martes, 27 de octubre de 2009

Jálogüin

Ya os había dicho que volvía, sobre todo después de que esa gente de la junta (no pongo los apellidos, por si acaso) me haya dicho que un examen que yo considero perfectamente válido para aprobar no es suficientemente perfecto para sus señorías. Eso, o tengo un pequeño rebote, ya veremos a ver. Por suerte, como tengo dos oposiciones sacadas en el Estado, puedo permitirme el decirles que les den y que nos veremos en otro momento.

Pero vuelvo con ganas de hablar de las cosas que me parecen. Tenemos en vistas una de esas fiestas que para mí siempre son de lo más controvertidas, una de esas en las que me sale la vena carnicera, y no es ni más ni menos que la fiesta de Jálogüin.

Si echamos la vista atrás, no demasiados años, la gente quizá tenía otras prioridades en la cabeza. O más bien tenía menos miedos y más naturalidad con las cosas, no sé muy bien cuál de ellas pueda ser la más correcta. Resulta que la fiesta que teníamos aquí en España, aunque la palabra no sea quizá la más correcta, era la de todos los santos. Es una de esas que figuraban en el calendario y con las que quizá no estábamos todos contentos por la efeméride que supone, las visitas a lugares poco apetecibles y los recuerdos menos apetecibles aún. Con esa gran tendencia que tenemos los humanos a tratar de festejar por cualquier cosa (lo cual no me parece mal del todo, lo que no entiendo es la necesidad de excusar las ganas de fiesta, poniéndoles fecha y nombre) y banalizarlo todo para esconder otros motivos más reales pero que no nos gusta reconocer en público, como el miedo a la muerte, a la desgracia y esas cosas negativas que tratamos de hacer que desaparezcan con la táctica de la avestruz, nos hemos olvidado que en nuestra tierra, que me parece la mejor del mundo porque para eso es la mía, teníamos otras costumbres, otras celebraciones y otra cultura mucho más rica que la yanqui.

No me vayáis a malinterpretar, no tengo nada en contra de que la gente se lo pase bien, pero los niños de hoy en día no van a saber dentro de poco que sus abuelos, bisabuelos, y todas esas personas que nos parecen unos viejos decrépitos a los que habría que olvidar, se marchaban en procesión al cementerio a honrar las memorias de aquellos que ya no estaban. Os parecerá a muchos de vosotros quizá una tontería, que de esas cosas no se entera nadie, que polvo al polvo y que lo importante son los vivos, pero qué quieres que te diga, me gustaría que de vez en cuando, en esos tiempos en que mi incipiente caída de pelo sea ya del todo irreversible, y no sea más que osamenta y quizá algún reseco trozo de materia orgánica, alguien me recordará aunque fuese sólo por una o dos generaciones. De esa manera, quizá podría pervivir un poco de lo que yo deje para los que vendrán después que yo, y así los demás conmigo, y la historia de los hombres normales sirva de ejemplo para los normales que vendrán después que nosotros.

A lo que iba con estas cosas y estas digresiones en las que me enzarzo, es que nada tengo en contra de fiestas, que los niños salgan y se lo pasen bien (a ser posible sin una sociedad que les quiere malear desde que tienen diez años para hacerlos adictos a las compras, la bebida y las series de mierda) y llenen de alegría un poco esas calles tan grises de las ciudades. Pero es que me preocupa bastante la amnesia social sobre nuestro pasado, nuestros ancestros, sus errores, su experiencia acumulada, sus inquietudes, sus prioridades… Vivimos en una marea de rapidez e instantaneidad de lo que nos rodea que en su dosis correcta es más sana que el vitalinea que anuncian en la televisión, pero que no puede hacernos perder de vista lo que realmente es importante. No pasa nada por comprarte un coche, una casa, querer una vida más o menos tranquila y hacer un gasto razonable para un razonable tiempo de ocio. El problema es cuando te conviertes en esclavo de toda esa marea que os decía, y ya no es ocio, si no adicciones, angustias, agobios y un largo etcétera. Claro que esto que digo es bonito y al mismo tiempo complicado, pero quizá, como me decía mi padre cuando era algo más joven (no mucho), las cosas que merecen la pena son las que cuestan.

Quizá por eso, no deja de resultar curioso que la enfermedad del siglo veintiuno en el mundo occidental no sea otra que la depresión, lo cual puede significar que se nos está yendo un poco de las manos este tinglado que tenemos montado menos de la décima parte de la población de la pelota azul ésta en la que bogamos como un leño en la corriente de un río (mal que nos pese, eso es lo que hacemos, aunque nos creamos dueños y señores de la creación).

Ya concluyo, y lo que digo son dos cosas. En primer lugar, que me parece bien que los niños salgan, pero Jálogüin es una mierda de fiesta importada de un país que más le valdría dejar de mirarse el ombligo, y de este burro no me pienso bajar; aunque dentro de un tiempo, si tengo hijos, quieran salir disfrazados de vampiros a por golosinas. Yo seguiré diciendo lo mismo.

Y en segundo lugar, que el hecho de que queramos festejar cosas, no implica que tengamos que rehuir de nuestra cultura (que es infinitamente más rica que la de muchos de esos países que ahora nos dan en el morro con la Economía y que salen antes que nosotros de la crisis), pero mucho menos implica que no podamos gastar cosa de una hora al año (no tiene por qué ser en esta fecha, pero tampoco es mala excusa) en llevar unas flores, en tener un recuerdo, en rendir los honores que se merecen, a las personas que antes que nosotros lo intentaron en este mundo con mejor o peor acierto. No en vano, estamos donde estamos porque parte del camino lo anduvieron ellos.

Alberto Martínez Urueña 27-10-2009

Retorno

Vuelvo como vuelve el otoño, con cambios, con menos espesor visual en el ático (pelo, me refiero, cada vez se me ven más entradas) y trayendo frescas ideas que van desde temas demasiadamente manidos en las noticias de los últimos días, como con otras de esas que no salen nunca en las primeras portadas de los diarios.

Poco a poco las cosas van siguiendo su curso, así que ahora os escribo desde Potes, Cantabria, mini luna de miel, después de un paseo por el teleférico de Fuente Dé, que como muchos sabréis, es algo impresionante, un poco de Hostal del Oso en Cosgaya y un paseíto por una senda de hayedos realmente bonita. Pensaba, mientras nos sacábamos algunas fotografías de esas que ahora tiras sin pensar en “cuánto me va a costar este carrete”, como pasaba cuando tenía doce mayos en el petate, en Canarias, y mi padre me vigilaba con la cercanía de un defensa central a ver cuántas veces le daba a la tecla. Digo que pensaba en esa frase que este año he oído tantas veces, aproximadamente desde Marzo digo yo, de que en Madrid hay de todo. Muchas arcadas me he llevado desde entonces, os lo puedo asegurar, porque en estos sitios que la gente utilizamos durante una semanita, más o menos, al año, según las vacaciones que tengamos, hay cosas que desde luego no te van a dar en una ciudad de la envergadura de nuestra capital. Será que me estoy haciendo reaccionario con los años a la lógica evolución humana y su progreso; pero desde luego, el tema de poder escribiros desde mi portátil, enganchado a una red inalámbrica en un apartamento de Ojedo desmonta cualquier crítica visceral que se me ocurriera hacer a este sistema nuestro. Seguramente, las cosas sean más complicadas (o quizá infinitamente más sencillas, incoherencia vital continua) de lo que parecen.

Así por lo tanto, he decidido que me voy a dejar de decir si tal o cual forma de vivir es la correcta o la incorrecta, y que cada burro haga sonar su esquila (frase de mi abuela, que era más fina de lo que seré yo en los años que me toquen). He dejado sobre el papel, o sobre la pantalla, tantas veces los motivos por los que considero que la vida debería ser mucho más sencilla de lo que la gente se piensa, que al final me pongo a leer los que escribí en los últimos meses y me doy cuenta de lo reiterativo que he podido llegar a ser. En estas líneas me imagino la sonrisa de más de uno de vosotros que me ha dicho en este tiempo “joder, tío, vaya textos más largos y coñazos que escribes”. Esto no significa que deje de lado esa faceta, faltaba más, pero no puedo evitar lanzarme al ruedo con temas más prosaicos y pragmáticos, que en cierto modo ocupan la vida de las personas normales.

A modo de resumen, y es lo que pretendo hacer en los próximos meses (es como una especie de introducción de las que hacen en series televisivas de esas que dejan la mente agilipollada para los restos, por mucho que gentuza como Belén Esteban se crean que lo que hacen es repartir cultura en sus guiones preprogramados), hablaré de temas variados. Desde política por ejemplo, dando caña al que se lo merezca, y normalmente será cualquier partido que propugne la diferencia entre seres humanos, la falta de empatía, el entendimiento especial y discriminatorio con cualquier tipo de confesión religiosa, el enriquecimiento del rico con la gilipollez ideológica de que así ganamos todos porque son los que dan trabajo, y un largo etcétera que no adelantaré aquí, sino que irá viniendo con el tiempo.

También podremos hablar de sociología (bueno, en principio habló yo y vosotros si queréis me mandáis respuestas, o las dejáis en el blog) y nos reiremos un rato con las nuevas hazañas y divertimentos de esa juventud creativa y educada en los parques, en las riberas de los ríos, o allende se les ocurra llegar con sus litronas, sus drogas y sus ganas de dar voces. Gracias a Dios, yo tengo que decir que, aunque me he movido por esos lugares, nunca lo hice en rebaño (algunos de vosotros os acordaréis que buscábamos lugares apartados para poder tener nuestras conversaciones tranquilas) y desde luego no utilizamos como pasatiempo las cabezas de los policías municipales o del cuerpo que sean, a los que respeto cada vez con más fervor por la labor que realizan (sólo a los que la realizan) en defensa de nuestra seguridad. Así como también respeto cada vez con más interés (al margen de estar casado con una del gremio) a los maestros y profesores, por ese trabajo que llevan a cabo, que cada vez parece más una película de Rambo o de Chuck Norris.

No podemos dejar de lado, desde luego, nuestro sistema económico y capitalista, basado en el consumo que nos aliena, en las campañas publicitarias que nos tratan como estúpidos y en un ritmo de vida que nos convierte en esclavos de empresas sin nombre, que nos venden estar satisfechos, olvidándonos del resto del mundo que muere. Televisiones que hacen que olvidemos que todos seremos viejos, achacosos y que moriremos tal y como hayamos vivido (si has vivido al margen de las personas, preocupándote y vendiendo que lo único que cuenta es ser joven, esbelto, guapo y dinámico, morirás olvidado por todas esas personas a las que enseñaste que los años sólo nos convierten en pesos y cargas para nuestros semejantes). Ojo al dato, toda una generación, salvándose las personas que realmente merecen la pena, morirán hechos una mierda por el vicio de su juventud, solos por la dejadez de toda una vida en la que enseñaron que los viejos son una carga asquerosa y tratando de estirarse los pellejos que al final son inevitables.

Huy, pero lo siento, había dicho que no iba a decir a los demás, como comportarse, ni a juzgar nada. Pero es que lo siento, me prometí a mi mismo no arrancarme los ojos de la conciencia. Allá cada uno con lo que haga.

Alberto Martínez Urueña 13-10-2009