Escribir
sobre temas de actualidad, relacionados con la economía y con sus derivadas
como la desigualdad, la pobreza, la capacidad productiva, el tejido industrial
o la estructura de los diferentes mercados nacionales es fácil. Puedo cogerme un
artículo de los que llevo escribiendo desde hace veinte años y calzarlo aquí,
que pocos se darían cuenta. Además, hablar de economía, por mucho que le pese a
los racionalistas y positivistas, es hablar de ideología. Ideología, una
palabra que en la actualidad se utiliza como arma arrojadiza: si tus opiniones
tienen sesgo ideológico ya no son válidas. Y esto es falso: la economía, en
varias de sus ramas, está basada en la elección del individuo sobre sus propias
preferencias, y las preferencias están basadas en prioridades, gustos y
caprichos. Aquello que nos conmueve más o menos. No hay nada más ideológico que
el ser humano en cada uno de sus individuos, dado que cada uno tenemos nuestras
preferencias. El problema es la necedad de los representantes del maximalismo
intelectual para los que las opciones son absolutas, no tienen grado, es un sí
o un no. Así, efectivamente, conseguimos un mundo de bandos contrapuestos en el
que los políticos que quieran sacar redito del enfrentamiento lo tienen
sencillo.
La economía,
además, no ha encontrado una respuesta inequívoca a las preguntas fundamentales
que se hace: ¿cuál es el grado de desigualdad razonable?, ¿cómo la medimos?, ¿en
qué punto vital, igualdad de oportunidades, o transferencias compensatorias
presentes?, ¿qué modelo hace crecer más la economía?, ¿el crecimiento económico
ha de ser la variable suprema? Además, el crecimiento económico produce puestos
de trabajo, pero ¿de qué manera se reparte ese crecimiento entre los diferentes
factores de producción? No obstante, hay un cierto consenso sobre tres o cuatro
cuestiones básicas que he repetido varias veces a lo largo de los años:
investigación y desarrollo, infraestructuras, educación, diversificación
industrial… Seguro que me olvido de alguno, y hay otras cuestiones que afectan
de manera tangencial, pero directa, como la sanidad. Sobre todas estas
cuestiones se habla mucho, pero no se solucionan. Preguntad a los expertos
científicos cuál es el estado de la investigación científica en España, o a los
profesores, o a los expertos sobre tejido industrial y nuestra dependencia
peligrosa de tres o cuatro sectores que, para más ende, son de un bajo valor
añadido. No es que España esté hecha un desastre, pero la dejadez política al
respecto es flagrante, la tendencia es regresiva y si no nos hemos ido al
cuerno es gracias a los propios españoles.
Pero las
preferencias personales, más allá de estos consensos, existen, y por lo tanto,
las ideologías que, en democracia, se materializan en las preferencias
políticas. A mí lo de Cataluña me preocupa desde el punto de vista de un grupo
de personas saltándose la ley, pero ya se les está juzgando. Para mí es un
punto y aparte. En la balanza hay otras cuestiones, y mis preferencias
políticas y mi ideología hacen que me decante por ellas. A saber, en primer
lugar, la cuestión medioambiental, el veneno que respiramos cada vez que
salimos a la calle y sobre el que nos alertan los médicos, pero que todavía hay
gente que cuestiona o que pone al mismo nivel que otras problemáticas que para
mí están por debajo, aparte de que son problemáticas que tenemos hoy porque los
políticos con capacidad de mando no se ocuparon de ellas ayer. Los problemas
sobre la contaminación en las ciudades, algo que parece que nos ha pillado por
sorpresa, es algo que sabíamos que tendríamos aquí desde hace lustros, y no se
hizo nada. Además del veneno que respiramos, está el problema de los acuíferos,
la desertización del territorio, la pérdida de biodiversidad y sus
consecuencias, etcétera.
Pero si
queréis hablar de Cataluña, permitidme hablar de la organización territorial
española. Tendríamos que hablar de la cuestión que me afecta directamente: el
de la España vaciada. Entiendo, o más que entenderlo –no entiendo la
insolidaridad–, lo asumo, que para quienes viven en la España rellenada este
tema se le sude por completo, o que incluso se empeñen en desmentirlo, o en
ningunearlo como si fueran llantos de vieja. A fin de cuentas, es complicado
para las mentes pequeñas entender que la economía no es un juego de suma cero.
Vivo donde
vivo, una región que se despuebla porque “¡¡Es la economía, estúpido!!” y aquí
no hay de donde sacar más que si eres funcionario o trabajas en alguna empresa
como Renault. Las oportunidades son mínimas y precarias. Así que cuando oigo lo
de que España se rompe, y a bufones rasgándose las vestiduras por ello, me
sangran los tímpanos y la inteligencia. Porque España ya está rota y bien rota,
y gracias a los que han gobernado hasta ahora. A ellos les gritaría bien alto y
de cerca porque sólo escuchan la mierda esa de Cataluña, avisándonos de que
España se rompe, que se la cargan los otros. Pero es que España ya está rota.
Ya la rompieron ellos.
Así que no me
pidan que me desprenda de mi ideología porque hacerlo es ridículo además de imposible.
Y no me pidan que anteponga el tema catalán a los consensos reales, a la
ecología o al desequilibrio real entre territorios españoles porque lo primero
sólo sirve para que gallos saquen pecho y a mí el ego de esos gallos me la
suda, pero además, lo segundo es importante de verdad. Al menos desde mi
ideología.
Alberto Martínez Urueña
7-05-2019