No puedo
evitar mandaros este texto porque, aunque no soy partidario de la urgencia, hay
cuestiones que no se pueden dejar pasar. Sobre todo, cuando esas cuestiones
afectan a lo más importante que puede haber en este planeta como es la vida
humana. Sobre todo, cuando lo escucho en la radio y lo primero que me sale por
la boca son espumarajos, siendo yo una persona que tiene al equilibrio por una
gran virtud.
Ha surgido, y
ya ha tardado, una nueva controversia con nuestro responsabilísimo Gobierno.
Poco a poco va dejando claras sus intenciones de imponer por la fuerza su
propio sistema ideológico a pesar de las protestas generalizadas cada vez que
se saca de la manga una nueva reforma. Lo estamos viendo con la sanidad, con la
educación, con la ley de seguridad ciudadana, la ley del aborto, la de las
pensiones, la del mercado laboral, los rescates financieros… ¿Os parecía poco?
Bien, porque ahora le ha tocado el tiempo a la política de inmigración.
Me está costando
expresar lo que siento, dándole vueltas para, con una cierta concreción, plasmar
lo que me arde por dentro. Caer en la demagogia es demasiado fácil, y con esto,
estaría dando posibilidades al enemigo, que en este caso, pretende justificar
la mutilación y la agresión física a otros seres humanos. Hablo de enemigos,
efectivamente, casi en cualquiera de las acepciones que admite la RAE, porque,
aunque haya muchos convecinos que no se hayan enterado todavía, estamos en
guerra.
Hay múltiples
guerras, y muchas más que ha habido en la antigüedad. Todas ellas tienen
víctimas, normalmente en ambos bandos. No hay casi ninguna guerra buena, y la
inocencia o culpabilidad puede desdibujarse con demasiada sencillez, aunque no
creo que eso de que en la guerra no hay buenos. Sin embargo, hay una guerra en
la que las cosas están más o menos claras, en la que hay buenos y malos, y las
víctimas sólo están en una de las facciones: los que van en contra de los seres
humanos y los que consideran que la vida humana y su dignidad es intocable.
Están los que justifican el daño con criterios (normalmente económicos) más o
menos elaborados y los que consideramos que hay daños que no se pueden permitir
bajo ningún concepto.
África, el
gran olvidado, está siempre en la picota, y normalmente, sus ciudadanos son las
víctimas en cualquier tesitura que se exponga. Son increíblemente ricos en
materias primas, y se hace lo imposible para quitárselas; se les venden armas
obsoletas y se perpetúan sus guerras para poder dar salida al excedente de
aquéllas; se les regatea la ayuda humanitaria hasta el mínimo céntimo y se les
deja morir de hambre; se mira hacia otro lado cuando se violan sus derechos, sus
propiedades e incluso sus cuerpos, negándose a intervenir siempre que no haya
intereses egoístas de por medio. Y cuando intentan salir, o incluso sobrevivir,
saliendo de este infierno olvidado y provocado por nuestros gobiernos, se les
criminaliza.
Te encuentras
con personas que no quieren formarse una opinión al respecto, y cuando se
plantea el problema pasan por encima; a otros, les resulta desagradable que les
hables de ello y les parece de mal gusto que salgan imágenes de niños pequeños
condenados a la muerte más infame; incluso, te encuentras a quienes les acusan
de querer venir a quitarnos lo nuestro. Nosotros les hemos quitado todo, así
que, ¿qué otra opción les dejamos? Les pedimos, eso sí, después de todas las
tropelías que han sufrido por nuestro afán desmedido de crecimiento económico,
después de haber visto sufrir o incluso morir a los suyos, que sean educados y
tengan clara su posición en esta sociedad que no es la suya. Que si se quedan
aquí, que no molesten. Esto no es demagogia, ésta es la incómoda realidad que
nos rodea no demasiado lejos. Tan cerca que están al otro lado de una línea
imaginaria, formada no se sabe muy bien cómo ni cuándo, y sobre la que volcamos
más esfuerzos para evitar que pasen que para conseguir que coman.
Ahora, esa
línea está en remodelación. Nuestro queridísimo presidente del Gobierno, jefe
de un partido político donde se esconde la auténtica extrema derecha de nuestro
país desde la muerte de Franco, está sacando a relucir esa corriente ideológica
intrínseca de personas absolutamente necias e ignorantes que propugnan
soluciones que nunca sirvieron para solucionar problemas que ellos mismos
crearon. Que defienden esa idea de prepotencia que nos eleva a nosotros, cáncer
del planeta, sobre seres humanos que sólo quieren sobrevivir, casi sin
pretender aspirar a una dignidad que nosotros consideramos básica. Y para ello,
en esa línea que se inventaron hace tiempo, no sé sabe cómo ni cuándo, colocan
cuchillas, y nos intentan hacer creer que sólo causan daños menores y erosiones
superficiales.
No diré nada
más, porque es tan evidente el engaño que no hay palabras que se expresen mejor
que los hechos. El que tenga dudas, que ponga una de esas cuchillas con el filo
hacia el cielo y que luego la pise, o que la agarre con fuerza. Está claro que
sólo un gilipollas se acercaría. Eso, o quizá uno de esos desheredados, a los que
la motivación que traen no les deja otro remedio, y desesperados, se cuelgan de
las vallas a sabiendas de que pueden dejarse la piel (nunca mejor dicho) en el
intento.
Alberto Martínez Urueña
27-11-2013