Llevo un tiempo, como sabéis, que me estoy quitando de ciertas costumbres y tratando de suavizar los comentarios que entresaco en esta columna que intenta tener cierta periodicidad. No me gusta la agresividad, creo que sólo vale para incrementar la parte mala que tiene esta sociedad nuestra y que no aporta gran cosa. Pero claro, llega el señor Rosell y, no es que diga mentiras, algo a lo que ya estamos acostumbrados, es que además son mentiras para que mis conciudadanos se las crean, y se me han hinchado las partes pudendas de tal manera que, del peso, casi no me sujeta la silla.
Le diría a ese señor, al que se le podrían aplicar tales epítetos que sonrojaríamos al mismísimo Satanás bíblico, que cuando haga afirmaciones en medios de comunicación aportase algo más aparte del veneno empresarial y fascista al que nos tiene acostumbrados. Se ve que, en su ignorancia (por no suponer que es un hijo de mujer astuta), utiliza clichés que son falsos para enfervorizar a las masas y desviar el foco de atención a lugares donde a su colectivo no les toque. Pero claro, a mí eso me toca mucho los cojones, sobre todo cuando la única razón esgrimible por parte de este señor para hacer cierto tipo de afirmaciones es demonizar a personas que no tienen la culpa de nada de lo que está sucediendo, con la única aviesa intención de quedarse con nichos de mercado hasta ahora vetados a sus maquiavélicos manejos.
Quería fiarme por una vez de los actores sociales, pero la patronal da bastante más asco que el burdel más sucio de un puerto birmano. Y me explico razonadamente, cosa que aquel señor es total y absolutamente incapaz, por evidente deficiencia intelectual o por una bajeza moral a la altura sólo de bucaneros de su estirpe. Que elija lo que quiera.
En primer lugar, los españoles que han vivido por encima de sus posibilidades no son economistas. Son personas que acuden a un banco y piden un crédito que se les concede en base a un estudio hecho por el primero; si el estudio está mal hecho, no es culpa de los funcionarios, lo primero, ni culpa del señor que pide el préstamo y además pierde su casa. Es culpa de los empresarios del sector financiero.
En segundo lugar, si existen funcionarios que están mano sobre mano durante largas temporadas no es porque no haya posibilidad de que hagan algo, es porque sus jefes no les organizan las tareas de manera adecuada. No conozco casi ningún funcionario que no realice su trabajo, y la mayoría de las veces al día. Ante la posibilidad de hacer la barbaridad de despedirles (si queréis saber por qué es una barbaridad os lo explico en otro texto) habría que exigir a los poderes públicos (políticos) que gestionaran los recursos que tienen de una manera adecuada.
En tercer lugar, le comentaría a este señor de aspecto distinguido y alma ennegrecida que los culpables del déficit público que hay en nuestra sociedad son todos esos amigos suyos a los que defiende como si fueran santos varones. Salvando la parte honrada, que la hay, tenemos una gran cantidad de empresas que, en lugar de reinvertir sus beneficios en actividad productiva se dedican a repartir dividendos; en lugar de contribuir al buen funcionamiento del Estado, que somos todos, defraudan el dinero de los españoles a través de dos mecanismos fundamentales, como son la evasión y elusión fiscal y la deslocalización de beneficios. Mirando al cielo con aire nostálgico, me acuerdo de la tan hablada productividad, y se me sale un esputo de bilis negra al recordar como la inversión empresarial en I+D en España es ridícula, los horarios dignos de cualquier explotación algodonera de la Virginia dieciochesca y los salarios y el reparto del valor añadido digno de un galeón pirata, condenando a la subsistencia al trabajador esforzado. Por el contrario, cada vez que veo la nómina, como la de cualquier asalariado, no veo ningún tipo de fraude, ni en la de mis conocidos explotados por empresas desalmadas, ni en los que curran en buenas condiciones, ni en los privilegiados funcionarios públicos, que jamás aspirarán a un salario como el que se puede obtener, con la misma calificación laboral en una empresa del ramo. Basta ya de mentiras, de comentarios infundados y sin aportar datos. Basta de veneno.
Así que a ese Rosell, que al final ya no sé cómo nombrarle para evitar que se me salten las costuras mientras mantengo el tipo, le cogería de las solapas, en plan Curro Jiménez y le escupiría en su ingrato rostro todas estas verdades de las que se olvida, y le recordaría todas y cada una de las mentiras que ha vertido. Porque no me sienta mal que algún hijo de puta (alguno, sin poner nombre) se dedique a soltar jilipolleces en los medios; a fin de cuentas, esa es la libertad de cada uno en un país civilizado. Sin embargo, me jode ya bastante más que ese tipo de cosas queden impunes y nadie con suficiente voz le diga a este señor, en primer lugar, que se calle la boca, en segundo que deje de soltar mentiras, y en tercero que se dedique a gobernar su casa y no se meta en donde no le corresponde, que suficiente mierda tienen sus acólitos como para meterse con otros grupos sociales que ninguna responsabilidad tenemos en la situación que nos ha tocado vivir.
Alberto Martínez Urueña 16-12-2011
PD: Con todo esto, os envío un enlace y un archivo adjunto, los cuales os recomiendo leer, al respecto en primer lugar del tema funcionarios, y en segundo lugar, al respecto de los recortes de gasto. Este último tema lo trataré en otro momento, pero creo que estaremos todos de acuerdo que recortar en ciertos temas es de desalmados en su más literal sentido.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2011/12/15/actualidad/1323955647_707788.html
viernes, 16 de diciembre de 2011
viernes, 2 de diciembre de 2011
Basado en hechos reales
Poneos en situación, porque la historia no tiene desperdicio. Domingo por la mañana, pasando por la mitad de uno de esos días castellanos fríos y con niebla en que tienes la oportunidad de darte un paseo corto, de esos que curten y curan el jamón, el chorizo y a la gente que se presta al paseo matutino. Entras a comprar el pan en una tienda que de por sí es interesante, y en lo que el encargado te atiende, entra un conocido, empresario para más señas, al que saludas de buenas formas, con afabilidad y algo de gracia. En lo que discurren los pocos minutos que estas esperando, el tío del local le hace un poco la pelota a tu conocido, con esas formas retorcidas de adulador de escaparate, de preguntarle qué quiere directamente y saltarse a los que estábamos delante mientras le gotea la baba de lustrador arrastrado.
Hasta ahí, todo más o menos previsible, teniendo en cuenta el aspecto viperino del interfecto. Hete aquí, que cuando se está yendo mi conocido, el tendero gilipollas se me inclina y me dice, con sonrisa tornada a la de prepotente conocedor de grandezas sociales, mezclada con otra de estupor maravillado ante lo extraordinario: “¡qué curioso, un empresario que compra El País”. Se me revolvieron las tripas, puedo afirmaros.
Para el que no lo sepa, por si acaso, El País es un periódico de tirada nacional perteneciente al Grupo PRYSA, de centro izquierda, o más o menos así se autoidentifica, con el que éste que os escribe no tiene ningún interés económico (ya lo supondríais, imagino). La cuestión al respecto es que se me debió quedar la misma cara que las vacas viendo pasar el tren. Me apresuré a comentarle que conocía al tal empresario, y también a la familia, no fuera a darse vida en meter alguna cuña más de semejante calibre y se me torciese definitivamente el día con necesaria salida de tono.
Ya sabía que el hombre, en su más absoluto derecho político y mental, tenía elegida como opción política al PP, gracias a algún comentario a favor del barbas, respetable en todo caso. Lo que todavía no tenía claro era si pertenecía a la parte que opta por una opción y punto, totalmente respetable y defendible, o a la parte cerril que todavía ve la realidad en términos de buenos y malos, negro y blanco, Barça y Madrid, Montesco y Capuleto o Villagarrulo de arriba y Villagarrulo de abajo. La magistral intervención ante la compra del señor empresario dejó suficientemente clara su ideología, o más bien su particular abrevadero.
Cuando en ciertas ocasiones me explayo sobre ideas y exposiciones teóricas o prácticas, lo hago sabiendo que la vida tiene más realidades que la que yo experimento, y lo hago con total conocimiento de causa ante la posibilidad de estar equivocado, o incluso ante la posible existencia de varias formas de afrontar un mismo problema. No podemos negar que, en una realidad cambiante y que fluye, pueda haber varios posibles caminos ante una disyuntiva, y también varias posibles respuestas para una misma cuestión. No comparto la forma de entender la sociedad y la economía que tiene la corriente conservadora y neoliberal (curiosa mezcla de palabras que sólo casan cuando se habla de política); quizá me alineo más con la socialdemocracia o los partidos demócratas (como si la democracia sólo pudiera enarbolarla la parte socialista). Cada corriente parte de una serie de premisas, en particular una fundamental y es la forma en que ve al hombre y sus circunstancias. Yo, en esa disyuntiva, prefiero intentar hacer una mezcla que englobe las virtudes de cada visión, aunque supongo que eso es imposible en una sociedad donde el esfuerzo de autoafirmación se basa en definirse marcando las diferencias con el opuesto.
No tengo nada inicialmente en contra de la ideología conocida como centro derecha. Me parece que, teniendo en cuenta el final del párrafo anterior, es preferible que existan dos contrapartes que equilibren la balanza en la necesaria alternancia de partidos. Sin embargo, no sé si ocurrirá en otros países, pero en España sí, hay una especie de sombra en cada uno de los extremos que envenena con su demencial sectarismo. Son grupos que sólo encuentran satisfacción social generando animadversión y odio basado en clichés arcaicos y deslavazados, en lugar de intercambio enriquecedor de ideas entre las distintas partes que componen una sociedad marcada por la pluralidad. Y esta circunstancia, en un país como el nuestro, en donde la inquina con el vecino de escalera es más importante que el bienestar de toda la comunidad del edificio, resalta como un chaleco fluorescente en mitad de una autovía. Además, contamos en nuestro haber con la mayor cantidad de sensibilidades identitarias por metro cuadrado, haciendo sospechosamente válido aquel anuncio de una marca de muebles que daba la bienvenida a la república independiente de cada casa.
España es un país con su propia idiosincrasia, con sus claros y sus oscuros. Uno de esos oscuros queda muy bien reflejado en el tío de la tienda de mi barrio, majete, con su sonrisa tornadiza y su fascismo mental bien incrustado. Una de esas personas instaladas en el menosprecio y el rencor a lo contrario para quien mantener su razón extremista es más importante que el respeto a la idea divergente. En política, al margen de ideologías, sólo hay dos caminos: el obtuso de la idea única o el de la concordia y el respeto que entiende que hay que construir una sociedad donde quepan la inmensa mayoría de las ideas. Y eso no tendría porqué ser patrimonio de ninguna, sino el orgullo de todas.
Hasta ahí, todo más o menos previsible, teniendo en cuenta el aspecto viperino del interfecto. Hete aquí, que cuando se está yendo mi conocido, el tendero gilipollas se me inclina y me dice, con sonrisa tornada a la de prepotente conocedor de grandezas sociales, mezclada con otra de estupor maravillado ante lo extraordinario: “¡qué curioso, un empresario que compra El País”. Se me revolvieron las tripas, puedo afirmaros.
Para el que no lo sepa, por si acaso, El País es un periódico de tirada nacional perteneciente al Grupo PRYSA, de centro izquierda, o más o menos así se autoidentifica, con el que éste que os escribe no tiene ningún interés económico (ya lo supondríais, imagino). La cuestión al respecto es que se me debió quedar la misma cara que las vacas viendo pasar el tren. Me apresuré a comentarle que conocía al tal empresario, y también a la familia, no fuera a darse vida en meter alguna cuña más de semejante calibre y se me torciese definitivamente el día con necesaria salida de tono.
Ya sabía que el hombre, en su más absoluto derecho político y mental, tenía elegida como opción política al PP, gracias a algún comentario a favor del barbas, respetable en todo caso. Lo que todavía no tenía claro era si pertenecía a la parte que opta por una opción y punto, totalmente respetable y defendible, o a la parte cerril que todavía ve la realidad en términos de buenos y malos, negro y blanco, Barça y Madrid, Montesco y Capuleto o Villagarrulo de arriba y Villagarrulo de abajo. La magistral intervención ante la compra del señor empresario dejó suficientemente clara su ideología, o más bien su particular abrevadero.
Cuando en ciertas ocasiones me explayo sobre ideas y exposiciones teóricas o prácticas, lo hago sabiendo que la vida tiene más realidades que la que yo experimento, y lo hago con total conocimiento de causa ante la posibilidad de estar equivocado, o incluso ante la posible existencia de varias formas de afrontar un mismo problema. No podemos negar que, en una realidad cambiante y que fluye, pueda haber varios posibles caminos ante una disyuntiva, y también varias posibles respuestas para una misma cuestión. No comparto la forma de entender la sociedad y la economía que tiene la corriente conservadora y neoliberal (curiosa mezcla de palabras que sólo casan cuando se habla de política); quizá me alineo más con la socialdemocracia o los partidos demócratas (como si la democracia sólo pudiera enarbolarla la parte socialista). Cada corriente parte de una serie de premisas, en particular una fundamental y es la forma en que ve al hombre y sus circunstancias. Yo, en esa disyuntiva, prefiero intentar hacer una mezcla que englobe las virtudes de cada visión, aunque supongo que eso es imposible en una sociedad donde el esfuerzo de autoafirmación se basa en definirse marcando las diferencias con el opuesto.
No tengo nada inicialmente en contra de la ideología conocida como centro derecha. Me parece que, teniendo en cuenta el final del párrafo anterior, es preferible que existan dos contrapartes que equilibren la balanza en la necesaria alternancia de partidos. Sin embargo, no sé si ocurrirá en otros países, pero en España sí, hay una especie de sombra en cada uno de los extremos que envenena con su demencial sectarismo. Son grupos que sólo encuentran satisfacción social generando animadversión y odio basado en clichés arcaicos y deslavazados, en lugar de intercambio enriquecedor de ideas entre las distintas partes que componen una sociedad marcada por la pluralidad. Y esta circunstancia, en un país como el nuestro, en donde la inquina con el vecino de escalera es más importante que el bienestar de toda la comunidad del edificio, resalta como un chaleco fluorescente en mitad de una autovía. Además, contamos en nuestro haber con la mayor cantidad de sensibilidades identitarias por metro cuadrado, haciendo sospechosamente válido aquel anuncio de una marca de muebles que daba la bienvenida a la república independiente de cada casa.
España es un país con su propia idiosincrasia, con sus claros y sus oscuros. Uno de esos oscuros queda muy bien reflejado en el tío de la tienda de mi barrio, majete, con su sonrisa tornadiza y su fascismo mental bien incrustado. Una de esas personas instaladas en el menosprecio y el rencor a lo contrario para quien mantener su razón extremista es más importante que el respeto a la idea divergente. En política, al margen de ideologías, sólo hay dos caminos: el obtuso de la idea única o el de la concordia y el respeto que entiende que hay que construir una sociedad donde quepan la inmensa mayoría de las ideas. Y eso no tendría porqué ser patrimonio de ninguna, sino el orgullo de todas.
Alberto Martínez Urueña 2-12-2011
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