Ya de vuelta
de vacaciones, retorno al proceloso océano de las letras y las frases con
renovados ímpetus, aunque, por desgracia, con temáticas más o menos parecidas
si hablamos de actualidad. Por suerte, las nuevas obligaciones familiares más
un cambio tecnológico que me aleja de la constante audición de la radio quizá
consigan evitar la saturación que he podido sufrir en otros momentos.
He
aprovechado, por otro lado, al margen de hacer una visita al Norte de Iberia,
para repasar un poco el baúl de ideas que han provocado verdaderas comezones en
mis sinapsis neuronales. Una especie de compilación de ideas que, después de
seis años y pico de sangría económica y social, creo necesaria para que no se
nos olvide lo importante en este tsunami informativo que deviene en obsoletas
las noticias de un día para otro.
Si miramos
con una cierta distancia y retrospectiva a la gran cantidad de insultos que
hemos sufrido la ciudadanía en estos años de debacle económica, contando con
todos los desfalcos, prevaricaciones, fraudes y robos a los que hemos asistido
anonadados, particularmente el que más me ha “gustado” ha sido el de que hemos
vivido por encima de nuestras posibilidades. Al margen de que esa frase
aplicada al cincuentaytantos porciento de jóvenes parados que no tienen manera
de independizarse es completamente espuria, me atrevo a afirmar que resulta
igualmente indignante imputársela a la mayoría de las personas que sufren la
tiranía de los mercados –eufemismo detrás del que se esconden los hijos de puta
que nos roban.
Veréis. Hace
unos años me compré un coche, y me imagino que alguno de vosotros habrá hecho
lo mismo en algún momento de su vida. Puedo suponer, y si no que me responda el
susodicho (Yolanda, tú no vales), que a nadie se le ocurrió acercarse a la cadena de montaje donde ensamblaron el
vehículo para comprobar que los criterios de calidad y seguridad que se
consideran necesarios para un correcto funcionamiento eran aplicados de manera
estricta. Así mismo, ninguno de nosotros va a las fábricas envasadoras de
alimentos para contrastar que el ambiente esterilizado que la normativa europea
impone se cumple a rajatabla. Tampoco conozco a nadie que solicite auditorías
que contrasten la correcta instalación del cableado de alta tensión de la red
eléctrica española que pase por la carretera por la que pretende circular en su
periplo vacacional. La cuestión es que en este mundo complicado, globalizado y
estandarizado no nos queda más remedio que fiarnos de la correcta división,
formación y asignación del trabajo y de que éste va a estar más o menos bien
hecho. Yo, por lo menos, no espero encontrarme piedras dentro de la barra de
pan que compro en la panadería.
Sin embargo,
hay quien nos quiere hacer creer que estas conclusiones que nos parecen tan
lógicas en la mayoría de los campos no son extrapolables a la organización
económica en la vivimos. Al parecer, según el perverso argumento utilizado por
determinados imbéciles de traje oscuro y corbata tiesa, una persona con
estudios básicos suficientes para poder desempeñar un trabajo digno en una
obra, tiene que ser inexcusablemente experto en finanzas, erudito analista de
las tendencias a medio y largo plazo de las variables macroeconómicas y amplio
conocedor de los entresijos de los mercados interbancarios. Igualmente, debe
conocer la extensa normativa que regula los mercados hipotecarios, así como
haberse leído los anaqueles que pueblan las bibliotecas de las facultades de
económicas, al menos, de su país y haber sacado las oportunas conclusiones.
Cualquiera de nosotros teníamos que haber sabido, además, de análisis de
riesgos de activos y pasivos financieros y de los criterios para la toma de
decisiones en la concesión de préstamos de las entidades bancarias. También
habríamos de estudiar por las tardes todo lo necesario para entender que el
apalancamiento de los balances de las principales cajas de ahorros de nuestro
país, así como de las Administraciones Públicas era excesivo. Es más, habríamos
tenido que sospechar que los principales organismos de control de nuestro país
eran, cuando menos, ignorantes de la que se nos veía encima, y que las
declaraciones del Ministro de Economía, Rodrigo Rato, en el año dos mil tres,
afirmando que era mentira que hubiera una burbuja inmobiliaria no eran
acertadas. Bueno, en realidad, lo de que nuestros dirigentes son todo eso que
hemos comentado alguna vez con nuestros familiares y amigos ya lo sabíamos de
antes, pero no sabíamos muy bien el porqué.
Lo siento,
pero esta dialéctica huele como . Y aunque en España todos somos expertos
seleccionadores nacionales, médicos, maestros, politólogos… herencia recibida
de tanto tertuliano que igual vale para un roto que para un descosido, me niego
a cargar mis hombros y los de mis conciudadanos con la pesada losa de esta
crisis sistémica. Son aquellos con verdadera capacidad de decisión así como con
los suficientes conocimientos técnicos –o asesores bien pagados– los únicos
responsables de habernos engañado sobre la auténtica situación económica que
estábamos viviendo. Y los demás somos sus víctimas.
Alberto Martínez Urueña
20-08-2014