Vuelvo como vuelve el otoño, con cambios, con menos espesor visual en el ático (pelo, me refiero, cada vez se me ven más entradas) y trayendo frescas ideas que van desde temas demasiadamente manidos en las noticias de los últimos días, como con otras de esas que no salen nunca en las primeras portadas de los diarios.
Poco a poco las cosas van siguiendo su curso, así que ahora os escribo desde Potes, Cantabria, mini luna de miel, después de un paseo por el teleférico de Fuente Dé, que como muchos sabréis, es algo impresionante, un poco de Hostal del Oso en Cosgaya y un paseíto por una senda de hayedos realmente bonita. Pensaba, mientras nos sacábamos algunas fotografías de esas que ahora tiras sin pensar en “cuánto me va a costar este carrete”, como pasaba cuando tenía doce mayos en el petate, en Canarias, y mi padre me vigilaba con la cercanía de un defensa central a ver cuántas veces le daba a la tecla. Digo que pensaba en esa frase que este año he oído tantas veces, aproximadamente desde Marzo digo yo, de que en Madrid hay de todo. Muchas arcadas me he llevado desde entonces, os lo puedo asegurar, porque en estos sitios que la gente utilizamos durante una semanita, más o menos, al año, según las vacaciones que tengamos, hay cosas que desde luego no te van a dar en una ciudad de la envergadura de nuestra capital. Será que me estoy haciendo reaccionario con los años a la lógica evolución humana y su progreso; pero desde luego, el tema de poder escribiros desde mi portátil, enganchado a una red inalámbrica en un apartamento de Ojedo desmonta cualquier crítica visceral que se me ocurriera hacer a este sistema nuestro. Seguramente, las cosas sean más complicadas (o quizá infinitamente más sencillas, incoherencia vital continua) de lo que parecen.
Así por lo tanto, he decidido que me voy a dejar de decir si tal o cual forma de vivir es la correcta o la incorrecta, y que cada burro haga sonar su esquila (frase de mi abuela, que era más fina de lo que seré yo en los años que me toquen). He dejado sobre el papel, o sobre la pantalla, tantas veces los motivos por los que considero que la vida debería ser mucho más sencilla de lo que la gente se piensa, que al final me pongo a leer los que escribí en los últimos meses y me doy cuenta de lo reiterativo que he podido llegar a ser. En estas líneas me imagino la sonrisa de más de uno de vosotros que me ha dicho en este tiempo “joder, tío, vaya textos más largos y coñazos que escribes”. Esto no significa que deje de lado esa faceta, faltaba más, pero no puedo evitar lanzarme al ruedo con temas más prosaicos y pragmáticos, que en cierto modo ocupan la vida de las personas normales.
A modo de resumen, y es lo que pretendo hacer en los próximos meses (es como una especie de introducción de las que hacen en series televisivas de esas que dejan la mente agilipollada para los restos, por mucho que gentuza como Belén Esteban se crean que lo que hacen es repartir cultura en sus guiones preprogramados), hablaré de temas variados. Desde política por ejemplo, dando caña al que se lo merezca, y normalmente será cualquier partido que propugne la diferencia entre seres humanos, la falta de empatía, el entendimiento especial y discriminatorio con cualquier tipo de confesión religiosa, el enriquecimiento del rico con la gilipollez ideológica de que así ganamos todos porque son los que dan trabajo, y un largo etcétera que no adelantaré aquí, sino que irá viniendo con el tiempo.
También podremos hablar de sociología (bueno, en principio habló yo y vosotros si queréis me mandáis respuestas, o las dejáis en el blog) y nos reiremos un rato con las nuevas hazañas y divertimentos de esa juventud creativa y educada en los parques, en las riberas de los ríos, o allende se les ocurra llegar con sus litronas, sus drogas y sus ganas de dar voces. Gracias a Dios, yo tengo que decir que, aunque me he movido por esos lugares, nunca lo hice en rebaño (algunos de vosotros os acordaréis que buscábamos lugares apartados para poder tener nuestras conversaciones tranquilas) y desde luego no utilizamos como pasatiempo las cabezas de los policías municipales o del cuerpo que sean, a los que respeto cada vez con más fervor por la labor que realizan (sólo a los que la realizan) en defensa de nuestra seguridad. Así como también respeto cada vez con más interés (al margen de estar casado con una del gremio) a los maestros y profesores, por ese trabajo que llevan a cabo, que cada vez parece más una película de Rambo o de Chuck Norris.
No podemos dejar de lado, desde luego, nuestro sistema económico y capitalista, basado en el consumo que nos aliena, en las campañas publicitarias que nos tratan como estúpidos y en un ritmo de vida que nos convierte en esclavos de empresas sin nombre, que nos venden estar satisfechos, olvidándonos del resto del mundo que muere. Televisiones que hacen que olvidemos que todos seremos viejos, achacosos y que moriremos tal y como hayamos vivido (si has vivido al margen de las personas, preocupándote y vendiendo que lo único que cuenta es ser joven, esbelto, guapo y dinámico, morirás olvidado por todas esas personas a las que enseñaste que los años sólo nos convierten en pesos y cargas para nuestros semejantes). Ojo al dato, toda una generación, salvándose las personas que realmente merecen la pena, morirán hechos una mierda por el vicio de su juventud, solos por la dejadez de toda una vida en la que enseñaron que los viejos son una carga asquerosa y tratando de estirarse los pellejos que al final son inevitables.
Huy, pero lo siento, había dicho que no iba a decir a los demás, como comportarse, ni a juzgar nada. Pero es que lo siento, me prometí a mi mismo no arrancarme los ojos de la conciencia. Allá cada uno con lo que haga.
Alberto Martínez Urueña 13-10-2009
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