo. Ahora vemos que en los últimos veinte o treinta
años los partidos políticos de un lado y de otro nos han dejado completamente
expuestos y desamparados a los vaivenes de las élites económicas, en un mantra
absurdo en el que aseguraban que ellos sí que sabían qué era lo que le convenía
al mundo. Éstos, implementadas sus acciones a través de las reglas de un
mercado que pretende ser el mecanismo de asignación más ecuánime, serían los
mejor situados para guiar los designios de nuestro devenir.
Bueno, pues
el devenir al que nos han llevado se ha convertido en este completo desastre en
donde la inmensa mayoría de la población se siente estafada, vendida al gran
capital como una pieza prescindible y cada vez más devaluada de un engranaje
social que desecha todo aquello que no sirve para aumentar los ratios de
beneficio. Un desastre donde nadie te garantiza una mínima estabilidad vital,
donde el trabajo digno es una mera utopía y lo que queda más allá de esto no
permite salir de la pobreza. Y ojo, una masa crítica de personas se ha dado
cuenta de todo esto, han visto a los culpables, y están buscando la manera de
llegar más allá de ellos.
Por eso me
alegro del resultado de las elecciones de este pasado fin de semana, porque
parece que esa masa de gente presuntamente adormecida está empezando a cobrar
la factura a unos piratas que secuestraron nuestra dignidad y se la vendieron
al diablo a cambio de las migajas que se le caían a éste de la mesa. Ya no nos
valen carteles electorales de dudosos personajes sonriendo y besando niños, ya
sabemos que las cifras económicas pueden esconder grandes mentiras y entendemos
que votarles es poner a la zorra a cuidar del gallinero. En resumen, ahora
queremos verdaderos líderes que sirvan para que la ciudadanía recupere el lugar
que le corresponde. Después ya hablaremos de ideologías.
Alberto Martínez Urueña
28-05-2014