Según dicen los expertos, y también los ancianos, a medida que te vas haciendo mayor, cumpliendo años y perdiendo estatura, vas perdiendo también en algunos casos la retentiva de los sucesos próximos, o lo que se conoce como la memoria a corto plazo, conservándose aquellas imágenes vividas en la infancia. De ahí que haya quien aconseja que durante la vida adquieras experiencias interesantes para cuando sólo puedas vivir de ellas, perspectiva un tanto difusa cuando tienes treinta y uno, pero que imagino irá cobrando consistencia dentro de unos años. También el ser humano recuerda, tanto de manera consciente como de manera inconsciente. Puedo afirmar, sin lugar a dudas, que cuando me acerco a un enchufe me pongo en guardia antes de darme cuenta, fruto de un par de calambrazos que me lleve de niño por tocar donde no debía. Cosas de la subsistencia. De manera consciente también vamos adquiriendo conocimientos, conciencia y demás datos, algunos inservibles, como la biología de COU, y otros un poco más útiles, como las habilidades sociales.
Sin embargo, con el tiempo, me he ido dando cuenta de que el tema de los recuerdos tiene bastante de caprichoso, e igualmente de selectivo. Así, rápidamente “olvidamos” lo que nos conviene, o si no, teñimos de colores extraños una realidad que en su momento fue muy distinta. De esta manera, a la chita callando, que no es hacer que la mona de Tarzán dejase de hacer ruidos, de lo que en un momento fue, hay quien hace algo que acaba siendo muy distinto. Vestimos de gala aquellos detalles pasados que nos interesa resaltar y condenamos a un ostracismo memorístico lo que no hace falta que nadie saque de la hemeroteca.
Esto lo hemos visto hacer muy a menudo, pero el campo por excelencia es la política, y no queda mucho para que volvamos a ver a los políticos en su salsa: es decir, esa prostitución estadística de utilizar los datos según te convenga, las mentiras para convencer, la sonrisa perfectamente estudiada o el mitin electoral con aplausos “espontáneos”. Y es que el veinte de Noviembre volveremos a ver uno de los ejemplos más claros de la debacle social en la que estamos inmersos: las elecciones generales.
Tendremos una cantidad ingente de medios de comunicación que representan esa derecha asquerosamente arcaica y casposa como sólo en España puede darse, materializados aquellos en esos nuevos canales de la TDT creados para manipular de manera más o menos vergonzosa, entremezclados con otras cadenas más asentadas, algo más sutiles y quizá por eso más peligrosos. Habrá ridículos intentos de la izquierda para parecer al mismo tiempo rumbosos cual cantante salsero y serios como dirigente de banca, ellos con menos medios porque la pasta está claro quien la maneja. Eso sí, todos ellos recordarán lo que les convenga y olvidarán lo que les venga en gana, y cuando alguien quiera hacerles recordar, ningunearán los datos, o sino al interlocutor.
Por desgracia, la izquierda y la derecha en estos tiempos está entreverada como grasa en chuletón de Ávila, lo que hace que se nos olvide la constante histórica que es la lucha entre quien lo tiene todo y quiere más y los que tienen bastante poco y ya no saben cómo conseguir una vida más o menos decente. ¿Que las formas han cambiado, y los escenarios, y las personas? Claro que sí, pero la realidad sigue siendo ésta: unos poquitos que tienen casi todo, y el resto. Los primeros hoy en día han puesto en la diana el Estado del Bienestar y, una vez enterrado el cadáver, ocuparán los nichos de negocio que dejará el vergonzoso abandono de los poderes públicos; los segundos tratando de explicar que una sanidad pública y bien dotada, una educación asequible e igualitaria, una vivienda digna, etcétera, no son meros caprichos de unos desarrapados que no quieren currar, sino una reivindicación absolutamente legítima. Nada de discursos comunistas que no valen un ápice, sino la realidad de que no pasa nada porque haya ricos (es hasta lógico), siempre y cuando no haya pobres.
La crisis que, en principio iba a ser una herramienta para poner fin a los desmanes de banqueros, mercados y demás entelequias, y conseguir de esa manera un mundo mejor, se ha convertido en la excusa perfecta para demoler pieza a pieza auténticos logros pasados, ganados con mucho esfuerzo y mucha sangre. El 20-N no solucionará nada, pero será un ejemplo más de que los recuerdos se volatilizan pasado cierto tiempo, de que aquí todo el mundo es apolítico pero luego pasa lo que pasa, y al día siguiente, éste que os escribe, que no puede olvidar otras ocasiones asquerosamente similares, volverá a tener la sensación de que alguien, no sé muy bien quién ni cómo, nos la ha vuelto a meter doblada. Gente que nos dice que este Estado del Bienestar no se sostiene al mismo tiempo que hace de la evasión fiscal su principal pasatiempo. Pero claro, es el problema de no recordar la historia de siempre.
Alberto Martínez Urueña 25-08-2011