domingo, 21 de julio de 2013

Bochorno

            Se contabilizan cada vez más pruebas de que nos encontramos, en este glorioso país, ante una situación tan esperpéntica que me hace pensar si España es un teatro como el de aquella famosa película llamada “El show de Truman”, en el que el protagonista vivía en un mundo prefabricado para ser emitido las veinticuatro horas del día. En este caso, el plato sería esta España; los protagonistas, ignorantes de su condición irreal, todos nosotros, ciudadanos absortos y anonadados ante el espectáculo; los realizadores, una esperpéntica mano negra dispuesta a robar incluso la vida de los figurantes a fin de sacar el máximo rédito.
            Ha llegado un momento en este bien montado entretenimiento en que las responsabilidades penales no valen para nada porque prescriben, se cambian leyes o se hacen amnistías fiscales. Los hechos más relevantes, a mi juicio, no sustentan ya, ni es necesario, ninguna causa legal que sea punible o -quizá sí-, pero son irrelevantes. Cuando personas a las que se supone inteligencia, honorabilidad, saber hacer y gestionar, altruistas con respecto a los intereses generales de los ciudadanos, se dejan envolver en el circo mediático de los últimos meses, están demostrando una incapacidad tan supina que no resultan necesarios códigos escritos para demostrar nada; antes bien, es suficiente el simple sentido común para que quede rotundamente clara la inconveniencia e incapacidad para continuar en ningún cargo. Personas con un mínimo
raciocinio serán capaces de entender que, aunque una enormidad de pruebas circunstanciales como las que desbordan los medios de comunicación no demuestren una culpabilidad a efectos jurídicos, dejan suficientemente clara la culpabilidad, cuando menos, de estupidez manifiesta e incapacidad para puestos de tamaña responsabilidad.
            Todo ello, sin contar la imagen bochornosa que se destila de nuestro país hacia los medios de comunicación extranjeros: tierra de grandes virtudes e igualmente grandes escándalos. Porque quien no sea capaz de entender que este circo vergonzoso es inasumible, deja claro también que la mayoría de edad y el pleno uso de las capacidades humanas no implican irremediablemente un correcto uso de los mismos, ni el merecimiento de determinados derechos públicos como el sufragio. Evidentemente, no abogaré por retirar éstos en ningún caso, ya que la tentación sería demasiado grande para tanto fascista autotildado de demócrata de atar con cuerda corta a la ciudadanía.
            Os aseguro que me faltan las palabras para explicar el asco que me produce todo el asunto Bárcenas. Relaciones probadas de altos cargos, entre ellos el de nuestro Presidente del Gobierno, con alguien de la catadura su extesorero y exgerente implican una incorrección democrática que debería poder ser sancionada de inmediato y sin posibilidad de recurso. Tener que visionar día tras día la película de miedo que nos están ofreciendo sin que exista ningún mecanismo democrático para poder romper una mayoría absoluta envuelta en semejantes despropósitos nos convierte en rehenes a todos nosotros, ciudadanos de una colectividad cada vez más atónita ante la marcha de una situación a la que permanecemos ajenos a su control e influencia, pero de la que sufrimos cada vez más terribles consecuencias.
            Al margen del plano eminentemente humano, que es el fundamental y que queda cada vez más relegado, ya da igual todo lo que no sea un borrón y cuenta nueva en esta democracia española que se preocupa de lo supletorio y se olvida de lo fundamental. Todo son discursos sobre los asuntos que preocupan a personajes que nadan en la abundancia y se permiten el lujo de hablar de problemas que a nadie interesan realmente, obviando la desesperanza, el sufrimiento e incluso -quién lo diría, entrados ya en el siglo veintiuno- el hambre y la malnutrición infantil. Y ahora, cuando les crecen los enanos y se les evidencian las vergüenzas, pretenden usar su demagogia y su pervertida dialéctica para intentar desviar una atención general que cada vez con más persistencia les asaetea con poderosos y fundados motivos, llegando a argumentar que un presidente no puede estar continuamente hablando de tales jácaras, aunque le afecten directa y sustancialmente.
            Así que de tal manera lo digo: ya no tienen crédito en mi particular banco de elecciones, políticos de hoy en día. No habéis sido capaces de ofrecer absolutamente nada bueno a este país; de hecho, lo habéis vendido al capital, os habéis repartido las migajas y, no contentos con ello, humilláis y hundís en la más absoluta de las miserias a muchos de mis conciudadanos. Si despreciamos esos discursos aprendidos y ególatras donde, interlocutores, os gustáis con aplausos de vuestros adláteres y sin derecho a preguntas de los medios, se percibe con claridad que ya no quedan excusas ni justificaciones, ni tampoco retorcidas fórmulas lingüísticas que puedan limpiar vuestro enlodado nombre. No tenéis honor, y habéis dejado patente que tampoco compasión por el débil; así pues, jamás obtendréis de mí más que lo inevitable -el respeto, por supuesto, os queda ya demasiado lejos-. Lo único que os resta por hacer es marcharos. Y los que vengan, que primeramente cambien leyes electorales y de funcionamiento de partidos políticos, o recibirán por mi parte, y por parte de toda persona que así merezca llamarse, el mismo desprecio que sus antecesores.


Alberto Martínez Urueña 21-07-2013

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