Se
contabilizan cada vez más pruebas de que nos encontramos, en este glorioso
país, ante una situación tan esperpéntica que me hace pensar si España es un
teatro como el de aquella famosa película llamada “El show de Truman”, en el
que el protagonista vivía en un mundo prefabricado para ser emitido las
veinticuatro horas del día. En este caso, el plato sería esta España; los
protagonistas, ignorantes de su condición irreal, todos nosotros, ciudadanos
absortos y anonadados ante el espectáculo; los realizadores, una esperpéntica
mano negra dispuesta a robar incluso la vida de los figurantes a fin de sacar
el máximo rédito.
Ha llegado un
momento en este bien montado entretenimiento en que las responsabilidades
penales no valen para nada porque prescriben, se cambian leyes o se hacen
amnistías fiscales. Los hechos más relevantes, a mi juicio, no sustentan ya, ni
es necesario, ninguna causa legal que sea punible o -quizá sí-, pero son
irrelevantes. Cuando personas a las que se supone inteligencia, honorabilidad,
saber hacer y gestionar, altruistas con respecto a los intereses generales de
los ciudadanos, se dejan envolver en el circo mediático de los últimos meses, están
demostrando una incapacidad tan supina que no resultan necesarios códigos
escritos para demostrar nada; antes bien, es suficiente el simple sentido común
para que quede rotundamente clara la inconveniencia e incapacidad para
continuar en ningún cargo. Personas con un mínimo
raciocinio serán capaces de entender que, aunque una enormidad
de pruebas circunstanciales como las que desbordan los medios de comunicación
no demuestren una culpabilidad a efectos jurídicos, dejan suficientemente clara
la culpabilidad, cuando menos, de estupidez manifiesta e incapacidad para
puestos de tamaña responsabilidad.
Todo ello,
sin contar la imagen bochornosa que se destila de nuestro país hacia los medios
de comunicación extranjeros: tierra de grandes virtudes e igualmente grandes escándalos.
Porque quien no sea capaz de entender que este circo vergonzoso es inasumible,
deja claro también que la mayoría de edad y el pleno uso de las capacidades
humanas no implican irremediablemente un correcto uso de los mismos, ni el
merecimiento de determinados derechos públicos como el sufragio. Evidentemente,
no abogaré por retirar éstos en ningún caso, ya que la tentación sería demasiado
grande para tanto fascista autotildado de demócrata de atar con cuerda corta a
la ciudadanía.
Os aseguro
que me faltan las palabras para explicar el asco que me produce todo el asunto
Bárcenas. Relaciones probadas de altos cargos, entre ellos el de nuestro
Presidente del Gobierno, con alguien de la catadura su extesorero y exgerente implican
una incorrección democrática que debería poder ser sancionada de inmediato y
sin posibilidad de recurso. Tener que visionar día tras día la película de
miedo que nos están ofreciendo sin que exista ningún mecanismo democrático para
poder romper una mayoría absoluta envuelta en semejantes despropósitos nos convierte
en rehenes a todos nosotros, ciudadanos de una colectividad cada vez más
atónita ante la marcha de una situación a la que permanecemos ajenos a su
control e influencia, pero de la que sufrimos cada vez más terribles consecuencias.
Al margen del
plano eminentemente humano, que es el fundamental y que queda cada vez más
relegado, ya da igual todo lo que no sea un borrón y cuenta nueva en esta
democracia española que se preocupa de lo supletorio y se olvida de lo
fundamental. Todo son discursos sobre los asuntos que preocupan a personajes
que nadan en la abundancia y se permiten el lujo de hablar de problemas que a
nadie interesan realmente, obviando la desesperanza, el sufrimiento e incluso -quién
lo diría, entrados ya en el siglo veintiuno- el hambre y la malnutrición
infantil. Y ahora, cuando les crecen los enanos y se les evidencian las
vergüenzas, pretenden usar su demagogia y su pervertida dialéctica para
intentar desviar una atención general que cada vez con más persistencia les
asaetea con poderosos y fundados motivos, llegando a argumentar que un
presidente no puede estar continuamente hablando de tales jácaras, aunque le
afecten directa y sustancialmente.
Así que de
tal manera lo digo: ya no tienen crédito en mi particular banco de elecciones,
políticos de hoy en día. No habéis sido capaces de ofrecer absolutamente nada
bueno a este país; de hecho, lo habéis vendido al capital, os habéis repartido
las migajas y, no contentos con ello, humilláis y hundís en la más absoluta de
las miserias a muchos de mis conciudadanos. Si despreciamos esos discursos
aprendidos y ególatras donde, interlocutores, os gustáis con aplausos de
vuestros adláteres y sin derecho a preguntas de los medios, se percibe con
claridad que ya no quedan excusas ni justificaciones, ni tampoco retorcidas
fórmulas lingüísticas que puedan limpiar vuestro enlodado nombre. No tenéis
honor, y habéis dejado patente que tampoco compasión por el débil; así pues,
jamás obtendréis de mí más que lo inevitable -el respeto, por supuesto, os
queda ya demasiado lejos-. Lo único que os resta por hacer es marcharos. Y los
que vengan, que primeramente cambien leyes electorales y de funcionamiento de
partidos políticos, o recibirán por mi parte, y por parte de toda persona que
así merezca llamarse, el mismo desprecio que sus antecesores.
Alberto Martínez Urueña
21-07-2013
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