lunes, 13 de enero de 2025

Vivienda

            Hoy, escuchando la radio, me ha llegado una noticia sobre modelos económicos contrapuestos y casi me echo a llorar. Os lo digo sin ningún tipo de rubor, me he emocionado. Como bien sabéis – los que me seguís – llevo bastantes meses sin escribir semanalmente este pequeño texto que siempre ha versado sobre temas de actualidad. Dejé de hacerlo porque la actualidad de hoy en día da asco. No pasa por un sano ejercicio de dialéctica y retórica, sino por todo lo contrario: una reducción de la profundidad de análisis que permita simplificar el mensaje de tal manera que sólo quepa una postura favorable o contraria a un postulado de por sí estúpido. Y yo no gasto mi tiempo en estupideces, ni en debatir con mentes brumosas postulados construidos para engañar a una sociedad ya de por sí estupidizada.

            ¿Qué ha sucedido? Que por mucho que se han empeñado desde el Congreso para que la masa social se quede con su circo, ha llegado un momento en que uno de los problemas – problemones – que tenemos en nuestra sociedad amenaza con romperles las costuras. A saber, el tema de la vivienda. Entiendo que la mayoría de la sociedad no está en estas cuestiones, pero cuando te dicen que el nivel de precios de la vivienda ya está como en dos mil ocho y que la tasa de crecimiento del precio supera el ocho por ciento interanual, la cosa cambia. No voy a entrar en lo que dicen los partidos políticos: los medios de comunicación pueden alimentar vuestra curiosidad mucho más de lo que yo consiga. Pero dejaré un par de consideraciones.

            Vivimos en un lugar del planeta en donde se entiende que las personas, por el hecho de serlo, se merecen un respeto, y que desde la tribuna pública no se les escupa en la cara. Las políticas económicas de calado son tremendamente complejas tanto en su planificación como en su instrumentación práctica, de eso no cabe duda; sin embargo, la fijación social de prioridades es bastante sencilla con ciertos temas. Precisamente por el respeto que se merecen las personas – nos merecemos –, y por la dignidad intrínseca derivada de nuestra existencia, hay dos o tres cosas sobre las que no deberíamos regatear. O, al menos, la inmensa mayoría de nosotros. Puedo entender perfectamente ciertos intereses particulares, pero no tengo por qué defenderlos, ya lo hacen solos. Con gran eficacia. Y es ideológico tanto una postura como otra. Es una cuestión de prioridades. Y esas prioridades vienen marcadas por el cuarteto básico de un sistema social que merezca la pena: sanidad, educación, pensiones y vivienda.

            No creo que haya nadie que no esté de acuerdo con estas premisas, pero lo importante es ponerse de acuerdo en cómo conseguir que lleguen a todos los ciudadanos. Y que lleguen, por favor, en las mismísimas condiciones de calidad con independencia del estrato social del que se venga. Voy a decir más: con independencia de lo vago, aprovechado y negligente que sea el individuo. Pensaréis que ya estoy con mis historias de rojo, y que vosotros no estáis para sufragar los gastos de esa gente. Pero, ¿cuál es la cuestión fundamental que subyace a mi propuesta? No es un buenismo bobalicón, es que me gusta la estabilidad social. Que la tengo en gran estima, y hace tiempo que la sociología demostró que la generalización de la desprotección social genera capas de pobreza y éstas, a su vez, problemas sociales.

            Pero estoy dispuesto a admitir, aunque sea por ejercicio intelectual, que los vagos y maleantes no tengan derecho de acceso a esos cuatro pilares. Tendremos que admitir, entonces, que cualquier persona con trabajo debería poder hacerlo, más allá de sus características personales o profesionales. Y aquí es donde empezamos a tener problemas. Los cuatro pilares fundamentales han de ser garantizados en igualdad de condiciones, pero esto no es así en realidad. ¿Por qué? Porque admitimos premisas que ponderan el acceso a ellos. Admitimos variables que lo obstaculizan. Admitimos variables que incluso lo impiden. Ponemos a su mismo nivel otras consideraciones que, sin ser fundamentales para la dignidad humana, la restan. Las políticas públicas deben ser ponderadas unas con otras: por ejemplo, invertir más en investigación o en infraestructuras; en alta velocidad ferroviaria o el transporte de mercancías. Pero estas inversiones pertenecen a un escalón inferior de la elección social: en el primero deben estar los cuatro pilares porque son sobre los que se construye una sociedad justa. Y no digo igualitaria ni equitativa, digo justa, en la que la dignidad de cualquier individuo no pueda ser degradada y, por tanto, su propietario, arrojado a una clase de ser humano inferior al resto.

            ¿El libre mercado es la herramienta adecuada para esos cuatro pilares? ¿La colaboración público-privada? ¿El intervencionismo puro y duro? Sólo sé que cuando tu hijo necesita acceder a alguno de ellos y tu sueldo no te llega, la mirada se dirige a donde se dirige y, cuando no hay respuesta, la sociedad se convierte en una jungla. Yo no quiero una sociedad de ese tipo, quiero una sociedad en la que los aspectos básicos de la dignidad humana estén cubiertos. Y las soluciones propuestas hasta ahora, dos mil veinticinco, nos están dejando, desde hace tres décadas, en la estacada.

 

Alberto Martínez Urueña 13-01-2025

 

PD: por supuesto que tengo mi idea de cómo debería hacerse, pero esta columna tiene la extensión que tiene; quizá para la próxima.