Hace ya casi un año, según el registro del blog donde cuelgo estos textos, que me dirigí a vosotros con sana intención y desarrollo, en estilo prosaico y cuidado, no vulgar, mala derivación de la palabra. En esta columna, en la que unas veces disertaba sobre actualidades varias y otras tantas sobre conocimientos que llegaban como repentinos alisios a un entendimiento que intenta preclaro y sufre oscuro, llevando mi velero en ocasiones por mares desconocidos como aquellos homéricos en donde Ulises desconocía su ruta hacia Ítaca. No obstante, creo que en hacerme entender a través de palabras, no soy necio, y por tanto, quizá extraiga algo de razón y disfrute a quien se aproxime a estas líneas. Aprovecho para dar la bienvenida a este pequeño grupo de posibles lectores a aquellos que me dieron su dirección de correo electrónico durante este espacio de tiempo, ya saben ellos quienes son, y espero que sus juicios sean duros pero correctos. O al menos duros; pero por raras cuestiones de la vida, eso acaba siendo siempre lo más generalizado; no sé si por dejadez de quien enjuicia o por cruel natura humana que aproxímase sin miedo a los detalles más negros de su inclinación hacia lo cómodo y descastado; no sé si quizá por simple necesidad de demostrarse a sí mismo su incompetencia social o por la necesidad, sumido en su desconfianza y complejo, de demostrar algo a los que le rodean.
Resulta cada vez más demasiado común, si me lo permitís en licenciosa narración, la extraña costumbre de cambiar educación por grosería disfrazada en sinceridad. Huyendo de hipócritas apreciaciones y comportamientos, cada cual marca hasta donde puede llegar con su descortesía y, en muchas ocasiones, crueldad, en su comportamiento hacia las personas que le rodean; y claro, si tal frontera es decidida por una persona sensata y con un juicio acertado se gana en realidad verbal y se puede capear a sotavento temporales lingüísticos que lo que hacen es recordar sin herir, comentar sin ser mordaz, aportar sin destruir; sin olvidar que la crueldad rara vez tiene sentido, si no nunca. Rara enjundia demuestran en cambio groserías y desmanes de animales, que así dicen que es el ser humano por origen; y algunos que se encargan en hacer ostentación de ello, y no por pastizal en donde engullan, que a veces también. Esas bestezuelas, digo, con forma similar a las anteriores arremeten como toro contra talanquera y cuídanse mucho de hacer todo el ruido posible para que los presentes puedan comprobar su rectitud moral y sus acertadas miras, en la que está aquella persona que haya de sufrir castigo de verdugo tal.
Finuras y lindezas desconocen, y en caso contrario, han sido descartadas por hipócritas y suaves, considerando en sus diligencias que de otro modo y con otras formas escaparía de su castigo el castigado. Es así: hay quien por motivos desconocidos para el resto, son los encargados de juzgar ya no los hechos, si no a los actuantes; ya que ellos, con esa claridad al respecto de los asuntos éticos y morales que para otros han sido objeto de debate durante siglos, son los más apropiados para conseguir acertar en la actitud punitiva que deben adoptar todos aquellos que quieran estar de lado de la verdad con mayúsculas. No voy a ser yo quien considere incorrecto poder tener una postura hacia tal o cual acción o pensamiento; no en vano, en estos textos siempre he pretendido dar mi opinión sobre asuntos varios, intentando justificar de mil maneras las razones para andar hacia un lado o hacia otro. Sin embargo, como bien se puede comprobar, jamás he dado nombres, ni aunque hayan sido solicitados, pues considero que si bien se puede emitir un juicio sobre comportamientos o actuaciones, o sobre ideas o silogismos, muy distinto resulta hacerlo sobre personas. Y digo esto por dos motivos.
En primer lugar, porque creo demasiado justificado, no ya por mi propia razón, si no por otros motivos que van desde la Historia (sí, lo escribo con mayúsculas) hasta la Literatura, la Filosofía, la Música, etcétera, que cuando se anteponen principios a personas, las tropelías que pueden llegar a cometerse desbordan con mucho los errores que hayan podido ser por los primeros causantes. Genocidas perfectamente conocidos por todos encontraron justificaciones validadas por la muchedumbre ansiosa de sangre para llevar a cabo sus propias locuras; e incluso cuando el sufrimiento humano era llevado a sus extremos, esto era celebrado por la ceguera de otros.
Y en segundo lugar, porque el Universo interior de cada persona es incognoscible para nadie, ni siquiera para quien lo habita. Terrenos hay que escapan más allá de la razón humana y éste es uno de ellos, y el pretencioso orgullo del hombre moderno, que intentará por siempre formular la ecuación que resuelva los misterios que le aterran, no podrá jamás hallar la explicación última que represente a un ser humano completo y complejo.
Lo siento por quien no esté de acuerdo, pero no aceptaré jamás ninguna razón que se me pueda aportar para imponer juicios de valor contra personas. Habrá quien diga que todos caemos en el terrible error que esto supone; hay quien incluso lo justificará por la hilaridad de quien sabe hacerlo cual monólogo televisivo, causando la gracia de los oyentes (este tipo de juicio probablemente sea el más rastrero); habrá quien argumente que lo ve todo claro, que es casi palpable. No admito juicios, sólo me saben a quien ha de justificar el hecho de que su empatía hacia determinadas personas no es afín, o de quien necesita la ecuación anterior para intentar encontrar la seguridad en su comportamiento. Pues lo siento, la vida trae de todo menos seguridades, al margen del borregismo de quien no se da cuenta que tortazos por errores son de fuertes según la apreciación de quien lo pega, no de quien recibe, y en nada dependen al término de equidistante juicio.
Alberto Martínez Urueña 26-01-2009