Hemos
celebrado elecciones en España. Las celebraremos dentro de un mes. Últimamente
guardo silencio porque todo es leído en términos de vencedores o vencidos, de
ideologías que se contraponen dispuestas a tumbar al rival incluso a costa de poder
quedar lisiado, o de dejar lisiados a los tuyos. El reinado de las ideas. Ya
sabéis cuál es mi tendencia, no la he escondido nunca. No lo hice cuando
Mariano ganó sus elecciones, así que no voy a hacerlo ahora. Pero siempre he
defendido lo mismo, por mucho que en España esto sea leído en términos de
rendición inasumible: el diálogo. Ahora hablo de diálogo y la derecha piensa
automáticamente en derecho de autodeterminación; hablo de diálogo y se
identifica con cesión a los asesinos; hablo de diálogo y se presupone la
ruptura de la Constitución. Nadie más constitucionalista que yo. Nada más
constitucionalista que el diálogo. Dentro de la Constitución. Yo siempre he
defendido la necesidad de entenderse con quien piensa distinto a mí. Solo hay
que fijar el marco, y en el tema de la política, para eso tenemos las leyes.
Hemos
celebrado elecciones en España y todos los españoles con derecho a voto hemos
valorado las opciones y hemos dado nuestra opinión materializada en el acto de
introducir un sobre en una urna. Algo tan superfluo representa una victoria
aplastante sobre algo mucho más relevante y que a veces olvidamos: la de la
dialéctica sobre la violencia. Es decir, la de distintas visiones que se
contraponen en un único espacio común, pero que renuncian a las armas para
imponerse. Un paso de gigante en la Historia de la Humanidad en la que todo se
resolvió durante siglos a las bravas. Pero no sólo significa eso: también implica
el reconocimiento del otro, de quien piensa diferente y, por derivación, la existencia
de una realidad común compuesta por distintas realidades personales y grupales.
Reconocimiento de una realidad más compleja que la propia, y por tanto, una
realidad más completa.
Los españoles
hemos hablado, hemos dicho cuáles son nuestras preferencias. De los consensos
han de encargarse ellos, los políticos a los que hemos elegido, y, por mi
parte, cuanto más amplios sean esos consensos, más me satisfarán, aunque
supongan renunciar a parte de mis postulados individuales porque mi principal
ideología es la humana. Eso significa que quiero una sociedad lo más amplia
posible, en la que se maximice el número de personas que se encuentren
razonablemente a gusto y en la que las diferencias personales se consideren un
motivo del que sentirse orgulloso, no algo de lo que tener miedo. Por eso es
humana, porque no hay especie con mayor variabilidad entre especímenes que la
nuestra, pero también con la mayor potencial capacidad para entender algo tan
sencillo.
Por supuesto,
yo también elegí a mis posibles representantes y seguí un proceso muy sencillo
que respetara mi idea básica y fundamental: rechazo cualquier tipo de violencia
y sólo la admito cuando se trata de la única posibilidad de evitar una
violencia superior, gratuita e injusta. En cualquier otro aspecto creo en el
reconocimiento del otro y en su única manifestación posible: el diálogo y la
negociación, siempre dentro del marco asumido. Sé que el mundo está repleto de
violencia, y la política es parte de este mundo, lo que me lleva a entrar en la
segunda mejor opción porque no hay ningún partido con visibilidad, al menos en
mi circunscripción electoral, que no actúe como si la sociedad estuviera a
punto de colapsar y ellos fueran la única solución. Así que pensé descargarme
los programas electorales de los diferentes partidos para leérmelos y ver qué
proponen, pero luego me acordé de las promesas incumplidas de manera
sistemática, y claro… Necesitaba más criterios que esos.
Me fui a los
grandes debates mediáticos y pensé en lo de que España se rompe, pero ya se lo
escuché a Ansar hace veinte años y no ha sucedido. Eso, unido a que cuando
alguien me quiere imponer algo suelo ponerme de mala hostia, hizo que me
acordase de aquel personaje siniestro llamado Wert con lo de españolizar
catalanes, y entendí nuevamente que la principal fábrica de independentistas
fueron aquellos que quisieron eliminarlos en lugar de aceptar que siempre habrá
independentistas. También pensé en lo del respeto a las víctimas del terrorismo
y me acordé de Mariano y su elenco de hooligans acusando a ZP de mentir sobre
los autores del 11M, y que el PSOE también tuvo sus muertos, y entonces recordé
que la principal aspiración de la ciudadanía vasca era vivir sin mirar debajo
del coche. Sin oír explosiones o disparos. Y que eso ya sucede, más allá de
altercados puntuales, y deplorables, como lo de Altsasua, y que ETA anunció su
final definitivo el año pasado. Debates del pasado. Debates fraudulentos.
Clichés y argumentaciones irreales. Negación de que en España hay más
ciudadanos que los que quieren una España unívoca. Negación de la necesidad de
un diálogo con quien piensa diferente, siempre dentro del marco de la
legislación vigente.
Así que
eliminados los imposibles y los discursos falaces o estériles, busqué más
hechos diferenciales y, ya que no me queda más remedio que aceptar la realidad
aunque no me guste, miré a ver quiénes son los enemigos de cada partido, a quiénes
quieren marginar, quitar derechos, o a quiénes ningunean con su discurso. A
quiénes olvidan con sus actos. Y además, como quiero propuestas en positivo y
para el futuro, a sabiendas, como ya he dicho, de que los programas electorales
son pañuelos de usar y tirar para quienes han gobernado en democracia, me leí
qué proponen sobre las dos cuestiones, a mi modo de ver, más relevantes para el
futuro. Elegí esas dos cuestiones por dos motivos: soy economista y soy un ser
humano con dos hijas. Las dos cuestiones más relevantes para mí –las más
relevantes, no las únicas– son las políticas en I+D+i y las políticas energéticas
y medioambientales.
Éste fue mi
proceso para darle importancia a las elecciones y éste fue el camino que seguí
para elegir mi opción política. Un proceso, como ya he defendido en alguno de
mis textos, de discriminación y elección entre diferentes posibilidades. Mi
pirámide de prioridades. Que no prime las mismas que vosotros por encima de las
mías no implica que ningunee las vuestras y, por supuesto, no nos convierte en
enemigos: nos convierte en seres humanos que han de llegar a entendimientos
para vivir en un espacio común como es nuestra España. Para poder tener una
casa con un poco de lo mío y un poco de lo vuestro, que no será absolutamente
de ninguno, pero que será de todos.
Alberto Martínez Urueña
30-04-2019