viernes, 4 de junio de 2010

Funcionarios, o como ajustar cuentas

Bueno, pues ya después de tantas vueltas y zarandeos con los últimos textos, y haber dado mucho la paliza con mis quejas y mi caótico raciocinio, voy a ir concluyendo con mis peroratas políticas. Y os prometí que lo haría con el tema de los funcionarios y las medidas que se han adoptado estos últimos días.
Me sirve también para decir que ha quedado clara la calaña de determinados medios de comunicación echando a nuestra espalda la culpa de que España esté como está, comentarios que sólo valen para echar ponzoña por la boca y vender periódicos, como cuando echamos al entrenador y no a los jugadores: si no tenemos la culpa cuando la economía crece, tampoco la podemos tener cuando ocurre lo contrario. El Estado del Bienestar que disfrutamos se sostiene sobre la existencia de un Sector Público como el nuestro, y abogar por su desaparición (o reducción sistemática) únicamente es defendible por quienes tienen el suficiente dinero como para pagar de su bolsillo determinados servicios que otros han de solicitar en hospitales, colegios, viviendas de protección oficial y una serie de etcéteras que, además de para que esas personas puedan llevar una vida digna, sirven para mostrar de nuevo la indigencia moral de los que querrían ver desaparecer todas estas cuestiones, al alegrarse por la desgracia ajena.
Esa gentecilla está en contra de los funcionarios, es decir, de los maestros, de los médicos, etcétera, y de los que hacen posible que este sistema se sostenga. Es cierto que no es el mejor de todos, pero su desaparición nos devolvería a la Edad Media. La solución más bien estriba en tratar de dar una buena estructura al Sector Público, no en hacerlo desaparecer, cosa que tienen claro en los países donde mejor se vive del mundo; y desde luego, no confundir políticos con funcionarios, que no tienen nada en común, salvo la especie, o eso se sospecha. Dinamitar de esta manera nuestro sistema, en lugar de tratar de mejorarlo, nos puede traer consecuencias mucho peores; pero claro, con esto pasará como con lo de invertir en lo que realmente se necesita, como con lo de las cortinas de humo, como con lo de olvidarnos rápidamente quienes son los culpables, con lo de la demagogia política, el fraude fiscal y un largo etcétera que he tratado de exponer en los anteriores textos.
No me cansaré de decir que la situación del país es un reflejo de la sociedad que somos y en la que participamos cada uno de los ciudadanos que lo componemos. Un país orgulloso de sus equipos de fútbol y en el que sus empresarios no tienen reparos en invertir en jugadores en lugar de en sectores productivos al mismo tiempo que echan a la calle a cuatro millones de personas y argumentan luego que despedir en España es muy caro. Un país en el que evasores de impuestos y alcaldes corruptos son aplaudidos y apoyados en horario de máxima audiencia junto con personas que cobran dinerales por no hacer nada más que pisotear nuestro acerbo cultural. Un país que lleva viviendo por encima de sus posibilidades más de una década a base de pedir prestado y que considera razonable que se haga negocio con el sector inmobiliario, sector básico para subsistencia de los ciudadanos. Habrá periodistas que se han forrado con el boom inmobiliario que dirán que de esto tienen también la culpa los funcionarios, o que esto no explica nuestra idiosincrasia y lugar en el mundo occidental. Y que nadie diga que no me gusta España, pero desde luego no somos el país más serio de nuestro entorno.
Volviendo con los funcionarios… A nosotros no nos ha hecho nunca caso nadie, ni los unos ni los otros, luego no tenemos responsabilidad de nada. Pagamos las crisis con congelaciones y ahora recortes salariales, pero no nos tienen en cuenta a la hora de poder aportar soluciones. Técnicos altamente cualificados les dicen por activa y por pasiva a los gobernantes de turno lo que tienen que hacer (por ejemplo lo del fraude fiscal disparado y su posible solución lo oía yo en el año 2002, asignatura de Política Económica Española, con Baudelio Urueña a la cabeza), y luego ellos se lo pasan por el arco del triunfo y, claro, acaba con olores de cloaca. No les queda más remedio, pues eliminaríamos muchas de las supuestas diferencias y fisuras del sistema democrático que les da de comer con su pábulo y su demagogia.
Por eso, lo que nos cabrea, a mí y a la mayoría de mi gremio, no es que nos pidan un esfuerzo, si no que sólo lo hacemos nosotros, y encima nos toca solucionar la incompetencia política al mismo tiempo que soportamos críticas que en nada pueden aplicársenos, realizadas por bestezuelas de la campiña mediática que hablan sin tener ni idea de qué va esta vaina, con discursos partidistas y orientados hacia su propia conveniencia, que sirven para que sus lectores babeen mientras ven como les dan la razón como a los tontos. Si no fuese porque no cobramos cuando hacemos huelga, propondría una de tres o cuatro meses, a ver cómo les iba a todos los que dicen que somos culpables e innecesarios cuando les empezasen a faltar los servicios públicos básicos por falta de empleados y de recursos, y a la salida de urgencias, tiritando de fiebre, les atracase algún chorizo de los de a pie, que son los más honrados.
Alberto Martínez Urueña 2-06-2010

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