Que los
árboles no nos impidan ver el bosque. Si por algo me he caracterizado en los
últimos meses en estas reflexiones que os mando es por un sutil detalle en el
que me mantengo a pesar de que pudiera ser más sencillo lo contrario: la mesura
y la educación. Cuando uno está sólo delante del teclado la tentación de
empezar a soltar barbaridades es muy alta: sabes que van a estar los que te
aplaudan y te feliciten por lo bien que escribes; y también, que las críticas desaparecen
con un click. Todo son vientos favorables cuando usas Internet. Lo complicado
es pensar en las consecuencias que pueden tener las palabras que lanzas al éter
digital, recapacitar en los efectos que pueden tener, a qué mentes
desequilibradas pueden llegar… En mi caso, con la ínfima audiencia que tengo,
esto no es demasiado preocupante, pero tampoco se me ocurre ir a un embalse a
echar un chorrete de cianuro porque se vaya a disolver y a resultar irrelevante
en el total de esa gigantesca masa de agua. La responsabilidad no sólo depende
de los potenciales efectos externos, también tienen efectos internos, como, por
ejemplo, convertirte en un perfecto hijo de puta. La verdad es que no me
interesa.
Yo no decido
a cuántas personas llega mi mensaje. En realidad, eso no lo decide el emisor,
sino que lo decide el medio que lo difunde. Si por casualidades de la vida, el
sitio en donde cuelgo mis textos empezase a aparecer en los espacios
publicitarios de todas las páginas web de Internet, los índices de audiencia de
mi página subirían como la cuenta suiza de un político corrupto. Podrían ser
casualidades, o que me tocara la primitiva y pagase el precio correspondiente.
¿Por qué digo esto? Por lo de siempre: ¿sabemos hacia dónde miramos?, ¿lo
decidimos nosotros?, ¿nos lo marcan otros?
Una de las
cosas que más vende en el Occidente de hoy en día –el resto no lo conozco– son las
confrontaciones simplistas y demagogas. Confrontaciones que se articulan a través
de lenguajes infantiles y fáciles de digerir; imposibles, en apariencia, de
soslayar del posicionamiento personal de cada individuo. Aquello de estás
conmigo o contra mí. Por suerte, mi nivel intelectual me permite no responder
con premuras innecesarias y, además, no posicionarme sobre temas que no me
afectan con una pasión visceral exenta de toda prudencia.
El tema del
cambio horario está en boga, se lleva, nos preocupa desde hace años, cuando nos
dimos cuenta de que el último fin de semana de marzo nos reventaban las tripas haciéndonos
levantar el lunes una hora antes de la que nos levantamos el viernes. Y con lo
de acostarse, lo mismo. Así, a la inmensa mayoría de personas a las que
preguntas, te comentan que se pasan una semana puteados. Lo de estar puteados
no es nada nuevo, hay pocos que se escapan de recibir algún mandoble de vez en
cuando, pero hay que diferenciar entre los que puedes evitarte y con los que no
te queda más remedio que aprender a zurcirte cicatrices. Lo del cambio de hora,
desde luego, es de los primeros. Luego, nos podemos poner a debatir cuál de los
horarios nos gusta más, y cada uno tendrá sus porqués, pero de momento, dejémonos
de gaitas con lo del cambio.
Lo de las
gaitas del cambio, encierra, no obstante una canción tradicional muy
interesante, sobre todo teniendo en cuenta que estamos en España. Hablo, por
supuesto, de los horarios laborales. Esas jornadas maratonianas provocan que
este debate sea una mala burla porque hay peña en este país que en invierno entra
a currar de noche y sale de noche, y al final, le va a ser igual lo que le
pongan. Aquí está el principal de los problemas porque, lo siento por los que
quieren quedarse con el horario de verano: vais a seguir saliendo de noche, va
a seguir haciendo frío en invierno, no vamos a conseguir alargar demasiado ese
buen rollo estival que tanto nos gusta. Lo siento también por los que se
quieren quedar con el horario de invierno: una hora más o menos no os va a
traer la felicidad circadiana, eso sólo afecta a los que trabajan a turnos o
con nocturnidad y alevosía patronal, el resto va a seguir estando igual. Sobre
todo el invierno, porque en invierno sigue haciendo frío incluso de día, y
además, te toca ir a cumplir con el jefe, te toca seguir durmiendo poco y toca
seguir obedeciendo órdenes que te van a seguir pareciendo una completa
gilipollez.
Así que
dejaos de revanchismos, venganzas y estupideces. Lo único importante de todo
esto es que nos dejen de mover el capote delante de las narices con el cambio
de hora, y que la muleta se la introduzcan por sus costillas con cualquier otro
debate. A ser posible, de los importantes, como puede ser la subida de la luz,
la transición energética, la reforma de las Administraciones Públicas, la
reforma del sistema fiscal español, una sanidad pública de calidad y unificada
a nivel estatal, una educación potente y unificada a nivel estatal o la
tipificación correcta y concreta –sin ambigüedades– de determinados delitos de
corrupción política y administrativa que les afecta directamente. Ah, por
cierto, lo de Cataluña no entra dentro de este debate, porque no hay debate. Hay
reglas constitucionales y legales, y lo que se quede fuera, no cuenta. Todo lo
demás con lo que nos están bombardeando todos los días desde hace años, sólo
son sonajeros para bebés incapaces de elegir a qué cosa darle cuerda. Alguien
estará interesado en que sigamos con esta mandanga, pero, por mi parte, les
pueden ir dando.
Alberto Martínez Urueña
07-09-2018