martes, 15 de junio de 2010

Conexiones

El niño echó la vista atrás, hacia el sendero de sus innumerables instantes de vida y contempló la convivencia humana, a lo lejos, en la Historia.
Sumo dos más dos y le salió uno, y no supo entender aquellas cuentas. Usando piedras, las ponía una después de otra sobre una línea trazada sobre la tierra, y al final acababa por no distinguir unas de otras, ni éstas del suelo; y si se acercaba demasiado, lo que era uno se disparaba hacia el infinito. Ofuscado, levantó una de ellas y la lanzó contra las otras, que se quebraron y se desperdigaron haciendo giros y piruetas.
Se sentó en la orilla del precioso lago multicolor que tenía delante, frente a la cascada que otorgaba reflejos de arco iris sobre las ondas que provocaba ésta en la superficie. Un par de ánades navegaban sobre el agua, cabalgando entre los parpadeos de luz que le llegaban, y se podía ver el fondo tachonado de peces de vivos colores.
Las gotas en suspensión se elevaban sobre la espuma formada por la caída del agua, las ondas se extendían una tras otra en una cíclica carrera eterna, las gotas cubrían a los ánades y los peces parecían suspendidos en un baile sinuoso en el centro mismo del fluido. ¿Dónde acababa el lago y dónde empezaba el aire? ¿Hasta dónde se filtraban las moléculas de agua entre las plumas de las aves y entre las escamas de los peces? ¿Acaso podía vislumbrar donde se encontraba la frontera entre unos y otros? ¿Dónde estaba la frontera entre lo que era indiferenciado? ¿Dónde se encontraba la distinción entre grupos y personas, entre sociedades, países, regiones, culturas, comunidades…, todos esos grupos que había visto a lo largo de la Historia? Levantó una piedra, totalmente frustrado, y la arrojó al lago, los pájaros elevaron su vuelo y los peces se agitaron asustados, alejándose; pero con esto no cesó su enojo.
Se imagino por un momento que no existiese fronteras, ni distinciones y que todo estuviera interconectado, como en una red neuronal en la que cada una de las células tuviese influencia sobre el resto de las mismas y sobre la totalidad que conformaban, y le dio tal vértigo que lo dejó apartado para otra ocasión mejor, pues el miedo que le provocó fue de una inmensidad superior a la del Universo, e inmutable en sus consecuencias como la atracción gravitacional.
Al día siguiente, tumbado sobre su cama, sintió aquella cuestión asaltándole de nuevo, pero esta vez no se desmoronó, y meditó profusamente sobre ella. Se imaginó que los actos de las personas fuesen lo bastante importantes en sí mismos como para tener relevancia para el grupo, pero que fuesen lo suficiente irrelevantes como para no ser determinantes, salvo cuando se convertían en costumbres. Esto supondría que las actuaciones de cada una de las personas tendrían influencia sobre el resto, haciendo suma o resta de las consecuencias que trajesen, pero que al no ser determinantes excepto cuando fuesen reiterativos y aceptados, no sería excesivamente relevante los fallos que se pudieran cometer.
Rehuyendo de los aspectos materiales y demostrables por la física actual, si aceptase otras consideraciones menos ortodoxas, todo lo que hiciera tendría repercusiones sobre lo que le rodease. Sería la consecuencia de la fusión e inseparabilidad de todo lo que le rodeaba, la pérdida de su propia individualidad y su unión con el entorno. Cualquier cosa mala que realizase se lo estaría realizando a sí mismo y a los demás, a los que fuese estúpidamente dirigido por considerarles sus enemigos y a los que no quisiera dañar nunca. La responsabilidad era enorme, y la decisión inevitable. El chico la tomó independientemente de lo estúpida que pudiese resultar para sus semejantes (no habló de esto a los demás, de todos modos, pues sabía con que gesto le mirarían). Tampoco pretendió convencer a nadie, no en vano, sólo con tratar de hacer bien las cosas ya estaba ayudando a la totalidad de la que era parte, y tal era su objetivo.
Hoy en día justificamos las conductas inapropiadas de toda índole porque son algo común, porque la influencia de uno solo sobre el resto es nimia o porque errar es de humanos. Además, abogamos por no ser el pardillo de turno, ser el listo que sabe sacar ventaja sobre el resto con picardía, difuminando con juegos malabares lo que es ser inteligente con una zorra de gallinero, única y exclusivamente por el miedo que nos da que nos traten de tontos. Todo en pro de descargarnos de la responsabilidad que devienen de nuestros actos y que podrían ser más amplios de lo que nuestra complacencia nos dicta. Algo dentro nuestro, ilocalizable, nos dice que esto es así, pero lo acallamos con nuestras comodidades, el ruido de que nos rodeamos, nuestro estrés, nuestro cansancio diario y nuestra vagancia. Si la intuición del niño fuese cierta, las consecuencias serían de una magnitud inigualable, y demostraría de una vez por todas que la humanidad camina unida e inseparable hacia el destino que, como una entidad individual formada por múltiples elementos, ella misma se forje, sin poder refugiarnos nunca más en la insignificancia del individuo.

Alberto Martínez Urueña 15-06-2010

viernes, 4 de junio de 2010

Funcionarios, o como ajustar cuentas

Bueno, pues ya después de tantas vueltas y zarandeos con los últimos textos, y haber dado mucho la paliza con mis quejas y mi caótico raciocinio, voy a ir concluyendo con mis peroratas políticas. Y os prometí que lo haría con el tema de los funcionarios y las medidas que se han adoptado estos últimos días.
Me sirve también para decir que ha quedado clara la calaña de determinados medios de comunicación echando a nuestra espalda la culpa de que España esté como está, comentarios que sólo valen para echar ponzoña por la boca y vender periódicos, como cuando echamos al entrenador y no a los jugadores: si no tenemos la culpa cuando la economía crece, tampoco la podemos tener cuando ocurre lo contrario. El Estado del Bienestar que disfrutamos se sostiene sobre la existencia de un Sector Público como el nuestro, y abogar por su desaparición (o reducción sistemática) únicamente es defendible por quienes tienen el suficiente dinero como para pagar de su bolsillo determinados servicios que otros han de solicitar en hospitales, colegios, viviendas de protección oficial y una serie de etcéteras que, además de para que esas personas puedan llevar una vida digna, sirven para mostrar de nuevo la indigencia moral de los que querrían ver desaparecer todas estas cuestiones, al alegrarse por la desgracia ajena.
Esa gentecilla está en contra de los funcionarios, es decir, de los maestros, de los médicos, etcétera, y de los que hacen posible que este sistema se sostenga. Es cierto que no es el mejor de todos, pero su desaparición nos devolvería a la Edad Media. La solución más bien estriba en tratar de dar una buena estructura al Sector Público, no en hacerlo desaparecer, cosa que tienen claro en los países donde mejor se vive del mundo; y desde luego, no confundir políticos con funcionarios, que no tienen nada en común, salvo la especie, o eso se sospecha. Dinamitar de esta manera nuestro sistema, en lugar de tratar de mejorarlo, nos puede traer consecuencias mucho peores; pero claro, con esto pasará como con lo de invertir en lo que realmente se necesita, como con lo de las cortinas de humo, como con lo de olvidarnos rápidamente quienes son los culpables, con lo de la demagogia política, el fraude fiscal y un largo etcétera que he tratado de exponer en los anteriores textos.
No me cansaré de decir que la situación del país es un reflejo de la sociedad que somos y en la que participamos cada uno de los ciudadanos que lo componemos. Un país orgulloso de sus equipos de fútbol y en el que sus empresarios no tienen reparos en invertir en jugadores en lugar de en sectores productivos al mismo tiempo que echan a la calle a cuatro millones de personas y argumentan luego que despedir en España es muy caro. Un país en el que evasores de impuestos y alcaldes corruptos son aplaudidos y apoyados en horario de máxima audiencia junto con personas que cobran dinerales por no hacer nada más que pisotear nuestro acerbo cultural. Un país que lleva viviendo por encima de sus posibilidades más de una década a base de pedir prestado y que considera razonable que se haga negocio con el sector inmobiliario, sector básico para subsistencia de los ciudadanos. Habrá periodistas que se han forrado con el boom inmobiliario que dirán que de esto tienen también la culpa los funcionarios, o que esto no explica nuestra idiosincrasia y lugar en el mundo occidental. Y que nadie diga que no me gusta España, pero desde luego no somos el país más serio de nuestro entorno.
Volviendo con los funcionarios… A nosotros no nos ha hecho nunca caso nadie, ni los unos ni los otros, luego no tenemos responsabilidad de nada. Pagamos las crisis con congelaciones y ahora recortes salariales, pero no nos tienen en cuenta a la hora de poder aportar soluciones. Técnicos altamente cualificados les dicen por activa y por pasiva a los gobernantes de turno lo que tienen que hacer (por ejemplo lo del fraude fiscal disparado y su posible solución lo oía yo en el año 2002, asignatura de Política Económica Española, con Baudelio Urueña a la cabeza), y luego ellos se lo pasan por el arco del triunfo y, claro, acaba con olores de cloaca. No les queda más remedio, pues eliminaríamos muchas de las supuestas diferencias y fisuras del sistema democrático que les da de comer con su pábulo y su demagogia.
Por eso, lo que nos cabrea, a mí y a la mayoría de mi gremio, no es que nos pidan un esfuerzo, si no que sólo lo hacemos nosotros, y encima nos toca solucionar la incompetencia política al mismo tiempo que soportamos críticas que en nada pueden aplicársenos, realizadas por bestezuelas de la campiña mediática que hablan sin tener ni idea de qué va esta vaina, con discursos partidistas y orientados hacia su propia conveniencia, que sirven para que sus lectores babeen mientras ven como les dan la razón como a los tontos. Si no fuese porque no cobramos cuando hacemos huelga, propondría una de tres o cuatro meses, a ver cómo les iba a todos los que dicen que somos culpables e innecesarios cuando les empezasen a faltar los servicios públicos básicos por falta de empleados y de recursos, y a la salida de urgencias, tiritando de fiebre, les atracase algún chorizo de los de a pie, que son los más honrados.
Alberto Martínez Urueña 2-06-2010