Durante muchos años pensé que las democracias y los sistemas participativos habían sido creados para defendernos de los sátrapas y los tiranos, en un intento de que fueran los pueblos los que controlaban su propio destino. Se hablan de las revoluciones de cada país, tratando de liberarse del yugo de una pequeña minoría que acaparaba todas las riquezas mientras los demás vivían despojados de todo: de la comida lo primero, pero también de sus derechos y de la dignidad que una persona merece. No voy a negar lo evidente, y esto es que vivimos mejor hoy en día en una casa aislada de las inclemencias ambientales y pudiendo comer tres veces al día que en una de adobe sin calefacción y mirando al cielo para ver si llueve o no hiela. Sin embargo, en cuanto a que hayamos conseguido lo primero, creo que hemos errado bastante.
Con respecto a los tiranos, de hecho, lo que hemos conseguido ha sido todo lo contrario; esto es: caer en sus redes a través de un sistema socioeconómico de consumo que ha conseguido hacerles cada vez más ricos, aumentando las diferencias con respecto a ellos. Esto les ha otorgado más poder aún de lo que nunca tuvieron, y les ha proporcionado oleadas de trabajadores serviciales, o zombis adiestrados, que necesitan de las migajas que les van soltando para poder seguir consumiendo de manera cada vez más compulsa, retroalimentando el sistema. Esto, en nuestro primer mundo; con respecto a los otros dos, el segundo se lo cargaron y en el tercero, suficiente tienen con comer.
Con respecto a los sátrapas, se aliaron con los anteriores y se ofrecieron como imagen pública para controlar a las masas. Hoy en día tenemos una clase dirigente totalmente aislada de la ciudadanía, enfrentada con ella en lugar de estar a su servicio, que nos amenaza si tratamos de protestar reclamando nuestros derechos más elementales. Gente demasiado acostumbrada a estar donde está, a mandar y a tomar decisiones desde su torre de marfil, aislados de la vida real a través de sueldos desproporcionados, prebendas injustificables y herramientas de marketing para limpiar toda la capa de suciedad que dejan sus actos. Se convirtieron, a cambio de una cuota de poder, en la cabeza de lanza de los tiranos, en la barrera de contención entre los patricios y los plebeyos.
Lo montaron bien entre los dos, intentando además que pareciera que no había compartimentos estancos y que se pudiera fluir de un grupo a otro. Sin embargo, la homogeneización que se da cuando te trasladas de uno a otro, exige que tu esencia cambie y dejes de pertenecer a un grupo para ser del otro. Esto se llamó desde un principio corrupción, únicamente penada cuando el caso es tan flagrante que podría desestabilizar la estructura del sistema.
Así que perdonadme esta visión tan negativa, pero creo que vivimos en el gran teatro del mundo, y que la democracia entre comillas en la que vivimos sólo es un montaje que oculta la realidad. Y ésta es que siguen existiendo clases sociales contrapuestas, pero a una de ellas le han manipulado la conciencia de tal forma que se piensa que vive en los medios, cuando las diferencias entre los que más tienen y el resto no hace más que aumentar sucesivamente. La realidad es que hay una pertinaz y consciente cortina de humo ocultando los problemas reales que por supuesto existen, ocultos tras otros problemillas que no sabemos muy bien de donde salen. Ya no es una cuestión de izquierdas o derechas, que no fue otra cosa que otro maquillaje para esconderse elaborado sagazmente durante el pasado siglo.
Lo siento, no quería decirlo de esta manera, pero el sistema en el que vivimos es mentira desde la cabeza hasta los pies. Tiene verdades a medias introducidas en su seno para evitar que la incoherencia que supondría lo contrario hiciera que esto colapsase. Han tenido muchos siglos para ir probando uno tras otro sistema y hemos llegado a éste, pero sigue siendo una construcción ilusoria para que nadie se mueva demasiado. Se quedaron con lo que valía para controlar a las masas, la religión mal entendida, por ejemplo, y después fueron añadiendo más detalles como la participación ciudadana en un sufragio que le da la sensación de participar en algo, o la sociedad de consumo que aporta una sensación de abundancia que no vale absolutamente para nada. Esto no quita que hayamos conseguido cosas buenas, os dejo que penséis sobre ellas, pero sólo serán partes aceptables de una mentira más grande y que, ojo, sólo sirve para esclavizarnos porque no existe la forma de cuestionar auténticamente al sistema. ¿O acaso no estáis pensando si este tío se habrá vuelto tarumba?
Alberto Martínez Urueña 2-09-2011
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