miércoles, 8 de octubre de 2025

Buenos y malos

 

            Una de las ventajas, no ya de ganar una guerra, que por supuesto, sino de tener el poder económico y, por tanto, los poderes mediático y bélico, es que puedes decidir quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Esto está bien, porque la frase de que en la guerra no hay buenos ni malos me parece una falta de respeto, por ejemplo, a la resistencia francesa durante la segunda guerra mundial. Me parecería una falta de respeto incluso en situaciones de revueltas callejeras o movimientos de desobediencia civil como las protestas de Rosa Park o Martin Luther King, Jr. Ya sé que hay que ser muy respetuoso con las leyes; por suerte, en nuestro pasado, surgieron líderes que decidieron desobedecerlas: sin ellos, seguiríamos trabajando los siete días de la semana y las mujeres seguirían sin derecho de voto.

            Ser de los buenos, cuando hablamos de guerra, te permite fijar el contexto y determinar qué hechos o circunstancias condicionaron el inicio de las hostilidades, magnificando tu derecho al uso de una determinada violencia y minimizando las razones de tu oponente. Llegado el momento, puedes generar normativa para reprimirlo o silenciarlo; incluso, puedes generar movimientos educativos y culturales en los que se introduzca la superioridad de tu grupo, ya sea superioridad moral, de raza, de género, etcétera, y silenciar al “enemigo” se convierta en un imperativo ético.

            El conflicto que persiste en Oriente Próximo desde el siglo XIX – como poco – nos ha obligado a tomar posición, ya sea en términos de bandos, lógicas, motivos históricos, de raza, de religión… Es complicado no caer en un grupo o en otro y adquirir posiciones monolíticas. El problema de la clasificación en conjuntos estancos es que sólo se puede estar en uno de los recipientes, no hay posibilidad de medidas equidistantes. En todo caso, no estoy escribiendo esto para tratar de mover la opinión de ninguno de vosotros.

            Me preocupa más cómo se instalan en el ideario de cada persona la idea del odio y el deseo de venganza. Cómo se legitima el derecho de unos a utilizar incluso la violencia más brutal para agredir al otro que, según esa posición monolítica, es responsable de todos los males y causante del conflicto.

            Vivimos rodeados de mensajes publicitarios de todo tipo. Tenemos los mensajes publicitarios que pretenden vendernos una larga ristra de productos, y hoy no voy a entrar en cómo manipulan nuestros deseos, transformándolos en necesidades. Tenemos también los mensajes publicitarios que pretenden vendernos una historia, un relato, que trata de explicar la realidad según unos parámetros que se ajusten a nuestra propia concepción de la realidad para justificárnosla. Pagamos por legitimar nuestra visión del mundo. Como contraprestación, no pagamos – al menos directamente – un precio monetario, sino que lo hacemos con una adhesión a quien nos proporciona esa legitimación. Pero no sólo es eso: con esa historia también tratan de reiniciar y recablear de manera diferente nuestra percepción de la realidad, introduciendo en nuestra psique, no una realidad, porque esta es inmutable, sino una visión de la realidad determinada. La situación actual en occidente, mostrada en caída libre tanto en aspectos económicos como éticos, no es una visión de realidad correcta; al menos desde mi punto de vista. La visión actual en determinados conflictos bélicos que hoy en día copan todas las portadas quizá no sea tan simple como nos pretenden hacer ver.

            A mí no me han interesado nunca esa clase de bandos. Ni israelíes ni gazatíes. Ni rusos ni ucranianos. Creo que hemos de ver personas individuales, no cifras, aunque ofrezcan la medida de una tragedia; pero, si tengo que elegir bando, sería el de quien está entre las balas que disparan unos y los misiles que disparan los otros. Yo soy de ese bando, el de la gente que no quiere odiar ni vengarse. Si un mensaje publicitario me inocula una mínima ración de odio hacia alguien que no conozco, lo deshecho. Soy del bando de quien no quiere acudir a una guerra a matar a alguien que no conoce de nada y que sólo quiere vivir tranquilo con lo necesario para que esa vida reúna unas condiciones de dignidad cuanto más amplias mejor.

            Hay mucha información a mi alrededor hablando de peligros que llegan de gente anónima y de quien debo defenderme y atacar antes de que me ataquen. No soy ningún buenista, sé que existen los riesgos, como cuando volvía andando yo solo a casa de madrugada, pero creo que hay una corriente que me impele a desconfiar por sistema, y más si el color de piel es distinto, o el idioma suena a eslavo, o el aspecto es de pobre. Y creo que me quieren dentro de uno de los dos bandos, el de los buenos o el de los malos. Por supuesto que hay bandos de los buenos y bandos de los malos; sin embargo, me permito dos cosas. En primer lugar, establecer yo mismo los parámetros y huir de generalizaciones que no resisten un análisis mínimamente profundo. Y en segundo lugar, no despersonalizar a los que se encuentran en el contrario para legitimar su represión, su desaparición o incluso su exterminio.

 

Alberto Martínez Urueña 08-10-2025

No hay comentarios: