jueves, 27 de febrero de 2025

Entre dos tierras

 

            No es que pretenda plagiar a cierta banda española que hacía una música sensacional, pero el término de estar entre dos tierras es muy apropiado para ejemplificar el terreno en el que nos movemos: entre la teoría y la práctica. En realidad, moverse entre la teoría (lo que creemos que debemos hacer) y la práctica (lo que luego acabamos haciendo) representa la eterna problemática humana. Luchar por un adecuado discernimiento es el eterno intento y la base de toda construcción filosófica ya que gracias a él podemos entender y desentrañar la auténtica estructura de la realidad y de nosotros mismos. Además, nos sirve de guía cuando la duda hace tambalear nuestra determinación. Esto es a nivel personal, pero ¿qué pasa cuando nos vemos inmersos en el nivel social?

            El nivel social, en ciertos aspectos, es el constructo intelectual que nos sirve para ocultar nuestra responsabilidad individual en la formación de la sociedad en que vivimos. Nos oculta. Permite diluir nuestras pequeñas veleidades. ¿Qué relevancia puede tener un pequeño fallo de uno entre millones? La democracia liberal es otro constructo filosófico con unos orígenes muy interesantes: se insertan en el periodo posterior a las monarquías absolutas y como respuesta a ellas. Allí surgieron ideas peregrinas tales como que la legitimidad de las monarquías quizá era poco firme y que los derechos de los monarcas de disponer de las vidas de sus súbditos podían ser cuestionados. El nacimiento del hombre libre que posee el derecho a configurar la propia vida. Podemos hablar de lo que significa la libertad, sin duda. En aquella época del siglo XVII tenía connotaciones diferentes: de lo poco que he leído no hablan de las obligaciones que conlleva. Explícitamente. Implícitamente todos asumían su existencia. De hecho, parece haber un consenso relevante en que, y cito, el significado esencial de liberal no sólo denota ser amante de la libertad y tener conciencia cívica, sino también ser generoso y compasivo. Ser liberal era un ideal, algo a lo que aspirar. H. Rosenblatt. Tiene cierta lógica que, habiendo sufrido una monarquía que despreciaba al vulgo, los valores humanistas tuvieran una relevancia sustancial; sobre todo, siendo una de sus premisas la idea de individuos iguales.

            Como guías, la generosidad y la compasión me parecen dos principios que solventarían muchos de los enfrentamientos humanos. Corremos el riesgo, sin embargo, de centrarnos en otro concepto de individuo más solitario, guiado por el interés materialista y por el hecho económico como medida última de todo, pervirtiendo en gran medida ideas como la original de Adam Smith sobre los mercados, en las que el ser humano tenía en su escala de valores la consideración del resto de seres humanos como alguien a quien tener en cuenta, y no meros objetos que, en el mejor de los casos son obstáculos, y en el peor, rivales o incluso enemigos. Hemos de optar entre la individualidad de cada uno, y la generosidad y la compasión como guías de comportamiento, y el individualismo en donde el otro es un rival compitiendo por recursos escasos y del que podemos desentendernos porque, en realidad, sus desgracias son fruto de sus elecciones libremente adoptadas.

            Entre dos tierras, decía. Entre la teoría y la práctica. En realidad, la teoría es un ejercicio interesante, pero las cuestiones prácticas nos llevan a la realidad. A las consecuencias de aplicar tal o cual teoría. Las democracias liberales basadas en la libertad nos obligan a saber de qué manera se aplica esta libertad, pero, antes, nos obligan a saber de qué hablamos cuando decimos libertad. Las democracias liberales se basan en la elección ejercida por hombres libres; pero, y ésta es una opinión particular, la libertad se ha de basar un conocimiento mínimo y cierto de lo que estás eligiendo. Para ello hacen falta dos premisas: primera, debe haber suficiente información; segunda, la voluntad no puede haber sido condicionada. ¿Hoy se cumplen estas dos condiciones?

            Pero voy más allá. ¿Qué ocurre en una sociedad en la que ciudadanos libres e iguales eligen, en su uso de la libertad, no obtener la información mínima necesaria para formar sus decisiones? Es una paradoja, como la paradoja de la tolerancia: ¿una sociedad tolerante debe tolerar la intolerancia? Llevada al ejemplo que indico, diríamos: ¿debe permitir una democracia liberal ser condicionada por individuos que no quieren ejercer la libertad?

            Con respecto a la segunda premisa, ¿qué hacemos con los intentos de manipulación? Nos enfrentamos a formas cada vez más sofisticadas en este campo, formas que escapan a nuestro control y que resultan muy complicadas de evitar. Ya hemos tenido ejemplos suficientes y declaraciones espantadas de quienes crearon esas herramientas y de las que ahora se apartan. ¿Son suficientes como para condicionar la voluntad social y por tanto la libertad de los individuos que la forman o exageramos al decir que la presión sea tanta como para considerar que la voluntad ha sido pervertida?

            Escribo este texto en una situación en que los relatos alternativos son la norma y la lucha por la supremacía del propio es evidente. La existencia de interpretaciones opuestas para hechos objetivos, penetrando en las supuestas intenciones, tales como que la UE fue creada para joder a EEUU (palabras de Trump), son diarias. ¿Pueden subsistir las democracias liberales en el orden mundial que llega si los ciudadanos no ejercen la libertad de una manera responsable? Hay una deconstrucción de décadas del único parapeto tras el que protegerse de esto: tener suficiente conocimiento de la teoría de cómo se supone que ha de ser un ser humano verdaderamente liberal que pueda sobreponerse a sus emociones más básicas para poder actuar, en la práctica, de la manera correcta. La primacía de una supuesta irresistibilidad del deseo unida a la capacidad de diluir nuestras pequeñas veleidades, filtradas además bajo el criterio último marcado por el hecho económico ha convertido los criterios del liberalismo en secundarios, supeditados al capricho y a la cartera.

            Todavía estamos a tiempo.

 

Alberto Martínez Urueña 27-02-2025

martes, 4 de febrero de 2025

Vivienda. Parte 2

            Son dos las noticias que me traen a esta columna para hablar de vivienda, nuevamente. La primera de ellas, una encuesta en la que casi la mitad de los ciudadanos plantea que el número máximo de viviendas por persona debiera ser de una o dos casas y cincuenta y siete por ciento cree que el límite debería llegar a hasta cinco. La otra noticia señala un crecimiento el precio del dieciocho por ciento en mi ciudad, Valladolid, durante el último año.

            La primera de las noticias es muy controvertida. Prohibir la compra de viviendas, o de cualquier otro producto, son medidas que suelen ofrecer un resultado desastroso. No hablo de mi opinión, hablo de historia de la economía, hablo de sistemas que, durante los dos últimos siglos pretendieron controlar determinados mercados de esta manera y que acabaron reventándose por las costuras sociales. Esto es tan así, que hasta el paradigma del intervencionismo a nivel mundial, China, ha ido avanzando en la dirección contraria. Otra cuestión es que podamos utilizar la política fiscal para introducir externalidades positivas o negativas que condicionen las decisiones de los consumidores. Los llamados incentivos. Podemos establecer tipos de gravamen progresivos en función del número de viviendas en propiedad, dejando casi exenta en el IBI a la vivienda habitual y quizá una segunda vivienda, pero ir incrementando el porcentaje en función del número de propiedades inmobiliarias de la unidad familiar. Con los ingresos derivados de esa medida, se podrían introducir medidas de ayudas directas a las familias con rentas bajas o intervenir directamente en el mercado mediante la promoción de viviendas de titularidad pública o de protección oficial que nunca perdieran esa condición, para adquisición o arrendamiento.

            De esa misma noticia, rechazaría las medidas de carácter impositivo o de fijación de precios por un motivo muy sencillo: las rebajas impositivas irían al margen de beneficio del arrendador y las subidas irían a pagos en dinero negro. Admitiendo matices, creo que los impuestos indirectos deben ser estables y que la progresividad del sistema se debe introducir a través de la imposición directa. En vivienda, y en todo.

            En todo caso, la noticia, con esos porcentajes de población favorables la prohibición de compra de vivienda, no creo que indiquen otra cosa más que el hartazgo de una gran masa social. De hecho, en la encuesta se indica que uno de cada cuatro españoles no se fía de ningún partido para gestionar la vivienda. Por algo será.

            La segunda noticia me parece que refleja el principal problema que perturba el mercado de la vivienda: se trata de dos mercados con un único producto; es decir, un mercado segmentado. Me explico: un mercado de primera necesidad y un mercado de inversión. Al no existir frontera entre ambos, las rentabilidades, o lo que es lo mismo, los incrementos de los precios afectan por igual a ambos nichos. Un mercado de inversión se mueve en función de las rentabilidades esperadas; un mercado de un bien de primera necesidad no debería obedecer a tales criterios. No creo que a nadie le parezca buena idea restringir el acceso al agua potable y que únicamente puedan beber aquellos que logren pagar el precio de mercado de equilibrio.

            Los mercados, tanto los oligopolios como los de competencia perfecta, funcionan según las leyes de la oferta y la demanda; pero, ojo, al estar conectados los mercados, el de primera necesidad y el de inversión, el precio de equilibrio es único, y será más alto que si funcionase solo el de primera necesidad. Precisamente por la demanda creciente. Lo cual significa que, automáticamente, se expulsa del mercado de primera necesidad a quienes no pueden pagar el precio del mercado de inversión.

            Por otro lado, se argumenta, falsamente, que la solución es aumentar la oferta, pero en el mercado de la vivienda esto no se puede aplicar directamente: para que las leyes de mercado funcionen necesitamos transaccionar con bienes HOMOGENEOS. Estaremos de acuerdo que una vivienda junto a la catedral de Sevilla no es un producto equiparable a una vivienda, por poner un ejemplo, en el barrio de las tres mil viviendas. La segunda noticia ejemplifica esta cuestión. Un dieciocho por ciento de subida de precios en Valladolid. Eso habla de un desajuste tremendo entre la oferta y la demanda. ¿Qué demanda hay en Valladolid? Su crecimiento demográfico, durante las últimas tres décadas, treinta años, ha sido negativo. Hay menos gente. ¿Quién demanda pisos en Valladolid? Desde luego, no los demandan quienes los necesitan para vivir en ellos. ¿Qué explica que la zona urbana de Valladolid ocupe un área geográfica mucho más grande que hace treinta años? El incremento demográfico no, desde luego.

            Yo no sé si los políticos pueden o deben gestionar esto, pero sí que tengo claro que somos los ciudadanos quienes debemos exigírselo. Tengo claro quiénes ganan con este statu quo y tengo claro quiénes pierden. A estos, les interesa cambiarlo.

 

Alberto Martínez Urueña 04-02-2025