miércoles, 27 de noviembre de 2013

Déjate la piel en el intento


            No puedo evitar mandaros este texto porque, aunque no soy partidario de la urgencia, hay cuestiones que no se pueden dejar pasar. Sobre todo, cuando esas cuestiones afectan a lo más importante que puede haber en este planeta como es la vida humana. Sobre todo, cuando lo escucho en la radio y lo primero que me sale por la boca son espumarajos, siendo yo una persona que tiene al equilibrio por una gran virtud.
            Ha surgido, y ya ha tardado, una nueva controversia con nuestro responsabilísimo Gobierno. Poco a poco va dejando claras sus intenciones de imponer por la fuerza su propio sistema ideológico a pesar de las protestas generalizadas cada vez que se saca de la manga una nueva reforma. Lo estamos viendo con la sanidad, con la educación, con la ley de seguridad ciudadana, la ley del aborto, la de las pensiones, la del mercado laboral, los rescates financieros… ¿Os parecía poco? Bien, porque ahora le ha tocado el tiempo a la política de inmigración.
            Me está costando expresar lo que siento, dándole vueltas para, con una cierta concreción, plasmar lo que me arde por dentro. Caer en la demagogia es demasiado fácil, y con esto, estaría dando posibilidades al enemigo, que en este caso, pretende justificar la mutilación y la agresión física a otros seres humanos. Hablo de enemigos, efectivamente, casi en cualquiera de las acepciones que admite la RAE, porque, aunque haya muchos convecinos que no se hayan enterado todavía, estamos en guerra.
            Hay múltiples guerras, y muchas más que ha habido en la antigüedad. Todas ellas tienen víctimas, normalmente en ambos bandos. No hay casi ninguna guerra buena, y la inocencia o culpabilidad puede desdibujarse con demasiada sencillez, aunque no creo que eso de que en la guerra no hay buenos. Sin embargo, hay una guerra en la que las cosas están más o menos claras, en la que hay buenos y malos, y las víctimas sólo están en una de las facciones: los que van en contra de los seres humanos y los que consideran que la vida humana y su dignidad es intocable. Están los que justifican el daño con criterios (normalmente económicos) más o menos elaborados y los que consideramos que hay daños que no se pueden permitir bajo ningún concepto.
            África, el gran olvidado, está siempre en la picota, y normalmente, sus ciudadanos son las víctimas en cualquier tesitura que se exponga. Son increíblemente ricos en materias primas, y se hace lo imposible para quitárselas; se les venden armas obsoletas y se perpetúan sus guerras para poder dar salida al excedente de aquéllas; se les regatea la ayuda humanitaria hasta el mínimo céntimo y se les deja morir de hambre; se mira hacia otro lado cuando se violan sus derechos, sus propiedades e incluso sus cuerpos, negándose a intervenir siempre que no haya intereses egoístas de por medio. Y cuando intentan salir, o incluso sobrevivir, saliendo de este infierno olvidado y provocado por nuestros gobiernos, se les criminaliza.
            Te encuentras con personas que no quieren formarse una opinión al respecto, y cuando se plantea el problema pasan por encima; a otros, les resulta desagradable que les hables de ello y les parece de mal gusto que salgan imágenes de niños pequeños condenados a la muerte más infame; incluso, te encuentras a quienes les acusan de querer venir a quitarnos lo nuestro. Nosotros les hemos quitado todo, así que, ¿qué otra opción les dejamos? Les pedimos, eso sí, después de todas las tropelías que han sufrido por nuestro afán desmedido de crecimiento económico, después de haber visto sufrir o incluso morir a los suyos, que sean educados y tengan clara su posición en esta sociedad que no es la suya. Que si se quedan aquí, que no molesten. Esto no es demagogia, ésta es la incómoda realidad que nos rodea no demasiado lejos. Tan cerca que están al otro lado de una línea imaginaria, formada no se sabe muy bien cómo ni cuándo, y sobre la que volcamos más esfuerzos para evitar que pasen que para conseguir que coman.
            Ahora, esa línea está en remodelación. Nuestro queridísimo presidente del Gobierno, jefe de un partido político donde se esconde la auténtica extrema derecha de nuestro país desde la muerte de Franco, está sacando a relucir esa corriente ideológica intrínseca de personas absolutamente necias e ignorantes que propugnan soluciones que nunca sirvieron para solucionar problemas que ellos mismos crearon. Que defienden esa idea de prepotencia que nos eleva a nosotros, cáncer del planeta, sobre seres humanos que sólo quieren sobrevivir, casi sin pretender aspirar a una dignidad que nosotros consideramos básica. Y para ello, en esa línea que se inventaron hace tiempo, no sé sabe cómo ni cuándo, colocan cuchillas, y nos intentan hacer creer que sólo causan daños menores y erosiones superficiales.
            No diré nada más, porque es tan evidente el engaño que no hay palabras que se expresen mejor que los hechos. El que tenga dudas, que ponga una de esas cuchillas con el filo hacia el cielo y que luego la pise, o que la agarre con fuerza. Está claro que sólo un gilipollas se acercaría. Eso, o quizá uno de esos desheredados, a los que la motivación que traen no les deja otro remedio, y desesperados, se cuelgan de las vallas a sabiendas de que pueden dejarse la piel (nunca mejor dicho) en el intento.


Alberto Martínez Urueña 27-11-2013

domingo, 24 de noviembre de 2013

El corto plazo de las tripas


            Uno de mis momentos de mayor gusto y sosiego a lo largo del día suele ser, independientemente de la hora, escuchar tranquilamente las noticias, sobre todo cuando estoy en la cocina, entretenido con sartenes y cazuelas. Una de las últimas se refería al alcalde de Badalona, cuyo nombre no me sé ni me da la gana buscarlo en Google, y su entrada en los juzgados debido a la genial idea que tuvo en campaña electoral de lanzar panfletos en los que invitaba al pueblo, y también al populacho, a verter todo su odio contra la población de rumanos de su localidad. La entrada del susodicho, al parecer, se convirtió en la llegada victoriosa de Julio César después de reventar a los pueblos bárbaros con sus legiones debido a la algazara con que una masa disforme le recibía y alentaba en su lucha contra la Justicia.
            Vale, ya sé lo que van a argumentar algunos de los que lean el texto, y es que los rumanos a su país. Y cuando les recuerde la chavalería española que se larga a otros países con el tema de la crisis, dirán que estos van con contrato de trabajo. Por último, cuando recuerde que muchos de ellos van a la aventura, se defenderá que ellos saben comportarse, no como ese raro espécimen que campa cada fin de semana por las calles de nuestras ciudades montando gresca. Evidentemente, como sociedad tenemos que encontrar los medios para proteger a cada uno de los individuos que la conforman, pero el paso a la demagogia y después al racismo y a la xenofobia es tan fino que conviene tener claros ciertos extremos.
            Pero la reflexión era más sobre la estampa ofrecida que sobre el fondo del asunto. Al escuchar la noticia y recapacitar sobre ella me di cuenta de que en esa imagen sonora que me describían, plasmaban perfectamente el retrato de lo que sucede en este país que no se deja salvar por nadie. Por un lado, los líderes con capacidad de poder, siempre dispuestos a sacar a pasear el argumento más ladino, y por otro lado, la masa inculta y grosera, siempre dispuesta a tragar cualquier silogismo barato que le sirva de escusa para sacar el psicópata carnicero que lleva en las tripas.
            La responsabilidad de las personalidades con una visibilidad pública es más que evidente. No hay más que observar como los niños y adolescentes, ávidos de ejemplos a los que seguir, imitan en todo tipo de detalles a aquellos que tienen suficiente capacidad mediática. Se reclama, por ejemplo, en deportes de masas o en programas televisivos una ejemplaridad para evitar extender comportamientos incívicos: no hace tanto tiempo, en estadios de fútbol podíamos ver cómo energúmenos con la cara tapada y protegidos detrás de banderas de dudosa procedencia se dedicaban a linchar verbalmente a quien se pusiera a tiro. No hace demasiado tiempo, digo, en esta sociedad tan avanzada.
            Y luego está la contraparte. Esa colectividad que formamos entre todos nosotros, orgullosa de su incultura y de su cainismo más descarnado, siempre dispuesta a exponer suficientes razones para justificar el linchamiento en plaza pública. O lo que es lo mismo, a defender al personaje independientemente de sus actos; es decir, a justificar las mayores (o menores) tropelías en base a las simpatías que despierte el sujeto. No es de extrañar que éstos se esfuercen con tesón en practicar todas las artes necesarias del engaño y la tergiversación, convirtiendo el ejercicio de una actividad como la política en un simple mercantilismo de imagen, cuando deberían esforzarse en llevarlo al altar de la dialéctica y la contraposición de ideas, plaza que le corresponde. Añadido a esto, el pueblo inculto, siempre dispuesto a caer en el adocenamiento y en la incultura de masas que nos ofrecen envasada en guiones perfectamente estudiados y procesados, no está dispuesto a perder el tiempo usando la herramienta de la razón que la naturaleza le otorgó en aras de evitar que le tomen por estúpido. Caemos continuamente en clichés como el que afirma inservible informarse debidamente y formar un criterio propio sólido, aunque siempre flexible y preparado para corregir los errores que contenga.
            Pero lo peor de todo es que siempre estamos dispuestos a buscar o aceptar la excusa para que, con burdas engañifas, nos entresaquen (y nos dejemos entresacar) el carácter latino que tenemos y que nos lleva una y otra vez a la explosión emocional y a la búsqueda de soluciones a cortísimo plazo en lugar de tratar de sobreponernos al mensaje fácil y vacío que nos manipula y nos lleva de la mano al ocio fraternal y la guerrilla de portal y descansillo. En lugar de huir de los mensajes de mitin y cuña publicitaria en las noticias, dejamos que nos toquen el botón de la adrenalina y saltamos furiosos unos contra otros como monos de circo mientras ellos se reparten en pastel, al tiempo que se descojonan de la risa ante el espectáculo de toda una masa estúpida incapaz de ver escuchar las carcajadas por encima de sus propios insultos.
            La noticia me tocó la fibra, os lo aseguro, pero sobre todo por ver que la sociedad evolucionada y primermundista, avanzada y con cultura que dicen que somos acaba convertida en un eslogan y que, a las primeras de cambio, tenemos una gran masa crítica dispuesta a volver a las cavernas intelectuales y convertirse en seres irracionales de los que cualquiera con unos mínimos medios puede aprovecharse. No es que nos hagan, que también: es que nos dejamos.


Alberto Martínez Urueña 24-11-2013