jueves, 21 de mayo de 2015

Manipulados


            Como resulta muy complicado sustraerse a esto de las modas informativas, y últimamente estamos con el tema de las elecciones municipales y autonómicas, vamos a hacer un pequeño esfuerzo y a pensar en otras cuestiones. Hoy estoy con un estado de animo algo distópico, y mi texto, al contrario de lo que suelo pretender cuando me salgo de la insistente actualidad, me noto un poco necrológico.

            No soy amigo de las ideas conspiranoicas –o conspirativas, que es el término correcto, y no esa amalgama de ideas que insultan la semántica–, pero soy mucho menos amigo de obviar las evidencias y los hechos. Ya, si hablamos de que me engañen, me toca mucho más la bisectriz. Al más puro estilo alucinado, o como diría uno de mi generación, al más puro estilo “Matrix”, todos tenemos, en mayor o menor medida, la sensación de que algo no funciona como debería. Miras ahí fuera, a la gente, a la sociedad, y todo te parece que se mueve como en un sueño, y que algo subyace por detrás, algo más oscuro y más frío, como si se tratase de una pantalla de color negro y letras verdes mostrando un código matemático que nada que tiene que ver con la naturaleza humana tal y como las tripas se nos muestran. En gran cantidad de ocasiones, nos sorprendemos a nosotros mismos haciendo algo que no concuerda, o coreando alguna proclama que chirría, o pasando de largo ante algo que debería llamarnos poderosamente la atención y que, sin embargo, no es capaz de conmovernos lo más mínimo. Situaciones que deberían suponer un punto de inflexión en nuestra vida se diluyen en el éter del hacer cotidiano, y el hacer cotidiano, repleto de banalidades que sabemos innecesarias, nos ahoga y no nos deja respirar. No hablo de las contradicciones típicamente humanas y que pergeñan la literatura universal desde los tiempos clásicos; hablo de las incoherencias sustanciales que destruyen nuestra propia esencia y existencia convirtiéndonos en algo muy distinto a lo que nuestro propio ser se esfuerza en mostrarnos.

            Cuando escarbas un poco en la superficie de estas cuestiones se te ponen los pelos de punta. Algo tan sencillo como las técnicas de marketing, o técnicas de venta, en castellano, tienen por objeto crear necesidades donde antes no las había, y en base a esas necesidades, crear un deseo en el potencial consumidor, haciéndole creer que al menos su satisfacción, cuando no su felicidad personal, depende del posicionamiento que adopte con respecto a ese objeto. No estamos hablando únicamente de bienes que puedas comprar, si no de estilos de vida que puedas adoptar o, teniendo en cuenta la época en la que estamos, candidatos a los que puedas votar. En resumen, de una forma clara, objetiva y reconocida a través de eufemismos en los libros de texto más prestigiosos, el mercado está optimizado para manipularnos y vendernos el producto que sea objeto de la campaña de comunicación.

            ¿Motivaciones económicas? Por supuesto que sí. De hecho, el nacimiento y desarrollo de estas técnicas están basados en la optimización de los procesos de producción y venta de todo tipo de productos, desde las cajetillas de tabaco a los juguetes infantiles más prosaicos. Pero no sólo eso. Sería demasiado inocente pensar que una herramienta tan potente se utiliza única y exclusivamente para llenar la cuenta corriente de unos pocos. Sin duda alguna, se han utilizado a lo largo de la práctica totalidad del siglo veinte y lo que llevamos del veintiuno para controlar el comportamiento individual, pero también social, sobre todo en Occidente.

            Dos son los hitos fundamentales: como hemos visto, por un lado, la generación de deseos cada vez más urgentes ha desplazado nuestras prioridades; por otro lado, y unido indefectiblemente al anterior, la desestructuración social, haciendo individuos cada vez más enfrentados unos con otros, más individualistas, egoístas, insolidarios y, sobre todo, solitarios y desprotegidos.

            Toda esta distópica cuestión que para mí, y para otros muchos, es evidente, tiene una infinidad de consecuencias, a cual más atroz. Por ejemplo, la normalización de los usos y costumbres de acuerdo a unos parámetros ha uniformizado artificialmente a los seres humanos, y por lo tanto, tildado de anormal, la diferencia. Esto ha supuesto el surgimiento de cada vez más patologías mentales que en realidad sólo describen comportamientos que se escapan de lo socialmente correcto y dirigido. Esto además, ha generado un conflicto permanente entre los seres humanos que conforman esa sociedad y la sociedad misma que les exige ese comportamiento estandarizado.

            Pero por encima de todo, toda esta secuencia de manipulación planificada ha implicado tal bombardeo exterior de mensajes diciendo cómo se supone que ha de ser cada uno de nosotros que nos ha impedido encontrar la única fuente verdadera de satisfacción personal: conocernos a nosotros mismos en base a lo que nosotros mismos descubrimos que somos a través de la introspección. Hasta el punto de que, hoy en día, la inmensa mayoría de las personas son incapaces de soportar situaciones en que en silencio y la ociosidad –entendida en términos sociales– son la principal causa de angustia de muchas de ellas. Y por desgracia, éste es en único lugar en donde podemos encontrarnos con nosotros mismos, sin nadie que nos facilite la tarea de conocernos.


Alberto Martínez Urueña 21-05-2015