viernes, 9 de febrero de 2024

Adaptaciones

  Llevo tiempo pretendiendo volver por esta columna que tengo abandonada desde la pandemia. La realidad política se ha convertido en un partido de tenis sin matices de ningún tipo. Para los que huimos de sectarismo y preferimos un análisis fino del contexto en que nos movemos, el discurso de nuestros representantes es un terreno polvoriento y estéril. Tenemos peroratas y noticias que llenan las portadas, convirtiéndose en los problemas acuciantes y las crónicas relevantes. Siempre, el problema territorial en España, problema en el que los partidos principales se niegan a dar una solución negociada y conjunta. En lugar de eso, tenemos el tema de Cataluña y su pretendida independencia. Tenemos la amnistía, derecho de gracia igual que los indultos, en contra de los que siempre he estado y siempre estaré cuando afecten a políticos, líderes sociales y personalidades relevantes. Por supuesto, tenemos todos los líos en los que los partidos políticos nos meten debido a su palmaria incompetencia a la hora de llevar a cabo el mandato de las urnas: representarnos, pero no de cualquier manera, sino para llegar a acuerdos para la sociedad a los que, de otra manera, sería imposible. El Consejo General del Poder Judicial es buen ejemplo de esto.

Sin embargo, gracias a todo el circo, los auténticos problemas, los que te pueden poner en serios aprietos en cualquier momento o que, de hecho, ya les pone a una parte más o menos nutrida de la sociedad, van quedando aparcados. Nada se sabe, salvo que bucees entre los editoriales, las paginas interiores o las secciones digitales, sobre la reclamación de mayores plazas de residencias para personas mayores. Nada se sabe de las necesarias mejoras que se pusieron de manifiesto durante la pandemia. Una vez más, los ancianos quedan silenciados, y no sabemos si les siguen atendiendo mediante un sistema deficitario en personal y, en algunas ocasiones, sometidos a maltratos y con alimentación deficiente. Nada se soluciona, por cierto, o al menos, nada llega, de la mejora comprometida de la sanidad primaria, de las listas de espera para el médico de familia, del tiempo que pueden dedicar a cada paciente.

Los problemas políticos no siempre se corresponden con los problemas ciudadanos. No siempre, y creo que utilizo un eufemismo casi obsceno. Vemos cómo nuestros representantes perseveran en mantener unos modos que convierten la escena pública en un circo romano. O más bien, en un cuadrilátero de lucha libre “ficticia”: uno de esos espectáculos en los que dos facciones malencaradas se insultan previamente antes de empezar a repartir mamporros que, a todas luces para quien esté interesado en mirar, son falsos. Eso sí, un circo vendido a una gran muchedumbre siempre dispuesta a entrar al juego y jalear a los suyos, y convertir una pantomima en una realidad con la que gritar mucho y elevar los niveles de violencia social. Mientras vemos cómo los contendientes se pegan hostias muy bien coreografiadas, olvidamos que hace años que nos vienen advirtiendo de las consecuencias del desastre climático en que ya estamos instalados. Cataluña sufre una sequía rampante, con restricciones de agua… en febrero. Nada se sabe de qué medidas se han adoptado en las últimas décadas para afrontar crisis agudas como ésta, pero también para afrontar una disponibilidad de recursos hídricos cada vez más escasa. Sólo sabemos que, desde la época del Estatuto del dos mil seis, los sucesivos gobiernos autonómicos catalanes se han dedicado en cuerpo y alma al tema del encuadre territorial español, en particular al suyo, pero nada sabemos de cuáles han sido sus medidas para afrontar, entre otros, este problema climático.

No voy a entrar en las cuestiones referentes a la ley de amnistía, a las maniobras de Puigdemont y a todas las marranadas varias que estamos viendo desde el año pasado entre el Gobierno y Junts para conservar los intereses que cada uno tiene en el tema. Hay ríos de tinta escritos en los diarios a gusto de cada lector que se atreva a meterse en esos lares. Yo, de primeras estoy en contra, ya lo he dicho; de segundas, me niego a hacer un mínimo análisis de la sinvergonzonería, para tratar de determinar cuál de todos ellos es más sinvergüenza.

Crisis climática, y ahora los agricultores, con sus problemáticas reales añadidas a las lecturas interesadas que hacen los grupos políticos, siempre prestos a aprovecharse de la desesperación de la gente. Y viendo las condiciones económicas y las circunstancias de las que hablan, con precios de venta paralizados desde hace cuarenta años y costes hiperbólicos, se hace bien entendible que estén bastante cabreados. Lo que no me parece admisible es que, derivado de estas protestas, nos encontremos con sesudos analistas que reclamen un proceso adaptativo al cambio climático más razonable, más lento, para acompasarlo a las necesidades de un sector. Se olvidan mencionar que hace ya como poco cuatro décadas que se sabe la que se nos venía encima con el clima. Cuatro décadas de adaptación suficientemente lenta como para parecer inexistente. Y todavía piden mayor lentitud…


Alberto Martínez Urueña 09-02-2024